Daniel Monzón (Palma de Mallorca, 1968) lleva casi 30 años de carrera profesional en el mundo del cine y su pulso sigue intacto. El último ejemplo es el Goya al mejor guion adaptado que consiguió este año por Las leyes de la frontera.
Ya inmerso en una nueva aventura, contagiado por el virus de contar historias llenas de acción pero con los personajes como principal motor de las mismas, se acerca este 23 de abril a las segundas Jornadas sobre el Oficio Cinematográfico de Las Palmas de Gran Canaria, que se desarrollan dentro del festival de cine de la ciudad.
Debate abierto
Si el viernes los protagonistas son los actores José Coronado, Candela Peña y Raúl Arévalo, el sábado le toca el turno a Imanol Uribe, Daniel Sánchez Arévalo y al citado director mallorquín para debatir sobre el panorama del cine, su esencia y los retos a los que se enfrenta.
Crónica Global entrevista al realizador de Celda 211 unos días antes para saber cómo ve el panorama actual en medio del boom de las plataformas y si las salas de cine tienen posibilidad de sobrevivir.
--Pregunta: ¿Qué espera de estos diálogos que va a tener con Daniel Sánchez Arévalo e Imanol Uribe?
--Respuesta: A ambos los conozco desde hace tiempo y me apetece mucho una conversación con ellos, además moderada por Wyoming, que siempre es tan divertido, agudo e ingenioso (ríe). Imanol es alguien a quien admiro y con Daniel empieza a la par, más o menos. Creo que son miradas muy interesantes que pueden englobar muy bien la situación actual. Yo sigo haciendo películas para cine, en principio; Daniel acaba de realizar una serie para Netflix e Imanol es un superviviente nato que acaba de estrenar una película para cines y plataformas. Creo que del diálogo de los tres puede surgir una semblanza de lo que significa el momento actual del audiovisual, con los problemas y ventajas que tiene la irrupción de las plataformas en el sector. Estoy deseoso de tener esa charla.
--Adelántenos un poco cuál cree que es esta nueva, o no tan nueva, situación del cine con la irrupción de las plataformas, y que dice que tiene sus ventajas y desventajas.
--Cuando irrumpió la televisión, Hollywood se cagó de miedo y pensó que llegaba a su fin, buscaron nuevas maneras de atraer público a las salas. Surgió el cinerama, que unía tres pantallas para ver una película, se apostó por el cinemascope y otro tipo de argumentos para que los espectadores no abandonaran las salas. La irrupción de las plataformas es algo muy similar a esta situación. Las películas antes tardaban en llegar a televisión, ahora esas ventanas se han ido acelerando, en unos 40 días o menos puedes verlas en las plataformas. La pandemia lo aceleró todo. Esto era algo que, inevitablemente, estaba llegando e instaurando, pero hizo que ese público adulto o incluso de la tercera edad, que era un público muy fiel a las salas y tenía la costumbre de ir, al quedarse en casa, le cogió miedo a las salas y en el confinamiento descubrieron que al alcance de la mano tenían ese caudal de películas. Ese es un público que no se ha recuperado para las salas. Es un público muy de costumbres y ahora es disfrutar de las plataformas en casa.
¿La parte positiva? Que una plataforma se obliga a estrenar cada semana y necesitan mucho material audiovisual, que ahora lo llaman contenido en vez de series o películas. Eso da mucho trabajo a muchísima industria. Hay mucho auge. Creo que hay que encontrar un equilibrio, una fórmula que las salas, que otorgan una especie de pedigrí o de marca de calidad a las películas, de algo especial, tengan una sinergia con las plataformas para ayudarse mutuamente. Ahora mismo, las plataformas y las salas no se ayudan, se ven casi como enemigas y no acaban de establecer una colaboración entre ambas. Mi última película, por ejemplo, se estrenó en salas y pronto se estrenó en plataformas y tuvo mucho éxito allí. La película consiguió unos 20 millones de espectadores en el mundo en sólo un mes. Eso es una característica notable y una gran ventaja que te puede ofrecer una plataforma como cineasta, ya que quieres que tu película llegue al mayor público posible y lo más dispar.
--Y puede hacer que otras cinematografías se interesen por la industria cinematográfica española, incluso por querer trabajar con directores y actores de aquí, ¿no?
