Los economistas David Card, Joshua Angrist y Guido Imbens comparten el Premio Nobel de Economía 2021 / EE

Los economistas David Card, Joshua Angrist y Guido Imbens comparten el Premio Nobel de Economía 2021 / EE

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Nobel de Economía: el salario mínimo no destruye empleo

Los trabajos de los premiados economistas David Card, Joshua Angrist y Guido Imbens han cambiado los dogmas sobre la política laboral más ortodoxa

13 octubre, 2021 00:00

Los economistas David Card, Joshua Angrist y Guido Imbens cierran la temporada de la prestigiosa Academia Sueca ganando el Nobel de Economía, el único galardón que no inventó el pionero Alfred Nobel. En 1969, el Banco Central sueco, el más antiguo del mundo, decidió crear un galardón, bajo el nombre de Premio del Banco de Suecia en Ciencias Económicas en Memoria de Alfred Nobel, comúnmente conocido como premio Nobel de Economía. En esta edición de 2021, el jurado ha optado por los tres nombres de los ganadores sobre una preselección de entre 250 y 300 candidatos claros.

Pese a los conocidos amagos de la institución, que trata de mantener la neutralidad a cualquier precio, los premiados no han pinchado en hueso: concentran su estudio en la economía laboral, un tema caliente en todos los debates presupuestarios de los países industrializados. El jurado destaca las “contribuciones empíricas sobre la eficacia del salario mínimo” del canadiense David Card (profesor en Berkeley) y pone de manifiesto que sus colegas, el norteamericano Angrist (Massachusetts Institute of Technology) y el holandés Imbens (Stanford), han sido premiados por sus “análisis de las relaciones causales entre las magnitudes económicas”. Sea como sea, los tres nos proporcionan nuevos conocimientos sobre el mercado laboral y muestran la infinita casuística que enmarca los conflictos laborales de hoy, cuyas soluciones ya no se adaptan, por su complejidad, al esquema de concertación entre sindicatos de clase y patronales.

Desafío a la sabiduría convencional

Utilizando experimentos naturales, David Card ha analizado en las últimas décadas los efectos del salario mínimo (SMI), la inmigración y la educación en el mercado laboral. Los trabajos de David Card han desafiado la sabiduría convencional para demostrar que “aumentar el salario mínimo no necesariamente conduce a disminuir puestos de trabajo”, remarcó ayer el jurado del Nobel. Sus distinguidos miembros ejercen el uso de la palabra  que los ganadores, como ocurre cada año, muestran solo timoratamente para distanciar el trabajo teórico de sus consecuencias políticas. El jurado también menciona los trabajos de Card sobre la inmigración: “Los sueldos de los nacidos en determinados países no solo no tienen por qué disminuir tras la llegada de migrantes, sino que pueden incluso aumentar”; es decir los rendimientos del producto final no deben decrecer cuando aumenta el factor trabajo, como creía la economía neoclásica.

Los aportes teóricos de los galardonados llegan en un momento en el que los costes laborales siguen siendo una prioridad en el discurso de la economía global de hoy, dominada por grandes corporaciones que presionan a las cúpulas de las organizaciones empresariales. En España concretamente, la CEOE asegura que las subidas del SMI tendrán efectos negativos sobre el empleo, al hilo de la arquitectura empresarial europea --germinada en la doble crisis de 2008 y de la crisis del Covid--, que está modificando las conquistas sindicales obtenidas antaño en el marco de los viejos Estados nación. Es cierto que aquellas conquistas necesitan un nuevo planteamiento, pero el argumento actual de la CEOE resulta casi prehistórico. Vincular la viabilidad de las empresas a los costes laborales, en el eslabón inferior de la cadena de valor, es propio de una economía de resistencia, como lo fue la española en la etapa de la implantación de las cabeceras automovilísticas. En el siglo pasado, Ford se instaló en Almusafes (Valencia) y Volkswagen en Zona Franca (Barcelona) porque los bajos salarios españoles permitían entonces las ventajas comparativas con los países del entorno. Pero las cosas han dado un vuelco, especialmente claro en la industria tradicional, pero invisible en el complejo magma de los servicios donde la política laboral se rige por la desregulación. Existen ejemplos paradigmáticos, como el caso de Amazon, donde la productividad como único objetivo ha generado unas relaciones laborales algorítmicas bajo una enorme presión. En este modelo mixto de más de un millón de empleados fijos en todo el mundo y casi otro millón de colaboradores resulta imposible compaginar los recursos logísticos con los recursos humanos de elevada rotación, como concluye el diario NYT en un informe realizado tras 200 entrevistas a empleados. Hoy se compite en términos de política de mercado y tecnología, no únicamente por costes; aunque las grandes corporaciones pugnen por reducir su peso, la mano de obra ya no es el vaso comunicante principal del precio final. Reducir los salarios redunda en los beneficios del accionista, pero no mejora la competitividad.

La inmigración, el salario y el empleo

Además, en un momento en el que el alto precio de la energía frena el crecimiento, darle la culpa al SMI resulta cuando menos cuestionable. Los economistas españoles de toque liberal respondieron a las glosas de Card llegadas de medios del Gobierno --la vicepresidenta… en primer lugar-- con este interrogante: ¿En que estaría pensando la Autoridad Fiscal Independiente (AIReF) al poner en duda la mejora del SMI? No fue la única. El Banco de España cuantificó en 170.000 puestos de trabajo perdidos a causa de la subida del SMI, decretada en 2019. La política económica es una avenida de doble sentido. Vale una cosa y su contraria, y al final solo los hechos verifican o refutan. Tomando a España como ejemplo, vemos que nuestra economía se recupera con más lentitud que el resto de países de la Unión y que su tasa de desempleo se sitúa por encima del 15%. Pero a pesar de ello, el empleo se sostiene y cae menos que la actividad económica. Las corporaciones se llevan definitivamente la parte del león: mientras en los años 90 el beneficio de los conglomerados era del 10% de sus costes laborales, ahora los beneficios están por encima del 50%, sobre total de los salarios de las plantillas.

David Card, un habitual en las quinielas de favoritos para el Nobel, empezó junto a Alan Krueger sus ensayos sobre el mapa laboral en el Estado norteamericano de New Jersey y hoy, transcurridas casi tres décadas, sus tesis son la base metodológica de varios gobiernos, España entre ellos, que han decido aumentar el SMI. Por su parte, Joshua Angrist y Guido Imbens han conseguido resultados sobresalientes, aunque menos espectaculares, al estudiar la influencia económica de las migraciones y de la formación continuada de los trabajadores ¿Cómo afecta la inmigración a los niveles de salario y empleo? ¿Cómo afecta una educación más prolongada a los ingresos futuros de una persona? Hasta ahora, estas preguntas se han quedado sin respuestas claras porque no disponemos de analogías con el pasado. Pero los galardonados de este año han demostrado que es posible responder a estas y otras preguntas similares mediante experimentos naturales. 

La clave es utilizar situaciones en las que acontecimientos fortuitos o cambios políticos provoquen que grupos de personas sean tratados de manera diferente, siguiendo un método de acierto y cálculo similar al de los ensayos clínicos. Según la Academia, Angrist e Imbens han demostrado por esta vía que los “recursos en las escuelas son mucho más importantes para el futuro éxito de los estudiantes en el mercado laboral de lo que se pensaba hasta ahora", manifestó Peter Fredriksson, presidente del Comité del Premio Nobel de Ciencias Económicas.