Santi Vila (Granollers, 1973) es un animal político. El procés provocó su salida traumática, pero en una entrevista con Crónica Global admite que su vocación está intacta. De esa pulsión habla el exconsejero de la Generalitat en su nuevo libro Vida plena, vida bona (LIbros de Vanguardia) donde habla de ética, humanismo y, por supuesto, de aquel "bienio negro" 2016-2017 que le marcó.
--Pregunta: En su libro afirma que echa de menos la política.
--Respuesta: He dedicado, sin duda, los mejores años de mi vida a ser servidor público. La vocación creo que está acreditada, sigue viva y sigue conmigo. Otra cosa es, como explico en el libro, que la vida de las personas se define por su vocación, por las circunstancias y por la suerte. En consecuencia, más allá de que uno tenga vocación, debe entender las circunstancia en las que se mueve, la trayectoria que ha vivido y ser consecuente.
--Explica que su salida de la política fue traumática. Defiende la ética en un momento de crispación política, lo cual puede ser contradictorio. ¿Le quedan ganas de volver?
--Tengo la impresión de que, en muy pocos meses, en Cataluña pasé de ser el yerno perfecto que caía super bién a la suegra al cuñado que nadie soporta. Creo que mantuve una posición muy previsible toda la legislatura. Yo nunca acepté ser diputado de Junts, era conseller porque tenía la confianza del presidente Artur Mas, tanto en su gobierno como en el de Carles Puigdemont a través también de Mas. Solo me debía al gobierno, pero efectivamente, fue un momento muy traumático. Siempre tienes la vocación, las ganas de que tus ideas, tu cosmovisión sea transformadora. Yo en estos momentos estoy muy feliz, dirijo una pequeña compañía de aguas, soy profesor en la universidad, articulista, participo en alguna tertulia. Intento que mi manera de entender el mundo impacte en la realidad. Lógicamente, cuando has estado al frente de un cargo de responsabilidad, sabes que tu capacidad transformadora es muy grande. Otra cosa es lo que opine mi familia, que está absolutamente en contra de volver a pasar por estos tragos.
--¿Este período de reflexión te ha llevado a enfocar la política de otra manera?
--En la última legislatura en la que participé, una de las conclusiones que saqué es que la política no debe agitar excesivamente sentimientos y pasiones. Haces de aprendiz de mago y se te puede escapar de las manos, que es lo que nos pasó en ese bienio negro 2016-2017. El estímulo continuo de los sentimientos y las pasiones, aunque sirva para tener una posición de ventaja en una posible negociación, es muy arriesgado. A partir de aquí, yo sigo reivindicando el político y la política profesional. Con un bagaje, una experiencia, una cierta madurez. De sueños no se vive. Todas las aspiraciones son legítimas, pero especialmente ahora, con la pandemia, con la que nos viene encima como consecuencia de la guerra en Ucrania, la idea de la gestión, la salud, el trabajo, creo que van a ser los vectores esenciales con los que los ciudadanos nos van a juzgar a todos.
--¿Cómo le gustaría volver a la política? Usted ha sido alcalde, diputado, 'conseller'…
--Tengo la impresión de que he sido muchas cosas ya. Creo que mi trayectoria fue coherente, correcta y que el tiempo me ha dado en parte la razón. Pero no es menos cierto que es posible que la ciudadanía también aspire a caras nuevas y aire fresco. A un relevo generacional con gente que no ha estado vinculada a momentos muy intensos y traumáticos. De regresar a la política, sin duda, lo haría a algún cargo relacionado con la gestión. Un cargo ejecutivo, en ningún caso.
--¿No como cabeza de lista? Su nombre ha sonado como alcaldable por Barcelona.
