Mural con la cara de Maradona en Nápoles / EFE

Mural con la cara de Maradona en Nápoles / EFE

Vida

Maradona, el astro que solo era feliz con una pelota

El mejor jugador de la historia de Argentina tuvo un efímero noviazgo con el Barça

26 noviembre, 2020 00:00

Diego Armando Maradona (1960-2020) es eterno. Es el D10S de los argentinos, con permiso de Carlos Gardel. También es venerado en Nápoles y pudo ser un ídolo en Barcelona, pero su historia de amor fue efímera y terminó muy mal, enfrentado al expresidente José Luis Núñez, tras dos años con pocas alegrías y muchas tensiones. Futbolista genial, Maradona solo fue feliz en el campo, con una pelota, la “única que no se mancha”, como él decía. Lejos del césped, el Diego fue mangoneado por representantes, directivos y falsos amigos. Las drogas y el alcohol fueron el gran enemigo del futbolista que vengó la derrota de Argentina en las Malvinas con su prodigiosa actuación en los cuartos de final del Mundial de México.

El 22 de junio de 1986, Maradona liquidó a Inglaterra. El primer gol, con la mano, con “la mano de Dios”, según el futbolista. El segundo, tras regatear a todos los ingleses que intentaron detenerle. Para muchos, ese gol fue el mejor de la historia de los Mundiales. En un plis plas, el Diego elevó el orgullo argentino. Esas dos acciones retrataron la competitividad argentina. Una pillería y una genialidad bastaron para fulminar a la prepotente Inglaterra.

Muere Maradona y nace la leyenda del fútbol / CG

Un gol que vale por dos

Terminado el partido, los ingleses estallaron contra el astro. El primer gol era ilegal. Ya no había dudas. Todos se quejaban menos Bobby Robson, el flemático seleccionador de los pross. Robson aceptó la derrota ante Argentina. “El primer gol es ilegal, pero el segundo vale por dos”, manifestó el técnico. Bélgica, en semifinales, y Alemania, en la final, tampoco pudieron frenarle, envalentonado en los vestuarios. Sus llamamientos a la victoria son inolvidables. Pura testosterona. AR-GEN-TI-NA en su máxima expresión.

Maradona era sinónimo de clase, pero también de carácter. De orgullo y resistencia. En Argentina no hay debate posible entre el Diego y Messi. Maradona fue el principio de todo y ya nada fue igual. Cuatro años después, con una selección de medio pelo, la Albiceleste llegó hasta la final. Alemania, ahora sí, derrotó a Argentina con un penalti que no lo era. Ese día, el Olímpico de Roma pitó el himno nacional argentino. “Hijos de puta”, se leía en la boca de Maradona, que días antes había derrotado a Italia en las semifinales. El partido, caprichos del destino, se jugó en Nápoles.

El sur contra el norte

El Diego llegó a Nápoles en 1984. El club del sur de Italia pagó unos siete millones de euros al Barça. El argentino transformó un equipo de segunda clase en campeón de la UEFA. Y en Italia ganó dos títulos de liga tras desafiar a Milan y Juventus, los poderosos rivales del norte que se mofaban del sur. De su pobreza. En la capital del Vesubio, el 10 comparte honores con San Genaro, con decenas de murales que ilustran al ídolo caído en sus calles.

Fue muy feliz en Nápoles, ciudad que vivió su ascenso y caída. 80.000 personas recibieron al crack argentino en la presentación más multitudinaria de la historia del club azul. Siete años después, y tras destaparse sus problemas con la droga y connivencia con algunos clanes locales, el Diego se fue solo, con la cabeza gacha, sin el reconocimiento que merecía de los dirigentes napolitanos. En Nápoles era sobradamente conocida su amistad con Carmine Giuliano, jefe de la Camorra.

Dos años en el Barça

Nacido en Villa Fiorito, un suburbio muy pobre de Buenos Aires, en una casa sin agua ni electricidad, el astro fue un futbolista del pueblo. Como Garrincha. Nunca tuvo buena sintonía con los dirigentes. Sus enfrentamientos con Joao Havelange y Joseph Blatter, presidentes de la FIFA, y con José Luis Núñez, presidente del Barça, fueron sonados.

Su historia de amor con el Barça fue muy breve. Apenas duró dos años. Ganó una Copa del Rey y una Copa de la Liga. Nada más. Una presunta hepatitis y una criminal entrada de Goikoetxea que le partió el tobillo impidieron que el astro argentino triunfara en el Barça, por entonces un club con muchas urgencias deportivas.

Fiestas en la casa de Pedralbes

El Barça le había fichado en 1982, durante el Mundial de España. Las negociaciones comenzaron dos años antes, pero la junta militar argentina retrasó su salida del país. Josep Maria Minguella, famoso representante ya retirado, y Carles Tusquets, actual presidente de la junta gestora del Barça, participaron en aquella operación.

