En el último año, se han registrado solo en la ciudad de Badalona (Barcelona) ocho agresiones sexuales grupales a menores. En estos hechos participaron 21 autores, de los cuales 20 eran adolescentes. Más de la mitad, 13, no deberán responder por sus actos ante la justicia, pues son inimputables por tener edades inferiores a los 14 años, son niños, y hay entre ellos además cuatro reincidentes por su participación en dos o más violaciones.
Con estos datos, los Mossos d’Esquadra tratan estos hechos como un nuevo “fenómeno” multifactorial que debe ser abordado de un modo transversal, y no solo desde la vertiente policial. No obstante, los expertos alertan de que detrás de estas agresiones sexuales grupales hay un denominador común: el consumo masivo de pornografía violenta a edades muy tempranas, que cala no solo en los agresores, sino también en las víctimas.
Modelado de conducta e imitación
El doctor en Sociología e investigador sobre los fenómenos de la pornografía y la prostitución Lluís Ballester insiste en que el consumo masivo de este tipo de contenidos violentos funciona como “activador” de estas manadas. Su teoría coincide con la de otras voces expertas, como la del fiscal de menores Eduardo Esteban, que recientemente alertaba sobre “los efectos criminógenos de la pornografía” y sobre la necesidad de enseñarles a los adolescentes que los contenidos que consumen “no son la realidad sexual”.
Primero sucedió con adultos, pero con la reducción de la edad a la que los jóvenes empiezan a consumir porno --en torno a los 8 años-- el fenómeno de las manadas ha permeado en franjas de edad cada vez más tempranas. Como además la respuesta en su caso es tímida, puesto que algunos de ellos no pueden ser ni siquiera castigados, se está observando una “activación amplificada”, que anima a otros grupos a hacer lo mismo. “Existe un modelado de conducta y de imitación” entre nuestros jóvenes y aquello que les enseña la industria del porno, asegura el experto.
Ballester sostiene que el consumo masivo de estos contenidos lleva a los menores a “emular” las prácticas que han visto en el porno, algunas de ellas de riesgo, y que el mimetismo con los actores llega a tal punto que “preparan, aunque sea mínimamente, las agresiones, las piensan juntos y seleccionan a la víctima”. El ritual va mucho más allá, dado que en los últimos episodios algunos de estos menores han filmado y distribuido la violación, “en un alardeo de la práctica que han realizado y comparándose con héroes del porno”. El mensaje que están trasladando estos chavales es claro, añade el sociólogo, dado que simulan las prácticas que han normalizado a través del porno, en algunos casos su primer contacto con la sexualidad. “Nos lo están diciendo claramente. Si no queremos entender que algo está fallando, tenemos un serio problema: pero no solo con relación a su conducta, sino a nuestra sociedad, porque nosotros, los adultos, sí que tenemos la capacidad de tomar decisiones”.
Un impacto que trasciende al conjunto de la sociedad
Este fenómeno explica en parte por qué en los últimos meses algunos de estos menores autores de violaciones grupales han recibido mensajes de apoyo a través de sus redes sociales o han sido acogidos en sus barrios con los brazos abiertos. Ballester es claro: “Reducir el impacto de la pornografía a la conducta individual es un error, porque su influencia tiene ya una trascendencia social”. Por eso, algunos de los adolescentes del entorno de los agresores no tienen conciencia de que esa acción sea negativa.
Se produce una desconexión de la empatía, no solo por parte del agresor, sino de su entorno. “Hay una empatía social que se desconecta, que es la misma que empuja a un estadio a jalear una acción agresiva contra un jugador”. En jóvenes que no han recibido una educación sexoafectiva, el porno no solo no les ayuda a descubrir su sexualidad, sino que “provoca una deseducación sexual”.