--Me siento muy honrado. Quiero mucho a la ciudad de Barcelona. El cargo de alcalde es el más bonito al que puede aspirar un político. Combina a la perfección el corto plazo con la distancia corta con la gente. Mejorar la vida de un barrio, su limpieza, iluminación, movilidad, gente mayor que está sola. Combina el inmediatismo con una visión panorámica sobre como imaginas tu ciudad a diez años vista. Es evidente siempre he suspirado por la política local en una ciudad como Barcelona. Pero esto es muy serio. En estos momentos yo no soy la persona adecuada, entre otras cosas porque tengo causas subjudice vinculadas al departamento de Cultura. Ada Colau ha sido muy idealista, pero muy poco eficaz, muy poco pragmático y realista. Predicaba mucho el consenso, pero ha practicado el partidismo y la confrontación con entidades de todo tipo. Un proyecto de esta ambición requeriría un trabajo de fondo que, a corto plazo, no estoy en condiciones de acometer. Todavía vivimos las consecuencias de aquella etapa desgraciada.
--Supongo que se refiere a ese bienio negro. En el libro se muestra especialmente crítico con el fanatismo.
--Fíjate. Se ha debatido en el Congreso un decreto de ayudas por las consecuencias de la guerra en Ucrania. ¿Cómo puede ser que quienes presumen de defender a las personas más humildes puedan votar en contra de medidas que van a su favor por razones abstractas, por ideales? Temas que no van vinculados a lo concreto, sino a las escuchas presuntamente ilegales, un tema inadmisible si se confirma. Pero yo nunca he entendido aquella política que, por un exceso de utopismo, está dispuesta a exigir sacrificios a la gente e incorporarse a la política del cuanto peor, mejor. Estoy convencido de que, cuanto peor, peor. Aprecio al político pragmático y eso es lo que me permitió cultivar amistades y relaciones políticas a derecha e izquierda.
--Usted se define como liberal, pero tras la pandemia y la guerra en Ucrania, hay quien defienden una predistribución del gasto en políticas sociales, evitar que la distribución de la riqueza quede en manos de las leyes del mercado.
--Soy un liberal progresista, pero más allá de la autodescripción, me preocupa la dinámica en la que persiste en presidente Pedro Sánchez. Estamos en un cambio de rasante y a corto plazo veremos como el sobreendeudamiento es insostenible, generar déficit de forma indiscriminada en insostenible, querer atender derechos de forma universal, incluso a quienes se los puede pagar, impide atender problemas concretos, va a tener un punto de inflexión en 2022. En consecuencia, habrá que bascular de nuevo hacia políticas de contención del gasto, del déficit y de la deuda. Si no, lo ciudadanos y las empresas van a sufrir muchísimo a la hora de negociar sueldos con los trabajadores. Sánchez debería abandonar una cierta política buenista, vinculada al cheque fácil y escuchar recetas que instan a generar riqueza para sostener políticas de gasto.
--Usted se ha mostrado crítico con la retirada de los peajes en las autopistas estatales. Aunque usted defendió rebajar los precios en el Garraf.
---La C-32, la autopista de pago de la Generalitat, intenta ser gestionada de forma inteligente. Si eres residente en el Garraf, tu pagas por contaminación y uso, pero si tu vehículo tiene la capacidad de contaminar poco o si lo utilizan con tres ocupantes, tienes una serie de bonificaciones. El marco directivo europeo es claro. Hay que pagar por contaminación y uso en las vías de altas prestaciones. Si no te encuentras que el señor Santi Vila, un viernes por la tarde, coge su coche, se va al Empordà por la AP7 y sea subvencionado por una pobre mujer que coge poco el coche y que seguramente necesita apoyo sanitario. Soy partidario de una bonificación ágil y que el Estado invierta donde tiene que invertir, en médicos y maestros. Si no, se abona el terreno para que crezcan los populismos. Cuando Vox dice que sobran diputados en Castilla y León, la gente lo cree. Es obvio que la Generalitat de Cataluña podría funcionar sin tantos asesores y altos cargos. El gasto público es el que es, algunos somos partidarios de contenerlo, invirtiendo en lo que hay que invertir. Y está claro que el mercado necesita unos mecanismos de regulación y de intervención de la administración para garantizar una igualdad de oportunidades.
