Cataluña ha registrado 58 denuncias por agresiones sexuales grupales –con dos o más autores– en los primeros cuatro meses del año. Aunque la cifra solo supone el 4% del total de los casos de delitos de índole sexual registrados en la comunidad, en la que se han interpuesto 1.247 denuncias por violencia de este tipo, los Mossos d’Esquadra subrayan que “se trata de una conducta de especial relevancia a nivel social por tres motivos: por la gravedad de los hechos, por el impacto que tienen en las víctimas y por la repercusión que tiene para su entorno”.
Destaca el caso de Badalona, donde la policía autonómica ha contabilizado ocho casos en los que tanto las víctimas como los agresores son menores de edad, aunque podría haber más. En estos hechos probados han participado 21 agresores, de los que 20 son menores. De éstos, 13 son inimputables, por tener menos de 14 años, y cuatro de ellos son, además, reincidentes. En lo que respecta a las víctimas, todas mujeres, aunque no han sufrido lesiones que requieran de tratamiento médico o quirúrgico, han sido derivadas a los servicios asistenciales para su recuperación, que va mucho más allá del daño físico.
Secuelas psicológicas
Las agresiones sexuales pueden marcar el futuro de las víctimas, especialmente cuando se trata de menores. De acuerdo con los datos recogidos por la Unidad de Atención a las Violencias hacia la Infancia y la Adolescencia del Hospital Vall d’Hebron, entre un 30% y un 35% de los menores que experimentan una situación de violencia sexual presentarán secuelas a medio-largo plazo. En algunos casos, las cicatrices son de por vida.
Una de las primeras etapas que sufre un menor tras la agresión sexual es la llamada fase de adaptación. “Es normal que después de haber sufrido una agresión sexual el menor esté mal con su cuerpo, se sienta triste, asustado, culpable… dura lo que dura y debe aceptarse”, explica a este medio Enrique Armengou, psiquiatra y profesor de la Universitat Abat Oliba CEU.
Depresión, ansiedad y estrés postraumático
Si esta sensación dura más de lo normal, esta primera fase de adaptación se convierte en lo que denominan trastorno adaptativo. “Se da cuando el trauma provocado por el abuso genera alteraciones más allá de las esperables, tanto en intensidad como en duración”, apunta. En estos casos, asegura, suelen aparecer la ansiedad o la depresión.
En la adolescencia, este tipo de alteraciones se manifiestan también a través de trastornos de la conducta alimentaria –anorexia o bulimia–, o incluso conductas agresivas hacia otras personas. “Más adelante, si el trastorno adaptativo perdura, se puede convertir en un trastorno de estrés postraumático. Ansiedad al recordar la agresión o cualquier cosa que le transporte al momento. Se suele dar en adolescentes y en adultos si la agresión fue muy violenta y traumática”. Todo ello sumado a las dificultades psicológicas relacionadas con la intimidad y la sexualidad, resalta.
Capacidad de asimilación
Una de las principales diferencias entre un adulto y un menor es que el niño o el adolescente no tiene la capacidad de asimilación de un adulto. “Cuanto más joven es la persona, más importante es poner palabras y que entiendan lo que ha pasado”, recuerda Armengou. Aunque las secuelas pueden durar meses o incluso años, esta sintomatología puede mejorar con un tratamiento especializado que, normalmente, incluye a profesionales de la psicología clínica, trabajo social sanitario o incluso, dependiendo de la edad del menor, pediatría.
Además, es necesario que el niño o adolescente se sienta acompañado por parte de su familia y mantenga unos hábitos y rutinas saludables en cuanto a alimentación, ejercicio y sueño. También destaca la necesidad de dar credibilidad al niño, niña o adolescente, sin hacerle preguntas que puedan mostrar dudas o desconfianza sobre la información que está compartiendo.
Terapias también para los agresores
Una de las entidades que trabajan en la recuperación emocional de los menores víctimas de violencia sexual, pero también con los agresores, es la Fundación Concepció Juvanteny, a la que avalan 20 años de experiencia. Destaca por un proyecto pionero, la Unidad de Abordaje Integral del Abuso AIDA, que ofrece atención gratuita a las víctimas en todo el ámbito catalán sin necesidad de que exista una denuncia previa.
El objetivo de este método pionero e integral es empoderar a los niños y niñas víctimas de abusos, incluyendo a los familiares, para evitar su revictimización y el número de sesiones de terapia. Además, se ofrece la posibilidad de trabajar juntamente con el agresor en un determinado momento de la terapia si ambos así lo aceptan. Cabe recordar que en el caso de los menores agresores es la Dirección General de Atención a la Infancia y a la Adolescencia (DGAIA) quien trabaja con ellos a través de programas y las terapias psicológicas individualizadas para evitar que vuelvan a cometer hechos similares.
El acompañamiento a la familia
Montserrat Juvanteny, fundadora y actual presidenta de honor de la Fundación Concepció Juvanteny, explica que este proceso de recuperación, basado en el modelo de la psicóloga experta en terapias familiares Cloé Madanes, no incluye solo a la víctima, sino a toda su familia. “Cuando un niño sufre violencia sexual este hecho afecta a todo el entorno familiar o incluso social”, asegura. Por eso, la terapia no se debe centrar solo en el menor, “el más vulnerable y cuya inteligencia emocional ha quedado destrozada”, sino también en su entorno.
“No podemos pretender que sean los niños quienes reparen el daño que sufre la familia, que a veces resulta tan afectada como ellos”. Es por esto por lo que en sus sesiones incluyen a sus allegados para que todos puedan compartir sus emociones y sentimientos. Para que un niño pueda recuperarse, subraya Juvanteny, su entorno debe estar “muy protegido, muy acompañado y deben entender cómo se siente el menor”.
Evitar la revictimización
Este año la fundación ha atendido ya 99 casos de abuso sexual, mientras que en el conjunto del año pasado fueron 181. Las víctimas llegan a la fundación a través de diversas vías: derivadas de pediatras y servicios sociales, pero también de las propias familias. De hecho, entre el 35% y el 40% de las familias a las que asisten no habían recurrido a ningún otro recurso antes.
El objetivo es recuperar la estabilidad emocional de los afectados, a los que se les ofrece incluir en la terapia a su agresor, con el objetivo de desculpabilizarlos, reconocer su dolor y evitar su revictimización. Sin embargo, reconoce Juvanteny, esta medida no ha tenido mucho éxito, dado que sólo una veintena de agresores se han sentado este año frente a sus víctimas.
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