Ellen Page
Ahora me llamo Elliot
Ya sé que lo progresista y digno de aplauso sería dedicarle el semáforo rojo de esta sección a ese eurodiputado húngaro facha y homófobo al que han pillado en plena orgía homosexual en Bruselas, pero, ¿qué quieren qué les diga?, ese tipo me parece un pobre desgraciado y un tópico con patas. ¿El homófobo que pierde aceite? ¡Un clásico! ¿El padre de familia ejemplar y meapilas que, cuando nadie lo ve, se lanza a comer rabos a granel? ¡Menudo cliché! Espero que Orbán le haga pasar un mal rato y que su mujer lo plante. Aparte de eso, que le den, que es lo que estaba haciendo cuando lo trincaron no por orgiástico, sino por dar un ejemplo lamentable a la sociedad en su condición de parlamentario europeo.
Prefiero poner verde a la actriz Ellen Page, si no les importa, pues las últimas noticias que nos llegan de ella la sitúan --por lo menos, durante unos días, hasta la siguiente salida de pata de banco del colectivo fluido-- en la cima de la memez queer, que hasta ahora ocupaba --por lo menos, para mí-- el cantante británico Sam Smith, un sujeto que asegura que hay días que se siente hombre, otros que se siente mujer y algunos en los que ni una cosa ni otra o las dos a la vez (hay tantas personas en él/ella/ello que ha dado instrucciones a la prensa de que le apliquen el vocablo They (ellos o ellas) cuando le nombren).
Hace unos años, la protagonista de Juno salió del armario y se declaró lesbiana. Estupendo. Nada que objetar. Pero esa condición debería parecerle poco imaginativa y ahora ha decidido que es, en realidad, un hombre transexual llamado Elliot. Todo ello sin tomarse la molestia de rebanarse los pechos e injertarse un pene. Ya se sabe que, en los tiempos que corren, lo que cuenta son los sentimientos y la biología no es más que un arma de represión que nadie en su sano juicio puede tomarse en serio. En esta nueva realidad, si Ellen dice que se llama Elliot y que no es una lesbiana, sino un hombre trans, todos estamos obligados a creerla/lo/le. Como somos un poco garrulos, comparamos fotos del interesado/a y no vemos diferencia alguna entre Ellen y Elliot, pero, ¿qué se puede esperar de unos cazurros tan binarios y tan poco fluidos como nosotros? Te creemos, hermana (o hermano, o lo que tú digas). Y te felicitamos por tu valeroso viaje no sabemos muy bien a donde. Total, ya lo hicimos --se apuntó hasta Barack Obama-- cuando Bruce Jenner se convirtió en Caitlyn Jenner y nos callamos convenientemente que nos parecía que, hiciera lo que hiciera el padrastro de Kim Kardashian, siempre parecería un hombre disfrazado de mujer, en la línea de Paco Martínez Soria cuando protagonizaba La tía de Carlos.
Curiosamente, mientras todos contemporizamos con la última ocurrencia de Ellen/Elliot, se le han rebotado algunas lesbianas, contentas con su primera salida del armario y muy contrariadas ante la segunda, que, según ellas, es una muestra de misoginia y un nuevo intento del heteropatriarcado por eliminar de la historia a las mujeres. Estoy con ellas. Ya que todos nos hemos convertido en unos calzonazos políticamente correctos capaces de felicitar al espantapájaros de Caitlyn por lo guapa que la han dejado, está bien que salga alguien a aguarle la fiesta a la sáfica que se cree un hombre transexual. El heteropatriarcado se lo debe estar pasando bomba con esta tangana. Y la verdad es que yo también.