--En el libro se habla de filosofía y humanismo. En un mundo en el que se impone la inmediatez, la inteligencia artificial… ¿es posible que su mensaje sobre ser coherente en uno mismo llegue a cuajar? ¿Hay esperanza?
--No quisiera pecar de ingenuo, pero creo que el progreso moral existe y que nuestra sociedad es infinitamente mejor que la de mis padres. Mis padres tendrían seguramente más seguridades. Conseguían un empleo casi para toda la vida. Se casaban y, para bien o para mal, resistían toda la vida. Este mundo se seguridad se ha acabado, pero somos una sociedad mejor. es verdad que desde la recesión de 2007 han caído en Cataluña casi plagas bíblicas: recesión, procés, reacción a las sentencias desproporcionadas del procés, la pandemia y ahora la guerra. Eso ha aumentado las diferencia sociales. Esto hay que corregirlo. Debemos dar instrumentos a los ciudadanos para que no estén indefensos ante la manipulación, que es más fácil que nunca. La idea de un imbécil en el siglo XX quedaba circunscrito al ámbito de su familia. Hoy, gracias a las redes sociales, puede competir a un premio nobel de literatura. ¿Cómo se combate esto? ¿Qué antídoto tenemos? Pues educación, educación y educación. Y fomento del espíritu crítico, de la duda, de la posibilidad de que el otro tenga razón. Ser exigente con la verdad.
--Lo preguntaba porque da la sensación de que tenemos leyes avanzadas en la lucha contra la violencia de género y los delitos de odio, o la defensa del colectivo LGTBI, pero hay una regresión. La sociedad parece que va por detrás de las leyes, cuando siempre había sido al revés.
--Izquierda y derecha ilustradas seguramente hemos pecado de un cierto elitismo. Por ejemplo en las políticas ambientales. ¿Cómo puede ser que la gente más humilde se sienta acorralada cuando ve que las únicas políticas que se aplican son ecotasas? Tenemos que ser autocríticos, porque estamos perdiendo a la gente más humilde. Solo hay que mirar lo que está ocurriendo en Italia, Francia, donde el populismo se abre paso a velocidades tremebundas. Está pasando en España y en parte también está pasando en Cataluña, donde el procés tenía una dimensión populista. Supone aprovecharse de unos sectores que cada vez se sienten menos representados por el centro derecha y el centro izquierda ilustrados. Tenemos que ser muy exigentes, muy cautos. Yo siempre defenderé reformas antes que revoluciones. Pero la gente debe verlo. No podemos permitirnos tratar a los ciudadanos como si fueran críos. Si les dices la verdad, tengan o no formación universitaria, la gente lo intuye. Si no hay un principio de responsabilidad moral, acabaremos en manos de tecnócratas, como Macron, o populistas como Le Pen.
--¿Qué partidos se ajustaría a sus ideales?
--Es una muy buena pregunta. Porque no me siento representando muy bien por ningún partido en estos momentos. Formo parte de tantos y tantos ciudadanos que se sienten huérfanos. El PSOE, en relación al procés, ha aplicado el extintor, mientras que otros iban con el lanzallamas, esto es de agradecer. Pero me preocupa que, en lo social, siga una política buenista. En Barcelona, la gestión ha sido un fracaso, pero va a ser muy difícil identificar una alternativa que entronque con alcaldes como Maragall o Trias, aunque Trias fue ‘el breve’.
--¿Centrem no le gusta? Se dijo que usted podría ser cabeza de lista por Barcelona del partido de Àngels Chacón.
--Centrem está en proceso de gestación. Tiene que esforzarse mucho en definirse en los ideológico y, muy importante, con quién cuentan. El nombre hace la cosa. Somos latinos y los nombres y apellidos cuentan. Ver si se dota de perfiles más pragmáticos, de gente solvente, o si se opta por una opción más fogosa y mediática.
