La Cataluña vaciada es una realidad. Hay pueblos que a penas llegan a la veintena de vecinos y sobreviven a duras penas. Otros, directamente, están completamente abandonados.
No es tan poco habitual recorrer el territorio y ver en medio del paisaje algunas casas abandonadas, pequeños núcleos de población donde ya no hay vida, auténticos pueblos fantasma.
Un pueblo de nombre curioso
Una de estas localidades que cumplen estas características, es un pequeño pueblo que tiene nombre de animal y que quedó despoblado bien entrado el siglo XX. Aun así, no ha cesado de ver cómo, cada tanto, surgen iniciativas para resucitarlo.
El lugar en cuestión se encuentra a solo siete kilómetros de Tàrrega, en la zona de Plans de Sió, en la Segarra. Se trata de Conill, que en castellano significa conejo y que en la provincia de Lleida también fue un núcleo poblacional.
Dónde está
A pesar de que se yergue en ruinas como un testimonio silencioso de una historia marcada por el tiempo, la resistencia y los fracasos de recuperación, todavía se vislumbran varias casas que en su día albergaron vidas, personas.
Situado en un altiplano a 350 metros de altitud, Conill ha sido desde hace años un pueblo deshabitado, aunque en sus campos todavía se aprecia la belleza característica de la comarca: extensas planicies de cultivo rodeadas de paisajes que evocan la vida que alguna vez existió aquí.
Sólo cinco casas
A pesar de que ahora apenas son cuatro casas, la historia de Conill se remonta a tiempos remotos. Ya en 1151, la iglesia parroquial de la Mare de Déu del Roser, que aún se alza en ruinas, aparecía mencionada en documentos históricos.
Aunque el pueblo contaba con solo cinco grandes casas, éstas se habían reconstruido en el siglo XVIII y servían de hogar a las familias que habitaban el lugar. Las viviendas, conocidas como Cal Pont, Cal Palou, Cal Frare, Cal Cinca y Cal Vilafranca, rodeaban una pequeña plaza, creando un núcleo compacto y armonioso.
Particularidad y condena
Sin embargo, lo que quizás fue su peculiaridad más notable y, a la postre, su sentencia de muerte, fue un acuerdo entre sus habitantes: no se permitiría la construcción de nuevas viviendas. Este pacto, destinado a preservar el carácter íntimo del pueblo, impidió cualquier posibilidad de expansión y contribuyó, en última instancia, a su progresivo despoblamiento.
A pesar de todo, en el siglo XIX, Conill era el centro de un pequeño ayuntamiento que incluía a las localidades de Aleny y Sant Pere, sumando una población de 136 habitantes. Ahora, no alcanzan los 39.
La vida en el pueblo giraba en torno a la agricultura y, sobre todo, a la producción de aceite de oliva, un pilar económico que contó incluso con una almazara propia. La gran prensa de aceite, que hoy en día se exhibe en un parque público de Tàrrega, es uno de los pocos recuerdos tangibles de aquella época de actividad y autosuficiencia.
No obstante, la resistencia del pueblo al cambio, reforzada por su pacto de no edificación, acabó jugando en su contra. Las familias fueron abandonando Conill, y para 1980 el pueblo quedó completamente deshabitado. En pocos años, los edificios comenzaron a deteriorarse, convirtiéndose en ruinas expuestas a las inclemencias del tiempo y al inevitable paso del olvido.
Intentos de resucitar Conill
A pesar de su abandono, Conill ha seguido atrayendo el interés de diversos proyectos de revitalización, aunque ninguno ha logrado materializarse. En 1989, casi una década después de quedar despoblado, surgió una propuesta para convertirlo en un centro de rehabilitación para personas con adicciones. La comunidad local rechazó la iniciativa, y Conill siguió su senda hacia la desintegración.
Con la entrada del siglo XXI, se propusieron nuevas ideas. En 2005, una empresa privada planteó transformar Conill en un centro turístico ecológico, capitalizando la tranquilidad del lugar y el encanto de sus ruinas.
Sin embargo, las dificultades financieras y el avanzado deterioro de las estructuras truncaron también este proyecto. Dos años más tarde, en 2007, el ayuntamiento de Tàrrega propuso convertir el pueblo en un centro de interpretación de aves, con el apoyo del gobierno para desarrollar un plan de gestión regional. El proyecto, prometedor en sus inicios, sucumbió a las circunstancias económicas de 2010, dejando a Conill nuevamente en el abandono.
¿Pueblo nudista?
Un nuevo rayo de esperanza surgió en 2015 cuando los propietarios del pueblo naturista de Fonoll, ubicado a unos 26 kilómetros, adquirieron Conill con la intención de restaurar sus edificios y convertir el lugar en un espacio creativo para artistas y artesanos. Esta visión imaginaba a Conill como un enclave de expresión y creatividad, un refugio donde las ruinas darían paso a talleres y estudios, reviviendo así la vida comunitaria. Tampoco funcionó. Al menos, a pesar de los esfuerzos, el proyecto aún no se ha concretado, y el pueblo sigue desierto.
Hoy, Conill permanece como una reliquia del pasado, una comunidad que se aferró a sus raíces hasta el punto de impedir su propio crecimiento. Sus ruinas y su historia hablan de un tiempo en el que el acuerdo entre vecinos moldeó su destino y, de alguna forma, lo condenó. ¿Podrá resucitar?