--Sí. Yo, de hecho, con el éxito internacional de Celda 211 recibí muchas ofertas de la industria americana, por lo que tengo un representante allí y, justo con Las leyes de la frontera he recibido un aluvión de ofertas de fuera. Sí, un éxito muy grande en una plataforma es un éxito global. Como el del reparto de La casa de papel o El juego del calamar. La contrapartida es que la capacidad inmersiva que tiene una sala de cine para el espectador se pierde fuera de allí y, tal vez, es una visión romántica que tengo del cine, porque me crié con él, pero me gustaría que cualquiera de las películas pudiera pasar por el público que goza con la experiencia de ir a una sala. Unas experiencias que son imposibles de reproducir de otra manera. Entrar en un espacio, que es como un ritual, en el que se apagan las luces y sólo las luces que se proyectan en una pantalla a través de las luces es lo que te ilumina, junto a un montón de gente que se contagia con el resto de desconocidos, a través de un sonido envolvente, es algo a lo que alguien se puede acercar con un buen equipo en casa, pero que no consigue lograr eso mismo. Esa experiencia me duele que se pueda perder. Cierto que en los años 50 todos pensaban que el cine iba desaparecer y no lo hizo, por eso creo que el cine pervivirá. Está sufriendo un montón de cambios acelerados, pero me da que las plataformas acabarán adquiriendo cadenas de exhibición y usarán las salas como manera de presentar sus propias películas para hacerlas sentir más grandes. Porque al espectador un estreno en la plataforma que ha pasado por salas le atrae más.
--Le da caché.
--Exacto. Ahora en el cine, lo que tiene éxito o son películas de gran espectáculo, que comparten algo con un parque temático como el de superhéroes, o cine familiar. Esas propuestas adultas o de cine independiente que está entre medias se han visto más afectadas. Ahí es donde está el mayor problema, porque o bien pueden desaparecer o que sean asimilables para que la produzcan las plataformas. Antes en las grandes majors --la Metro, la Universal, la Warner--, los nombres de los directores eran importantes; ahora, el público muy joven no tiene ni idea de quién dirige esas series o películas, van a “ver Netflix”. La marca de la plataforma es el contenido, como lo llaman, y la figura de los autores, de los creadores pasa cada vez más desapercibido, incluso cuesta encontrarlo dentro de la plataforma. Desde el punto de vista de alguien que hace cine y que ha puesto su alma y tanta ilusión esto resulta inquietante como poco.
--Ha citado dos puntos interesantes en los que merece la pena fijarse. Por un lado, cómo las plataformas se quedan estudios para hacer su contenido, pero ¿cómo o dónde queda ese sello del autor cinematográfico? ¿Puede desaparecer ese cine de autor? Y, asimismo, ¿cómo sienta que se hable de contenido y no de películas?
--Hablar de contenido es un cajón de sastre. Y sobre el cine de autor, las plataformas se permiten cada año un cierto número de películas firmadas por grandes autores, pero porque se quieren legitimar en los grandes premios y festivales. Dejan una puerta abierta a gente como Jane Campion, Alfonso Cuarón, Martin Scorsese, Paolo Sorrentino… Pero el cine de autor no son solo esos diez nombres, es una pléyade de miradas distintas. Esto sí produce un cierto temor, que la única manera de que trabajar sea que tu mirada se asimilada a los cánones que piden las plataformas. Esto es lo que más me preocupa, la posibilidad de estrenar una mirada que sea vista por mucha gente. Lo que es terrible es que pase por un filtro homogéneo. Aun así, a día de hoy no sucede. Hoy es tal la necesidad de material que se requiere para alimentar al monstruo (ríe) que se acaba aceptando un montón de propuestas variadas. Es un cajón de sastre enorme, un hipermercado lleno de anaqueles que hay que rellenar constantemente. Ese caos (ríe) permite todavía que haya propuestas de todo tipo. No sé como evolucionará, sí que yo y muchos lucharemos por hacer unas películas que no estén dictadas por un algoritmo, sino que surjan del deseo, del sentimiento, de la reflexión de un ser humano. Cuando un director de cine trata de hacer una película que sea un éxito es el horror, porque nunca sale. Yo me niego a renunciar a que la mirada genuina no empujada por el pensamiento y la imaginación de una persona para apostar por un algoritmo, que igual sirve para generar contenido, pero no una obra o una pieza del arte
--Precisamente eso, se puede perder la mirada propia. Y allí entramos en otro punto que abordarán en Las Palmas, la esencia del cine. ¿Cuál cree que es esa esencia?
--Cada película es un pequeño universo creado por la mirada de un director y un grupo de artistas que se dedican a construirlo para el espectador. Un universo en el que se sumerge el espectador y lo evade de su propia realidad. Y ese universo puede servir para mero entretenimiento o para la reflexión.
--¿Qué le llevó a engancharse a este universo?