--Últimamente se compara mucho Madrid y Barcelona. ¿Comparte que Barcelona está en regresión?
--Donde nos adelanta Madrid es en el tema reputacional, la imagen que proyecta al mundo, presume de business friendly. En Barcelona parece que no se ve bien que la gente tenga ambición y ganas de ganar dinero. Que la iniciativa privada progrese. Qué paradójico es que Ada Colau, abanderada del derecho a la vivienda, haya sido una de las peores alcaldesas de la ciudad a la hora de generar vivienda pública y evitar los desahucios. Grandes discurso y pésima gestión. Lanzamos la imagen al mundo de que la sociedad de Barcelona y Cataluña está todo el rato cabreada. A ver qué otro impuesto podemos poner, cómo se puede gravar esta actividad, que las clases medias sufran más impuestos, castigar a las clases humildes con ecotasas porque tienen un coche antiguo… Esto no lo hace Madrid. ¿Cómo se ha gestionado la pandemia? ¿Cómo se ha sustituido la imagen de San Pancracio por la de Isabel Díaz Ayuso en los bares de Madrid? Cuando aquí éramos muy insensibles con quien necesitaba subir la persiana, allí no dejaban de trabajar. Esto ha dejado reputacionalmente una factura muy grande, que entronca con la factura que dejó el procés, donde tantas y tantas compañías abandonaron el país.
--¿Cómo vivió usted la ‘fuga de empresas’ al frente de la ‘conselleria’ de Empresa?
--Con una gran tristeza y frustración porque se podría haber evitado. En aquellos momentos tan traumáticos se pedía boicot a las entidades financieras: se pedía que llevásemos a los cajeros automáticos a una situación de colapso. Era una dinámica de gestión imposible. Las entidades financieras y compañías nos reclamaban al gobierno una seguridad jurídica que no les pudimos ofrecer. ¿Qué deberíamos haber hecho como gobierno el día después del colapso del procés? Volver a asegurar la seguridad jurídica. Unos y otros nos teníamos que comprometer con una idea de la democracia mucho más compleja de lo que se vivió en aquel momento.
--¿En qué punto cree que se está ahora?
--La mesa de diálogo existente entre el Gobierno y la Generalitat en algún momento deberá escuchar la propuesta concreta política para hacer posible el encaje de Cataluña en el resto de España. Estamos en una legislatura de extinción, de sofocar el incendio, sacar a la gente de la cárcel, recoser heridas, reconciliar ciudadanos y regenerar la convivencia. Estaría muy bien que alguna de estas grandes compañías, que trasladaron su sede, tomase la decisión de regresar a Barcelona. Eso sería entrar ya en la senda de la reconciliación, puesto que España solo es viable con una cierta idea de doble capitalidad.
--En su libro usted remarca que la independencia de Cataluña sin Barcelona no le importaría a nadie…
--En efecto, les importaría un bledo. El área metropolitana ya son más de 2,5 millones de ciudadanos, pero el arco metropolitano, desde el Garraf, hasta el Maresme, reúne a 4,5 millones de ciudadanos y la mitad del PIB de Catalunya. Eso quiere decir que dónde nos la jugamos es en resolver Rodalies, el aeropuerto, los accesos al Puerto de Barcelona. Debemos tener la capacidad de atraer compañías y promover el talento que tenemos en este terreno, aquí tenemos que ser muy competitivos.
--¿Se arrepiente de no haberse desmarcado del ‘procés’ dos minutos antes para así no haber tenido que pasar por un juicio? ¿Era muy difícil saber en aquel momento en qué os estabais metiendo?