El jugador se instaló en Pedralbes, en la zona rica de Barcelona. Vivió de lujo, presumiendo de su piscina con el escudo del Barça, pero no congenió con una sociedad fría y distante. El Diego se lo pasó en grande, casi siempre acompañado por familiares y amigos, y sonadas eran sus fiestas nocturnas. Su primer entrenador en el Barcelona, Udo Lattek, acabó devorado por las exigencias de Maradona. Con Menotti, sustituto del alemán, todo fue más fácil. Los entrenamientos se retrasaron hasta las cinco de la tarde. Menotti habló de biorritmos para justificar un horario atípico.

Campaña contra las drogas

En el Barça, exhibió algunos destellos de su enorme calidad. El capítulo más recordado es el de la final de la Copa de la Liga en el Bernabéu. Sobre todo, el gol en el que humilló a Juan José. Ese día, la afición madridista aplaudió al crack del Barça. Otro gol maravilloso fue el que marcó en el Pequeño Maracaná de Belgrado al Estrella Roja. Con Urruti y Quini, ya fallecidos, el 10 se llevó de maravilla y algunas pillerías suyas fueron sonadas.

En su estancia en Barcelona, el crack participó en una campaña de la Generalitat contra las drogas. “Si te ofrecen, di no”, pedía el futbolista del Barça. Fuentes próximas al argentino aseguran que fue en Barcelona donde comenzó su adicción a la cocaína.

Choca con Núñez

Núñez, entonces presidente del Barça, desaprobaba su estilo de vida. Persona muy religiosa y conservadora, el exdirigente sentenció al futbolista tras la final de la Copa del Rey contra el Athletic que se disputó, el 5 de mayo de 1984, en el Bernabéu.

Un gol de Endika en la primera parte decidió una final muy tensa. Ganó el Athletic de Clemente con un fútbol muy físico. Futbolísticamente, el partido fue muy pobre y será eternamente recordado por la batalla campal entre jugadores de los dos equipos al acabar el duelo. El argentino se peleó con todo quisqui y fue duramente sancionado por la Federación Española de Fútbol. La triste final de Madrid fue el principio del fin de Maradona en el Barça. Núñez lo tuvo claro. Dos años después de pagar 3,6 millones de euros por él (el fichaje se negoció en pesos y el Barça pagó la mitad de lo previsto) ingresó el doble.

La melancolía

Se fue renegando de Núñez y sus directivos. Solo tuvo palabras de afecto para Nicolau Casaus. En Barcelona muchos lloraron su marcha, pero el empresario constructor no titubeó un segundo. Años después, y en compañía de un periodista amigo, el Diego regresó un día a la capital catalana. Cuando el avión se acercaba al aeropuerto de El Prat, con una vista aérea maravillosa de Barcelona, Maradona confesó que no debió irse del Barça. La melancolía se apoderó ese día del crack.

En el ocaso ya de su carrera, regresó a España para jugar en el Sevilla. Pero era un Maradona menor, que dos años después, en el Mundial de Estados Unidos (1994) dio positivo por cinco sustancias estimulantes. La historia siempre recordará sus peleas con la FIFA, sus críticas a Juan Pablo II y su tirantez con Pelé, el único futbolista que puede discutirle el número uno. Nunca se calló nada, ni sus diferencias con Bush ni sus simpatías hacia Carlos Ménem, Fidel Castro, el Che Guevara, Evo Morales y Hugo Chávez. Con el papa Francisco también tuvo buena sintonía.

Protagonista en Netflix

El fútbol lo fue todo para él. Para bien y para mal. Su etapa como entrenador fue otra historia. En la selección argentina dirigió a Messi, su sucesor en la Albiceleste. El Gimnasia y Esgrima fue su último equipo, pero los más jóvenes pueden deleitarse con las aventuras del Diego en los Dorados de Sinaloa, equipo mexicano que entrenó durante dos temporadas. Esta historia, con muchos altibajos personales, fue recreada por Netflix.

En México ya era una persona con una salud muy deteriorada. Con problemas para desplazarse, que alternaba momentos lúcidos con profundas depresiones, pero admirado y respetado en Sinaloa, como si nadie tuviera en cuenta sus escándalos durante muchos años en Argentina y algunas imágenes dolorosas como su indisposición en el último Mundial de Rusia. Su grandeza como futbolista contrastó con sus miserias personales.

Cumpleaños infeliz

El pasado 30 de octubre cumplió 60 años. Aislado en su casa por culpa del coronavirus, no pudo celebrarlo como hubiera deseado. Fuentes próximas aseguraron que entró en un estado de abatimiento y apenas cuatro días después fue operado de un coágulo en la cabeza. Argentina, como en otras ocasiones, estuvo en vilo, pendiente de su salud.

Su legado futbolístico es inmenso. Como persona, su caída a los infiernos fue pronunciada, con graves recaídas e imágenes dantescas. Dolorosas. Pero Argentina nunca, nunca renegó de su héroe, de su futbolista más auténtico, mezcla perfecta de clase y hombría, rebelde en la adversidad y generoso en la felicidad.