--A los 7 años me perdí en uno de esos universos. Mi abuela me llevó a ver la versión antigua de King Kong y fue como una especie de epifanía para mí. No sabía qué estaba viendo, pero cuando salí de ahí --que creo que aún no he conseguido salir de esa isla-- fue como una revelación. Sentí que quería hacer eso como fuera y se hiciera como se hiciera. Que había nacido para hacer eso. Fue un empecinamiento, una determinación. A mí me atrapó. Al dirigir mi primera película, el único miedo que tenía era descubrir si era una locura infantil mía y no sabía si podría hacerlo. Me salía adrenalina por todos los poros, no podía sentirme más realizado y convencido de que nací para hacer eso. No sé si bien o mal. Hacer cine tiene mucho de vocación y pasión. Si no estás apasionado es difícil que puedas llegar a hacerlo, tiene que ser una necesidad vital para hacer cine, o si no te vas a quedar por el camino.
--En esos inicios, ya se intuía un sello propio. ¿Cómo definiría la esencia de su cine, su sello?
-- Mi esencia es la sed de aventura, concebir el cine como una aventura. Cada aventura en la que me he embarcado no la he hecho pensando en una coherencia o en el futuro de mi carrera, se me metía una historia dentro, como si fuera un virus y para podérmelo sacar tenía que hacer la película, o no podía vivir. Son muchos los virus que pasan por ti a lo largo del día, una conversación escuchada al azar, una imagen de una exposición, un fragmento de un programa… Muchas historias se van y otras germinan. En el caso de Las leyes de la frontera fue así, acababa el rodaje de El niño, leí el libro de Javier Cercas y busqué si tenía alguien los derechos y hacerla se convirtió en un proceso de siete años. Mi filtro es mi intuición y la pasión que siento por esa historia. Por eso, por muy heterogéneas que sean mis películas creo que en todas hay ese algo personal que las une, que es esa persona apasionada por una historia.
--Además, le suele dar a su cine, que suele tener mucha acción, un cuidado por los personajes que los distingue de una peli de acción al uso. ¿No cree que eso mismo también es parte de su sello?
--Es verdad que, ahora que te escucho, una de las cosas que más me interesan es que las historias sean contadas por los personajes, que ellos te conduzcan. Los personajes te tienen que emocionar o afectar de algún modo si no la historia no interesa a nada. La historia debe tener una cercanía humana. Esa es una de las características que para mí debe tener el buen cine y que intento llevar a cabo. En Celda 211, por ejemplo, podríamos haber hecho un ejercicio de cine carcelario y hacer un pastiche, pero lo primero que hicimos Jorge Guerricaechevarría y yo a la hora de escribir el guion fue ir a las cárceles y entrevistarnos con los presos y funcionarios para empezar a contar la historia desde la humanidad de estos universos que, en principio uno desconoce.
--Y siguiendo con los debates sobre la esencia, ¿cuál diría que es la esencia del cine español?
--Es un cine que, desde que tengo uso de razón, dicen que está en crisis. Vive en una eterna y constante crisis, pero cada año sale un puñado de películas o cineastas que tienen una visión interesantísima que aportar y compartir. Es un cine heterogéneo. Es muy posible que esté en crisis, pero lo empuja y lo obliga a estar alerta constantemente. De las cinematografías europeas de últimamente es de las más vivas y heterogéneas con mayor capacidad de sorpresa.
--Antes de terminar no quería dejar de preguntarle sobre esas ofertas que ha recibido por parte de la industria estadounidense de las que antes ha hablado. ¿Lo vamos a ver rodando en Estados Unidos o al mando de una propuesta de allí?
--La verdad es que he tenido bastantes ofertas y nunca he acabado de dar ese paso, porque me iban invadiendo estas historias que podía rodar aquí. Podría ser si me hicieran una oferta de una historia que me interesara mucho. Me han ofrecido superproducciones o del estilo de Furia de titanes, pero también Irwin Winkler, productor de Martin Scorsese que adora Celda 211, me ofreció cosas distintas. Si se diera me movería más en el cine independiente que en una gran producción donde sólo eres una pieza de un engranaje. Yo quiero seguir aportando mi mirada a las historias, que es lo que debe aportar un director. Meterse en un engranaje en el que no puedes dejar tu impronta me interesa menos, pero no le hago ascos. De hecho, en esta última tanda de entrevistas he hablado con algún productor o productora americana que tiene una manera más autoral de entender las películas. A lo mejor, en una de estas me embarca en una de estas aventuras. Ya veremos (ríe). Siempre estoy abierto al contagio (ríe).
--Más allá de eso, ¿qué otros proyectos tiene?
--Justo estoy empezando a escribir una película, pero hasta que no tengo escrito el guion no suelo hablar de ello. Estoy contento y tengo una buena sensación. Es un proyecto personal surgido de estos virus que me entran (bromea).