--La vida se vive viviéndola, hay que asumir los aciertos y los errores. Es evidente que a sabiendas de cómo acabó todo, yo no hacía nada en aquel gobierno. Sí que algunos consellers tensábamos la cuerda, pero no estábamos dispuestos a que se rompiera. Apostábamos por una estrategia, una argucia política para conseguir la actualización del pacto constitucional o por qué no, un referéndum. Catalunya es una nación por razones constitucionales, así lo reconoce la Constitución, y también por razones históricas. De hecho, Adolfo Suarez lo reconoció a Josep Tarradellas antes de que se aprobase la Constitución al restablecer la Generalitat. Este desafecto que sienten más de 2,5 millones hay que resolverlo votando, debe ser así. A la vista de cómo acabó aquello, que fue un gran despropósito, con lo que hicimos sufrir, con lo que sufrimos todos, en todos los aspectos, yo sobrevaloré mi capacidad de influencia sobre Carles Puigdemont, es obvio. Algunos intentamos evitar el choque de trenes. Hoy cuesta poco decirlo, la gracia hubiera sido verlo con claridad meridiana en primavera de 2017. En abril de 2017, yo estaba almorzando con Soraya Saénz de Santamaría con una propuesta de acuerdo constitucional.
--Decían que os llevabais muy bien…
--Especialmente con Ana Pastor. Con Soraya tuve una relación cordial, correcta. Solo le puedo afear que tenía que regalarme un libro para Sant Jordi y que, por sorpresa, llegó el vicepresident Oriol Junqueras y me dijo que se lo tenía que regalar a él. Más allá de eso, ningún problema --ríe--. En sede judicial nunca admitió que existieron estos contactos entre nosotros, cuando es obvio que existieron porque todo el mundo sabía que yo entraba en la Moncloa en coche oficial y no en bici.
--De toda la vorágine de hechos que ocurrieron en otoño del 2017: ¿Qué supuso para usted la tarde del 2 de noviembre?
--La tarde del 2 de noviembre me acompañará siempre como una tarde muy traumática. Solo el dolor que han sufrido algunos de mis compañeros lo ha relativizado, aunque no es comparable. El hecho de que una persona como yo, que hay pocas personas como yo, que se comprometieron tanto por hacer de la España plural un proyecto viable, y que hasta entonces solo había pagado multas de tráfico, verme en el calabozo de la Audiencia Nacional, preso, hizo que me preguntara: ¿Qué hace un tío como yo en un lugar como este? Luego, la desproporción del castigo con algunos de mis compañeros fue tan exagerada que nunca más me he atrevido a decir que aquel día que pase en la cárcel me acompañara para siempre. No solo por mí sino por el dolor que infligí a mi madre, a mi marido, a mi abuela, que vivían con el corazón en un puño y que decían: ‘Este hombre que ha hecho lo que no ha está escrito porque España sea viable, acaba encarcelado porque que efectivamente apoyó la consulta del 1 de octubre, ¿Es culpable de eso cuando dijo el 2, el 3, el 4 y el 5 de octubre que eso solo daba para convocar unas elecciones autonómicas empoderadas? ’ Aquí se nos fue de las manos a todos y eso armó de razones morales al independentismo. Más allá de judicializar el procés, hay bastante consenso en amplios sectores de la población española de que el castigo fue muy severo y desproporcionado.
--¿A Puigdemont hay que buscarle una salida digna?
--Es una pregunta difícil. Mantengo buena relación cordial, amical con Puigdemont, pero discrepo rotundamente de sus posiciones políticas. Se ha echado al monte, como se decía en el siglo XIX, en el Carlismo. El procés no se liquidará del todo hasta que encontremos una solución con aquellos que optaron por salir de España. Hay que encontrar una solución, en peores plazas hemos toreado. España ha resuelto una transición, sentando en la mesa gente que había cometido delitos de sangre en los dos bandos. En algún momento dado todos fueron lo suficientemente nobles como para decir vamos a mirar para adelante, nuestros hijos se lo merecen, vamos a intentar ser una democracia homologable al resto de democracias continentales. Visto con perspectiva, si todo el mundo ha admitido que la DUI fue un fake en toda regla, si todo el mundo ha admitido que todo el mundo intentaba tensar la cuerda sin que se llegara a romper, Junqueras, Sánchez, Forcadell… ¿Hasta cuándo necesitaremos ser tan severos y no buscar una solución por el bien de todos? Yo vivo entre Barcelona y Figueres. Girona, el Alt Empordà, la Catalunya profunda mantiene un voto sentimental, por fidelidad a Puigdemont. Conozco muchos amigos, empresarios que me preguntan: ‘¿Cómo puedes votar esto ahora?’. Cuando yo les pregunto a ellos su respuesta acostumbra a ser muy sensata: ‘Por fidelidad. Ahora no le podemos fallar, hasta que resolvamos su tema personal no le podemos fallar’, me responden. En el fondo, les honra, lo digo con toda la humildad. Este punto de fidelidad a pesar de no estar de acuerdo con su punto de desobediencia civil. ‘Si en aquel lío le metimos entre todos, ¿ahora lo vamos a dejar en la estacada?’, me dicen.