La única referencia sexual
El peligroso mensaje no solo cala entre los chicos. También en las adolescentes, a las que enseña a “victimizarse”. De hecho, un estudio elaborado por Sedra Federación de Planificación Familiar, preguntó a jóvenes de entre 14 y 19 años sobre los efectos del consumo del porno. Los resultados revelaron que en el porno se presenta a las mujeres "no como sujetos, sino como objetos" y que reviste a la violencia de atractivo. Ballester subraya que estos roles perfectamente diferenciados, en los que las mujeres casi siempre aparecen desempeñando un rol sumiso y los hombres de control, incrementan la vulnerabilidad a la victimización, es decir, la disponibilidad a convertirse en víctima por parte de las jóvenes que lo consumen. “A aceptar de forma sumisa prácticas que no les gustan o que les hacen daño, o de riesgo. El porno eleva no solo el riesgo de ser perpetrador de violencia, sino también de ser víctima”, subraya Ballester.
El estudio plasma algunos de los testimonios recogidos durante los grupos de discusión, en los que algunas adolescentes manifestaron acabar haciendo cosas que no les apetecía para “cumplir las expectativas”. “De tanto verlo, piensan que es lo más normal, pero a la mayoría de gente no le gusta”, confesaba una de las participantes sobre las prácticas que solicitan ellos. “Si les dices lo que no te gusta, se pueden ofender. Si no lo dices, te sientes culpable. Acabas haciendo cosas que no te apetecen para que la otra persona no se sienta mal”.
En la misma línea, ellos confesaban no tener “ningún otro método de aprendizaje”. “Nos imaginamos que las relaciones son como el porno y el bucle no se rompe nunca”, manifestó un joven de 16 años. “Aprendemos a través de la imitación, también sobre la sexualidad, la única referencia es el porno y es surrealista”, añadía otro, para acabar admitiendo su compañero que es incluso “frecuente” hacer cosas que han visto con las que ni ellos mismos se sienten cómodos.
¿Cómo atajar este fenómeno?
Ballester sugiere que para frenar el efecto nocivo del porno hay que plantear un programa integral de intervención, en la misma línea que lo manifestado por los Mossos d’Esquadra. El modelo que defiende el sociólogo se apoya en la cinco P: la prevención universal --para el conjunto de los jóvenes-- y selectiva --para aquellos que ya han agredido--; protección para las víctimas, pero también para los agresores; la participación --escuchar y hacer investigación participativa--; la persecución de las empresas que producen y distribuyen porno violento y, por último, la promoción de una sexualidad saludable, que les enseñe a desarrollar masculinidades alternativas y a sentirse orgullosos no de las conductas violentas, sino de las contrarias. “Deben aprender conductas respetuosas, con consenso de prácticas, con placer compartido y que entiendan que esto no es antisexual. Al contrario: que defiendan una sexualidad más rica, más profunda y no violenta”.
Para los agresores, algunos de ellos inimputables --de cuya reeducación en Cataluña se encarga la Dirección General de Atención a la Infancia y la Adolescencia (DGAIA)--, Ballester matiza que debe hacerse un trabajo no ya de prevención universal y de educación sexual y de las emociones como el enfocado al resto de los jóvenes, sino de “reconstrucción de referentes cognitivos y emocionales”. Algunos, expresa, ni siquiera tienen la capacidad para entender, cuando ya han pasado por delante de un juez que le ha explicado que la conducta ha sido claramente inadecuada, que han hecho un daño, en algunos casos, irreparable.
Una labor de toda la sociedad
En estos casos, para su recuperación se necesita un trabajo terapéutico, de reconstrucción más profundo, que requiere tiempo y condiciones de seguridad. “En algunos casos hay que separarlos del contexto que está estimulando ese tipo de consumo, por eso se derivan a centros para poder hacer ese trabajo”. No es un centro de reclusión, subraya el sociólogo, sino una medida temporal para atajar estas conductas.
Aunque esta es solo una parte del trabajo, bien que imprescindible, el fenómeno de las agresiones sexuales grupales de menores hacia sus homónimos debe ser abordado desde todos los ámbitos de la sociedad. La respuesta pasa, indica el experto, por comenzar a ofrecer a nuestros niños una educación sexual, emocional y afectiva. También por controlar el acceso a la pornografía, de libre consumo y gratuita, y por la sensibilización social, repensando y reconstruyendo los límites.
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