--¿En qué punto se produce esa desconexión con Puigdemont?
--Yo siempre he dicho que Puigdemont era más razonable y moderado de lo que aparentaba. Otra cosa es si se le fue de la mano, si él estaba en condiciones de dominar toda una cultura política de la gran ciudad. Él venía de provincias y siempre tuvo la impresión de que esto era una especie de Sodoma y Gomorra. Tenía una mala idea de la gran ciudad y de la política catalana. Él era un hombre honesto, moderado, convencido de la idea independentista. Esto nos lo afeábamos constantemente. La viabilidad de este proyecto [independencia] era muy respetable en los dos casos: creer en ella y no creer en ella. La salida de España después del 2017 ha agriado a posición política que defiende, le han puesto contra la pared. Es muy distinto cuando tienes margen a cuando estás acorralado, cuando estas abandonado por otros sectores que no han querido ver un referente moral, sino que le han visto como un hombre de partido. La inflexión definitiva se ve cuando el proyecto colapsa en octubre del 17, el tren descarrila, no somos capaces de contener la presión y a partir de aquí Puigdemont toma la decisión de irse. Aquí comienza una nueva fase con la que yo ya discrepo rotundamente, pero puedo llegar a comprender y llegar a sentir empatía por esa idea de político acorralado.
--Dice que mantiene una relación amical con Puigdemont, pero en ‘Vida plena, vida bona’ es muy crítico con él
--Soy severo en lo político con él porque la rectificación en política es honorable y con él no se ha producido. Sánchez, Forcadell, Junqueras han reconocido que es obvio que del 1 de octubre no se podía desprender un mandato para hacer un estado nuevo o es obvio que la DUI solo tenía un carácter simbólico.
--¿Siente compasión por Jordi Pujol?
--Sí. Falta perspectiva para juzgarlo. Quizá algunos se precipitaron a la hora de erigirle una estatua, pero quizá también se han precipitado a derribarla. Jordi Pujol estuvo 23 años al frente de la Generalitat y forma parte del proceso de modernización de Cataluña y conjuntiva de España, y por lo tanto fue un hombre muy comprometido con el progreso de todos. Hay conductas en el terreno privado, sub iúdice, que pueden ser seguramente reprobables y quizás también penalmente. Es muy severo con él mismo, es muy católico, tiene muy asumida esa idea de la culpa y el perdón y está muy preocupado por cómo pasará a la historia, cómo será recordado.
--¿Sintió que pudo ser espiado cuando estuvo en el Govern?
--Recibí una notificación en la que se me comunicó que mi teléfono había sido intervenido legalmente por orden del juez Llarena durante cinco meses, desde primavera del 2017 hasta otoño de ese mismo año. Deberían llevarse alguna sorpresa más que nada por algunas de mis conversaciones y dada mi orientación sexual y la de mis amigos. Debía haber algún policía nacional que se lo pasaría bomba por sorprendido --ríe--. Bromas aparte, yo no fui espiado, pero sí que mi teléfono fue intervenido. Tengo la impresión de que cuando fuimos juzgados en el Tribunal Supremo, la información disponible era mucho más que la reconocida.