Todos los medios se hicieron eco el pasado viernes del plante a Vox en el Parlament. Esa expectación generada demuestra que, para muchos, la ultraderecha “es sexy”. De los motivos de ese “atractivo” da cuenta Beatriz Acha en su libro Analizar el auge de la ultraderecha (Gedisa)

Doctora en Ciencia Política y profesora de Sociología en la Universidad Pública de Navarra, Acha afirma que el discurso de la ultraderecha liderada por Santiago Abascal se ha centrado hasta ahora en la unidad de España y en dar respuesta al proceso independentista, pero advierte de que este partido busca ampliar su base aumentando sus referencias a la inmigración.

--PREGUNTA: Asegura en el libro que, guste o no, la ultraderecha de Vox resulta sexy.

--RESPUESTA: En la literatura académica que se ha desarrollado sobre la extrema derecha y la ultraderecha ha crecido muchísimo el interés por este fenómeno. Parece que hay una especie de obsesión por explicar, una querencia por analizar todos los temas que tienen que ver con la ultraderecha y esos temas tienen mucho eco entre el público y en los medios. Cuando digo que la ultraderecha es sexy no es positivo, no es por su atractivo, es por el interés que despierta. Lo tocas y sabes que va a salir.

--Hay un cierto debate sobre si Vox se asemeja a la extrema derecha europea o tiene sus peculiaridades.

--Encaja de forma perfecta en el modelo tipo de partido europeo de ultraderecha, en esa nueva gran familia, que no es tan nueva. En el fondo, asistimos a un fenómeno de hace cuatro décadas. Encaja desde el punto de vista programático, organizativo y en la forma en que dan a conocer sus proclamas. Sigue mucho las pautas de otros partidos. Sí es cierto que hay alguna pequeña peculiaridad, lo que es propio de las circunstancia de cada país y del sistema de partidos. Lo que puede ser algo diferente es que Vox enfatiza desde los comienzos la obsesión por el nacionalismo español y el ataque a la identidad de los nacionalismos periféricos. Esto eclosiona a raíz del procés separatista y eso es lo que da alas a Vox en un primer momento. Eso no quiere decir que otros partidos de ultraderecha sean menos nacionalistas, pero el mensaje en otros países está supeditado a un tema importantísimo, que es el tema de la inmigración. En Vox, ese tema ocupa un lugar secundario o incluso un tercer puesto en la escala de importancia. Muy arriba estaría la defensa de la nación española y, a distancia, la inmigración.

 

 

--¿La crisis económica no ha sido determinante, por tanto, en el auge de Vox?

--La extrema derecha española, durante estas décadas, desde aquel histórico escaño que consiguió Blas Piñar en 1989, se ha descrito como una especie moribunda, como un fenómeno irrelevante desde el punto de vista parlamentario. Organizativamente ha atravesado un desierto hasta congregarse en estas siglas. Es pronto para establecer exactamente cuáles son las conexiones entre Vox y la ultraderecha tradicional, pero hay elementos que están ahí, antiguas tendencias que ahora confluyen en este partido. La crisis, especialmente dura en España, no tuvo como efecto el auge de la ultraderecha, algo que sí pasó en otros países europeos. Esta es la paradoja que nos ha tenido ocupados durante mucho tiempo. Por qué en España no parece surgir lo que sí ha brotado en otros países y se ha potenciado a consecuencia de la crisis. A esta pregunta hemos intentado responder durante décadas, pero de un plumazo hemos pasado a contestar a la otra pregunta, por qué ahora sí. Ahí es donde intento dar claves en el libro.

--¿Cómo analiza el resultado de Vox del 14F?

--El resultado se puede calificar claramente como un éxito desde el punto de vista de lo que supone irrumpir en una cámara, donde su entrada había estado vetada hasta ese momento. Analizando la procedencia de ese voto, parece que Vox ha venido a ofrecer cobijo a votantes que previamente apoyaron a otras formaciones que se caracterizaban por tener un discurso fuertemente antiindependentista. Con lo cual, de alguna manera, ese contingente importante de votos se ha desplazado su preferencia. Eso no es quitar relevancia al triunfo de Vox, pero sí que hay que situarlo en ese contexto de lo que le ha pasado a otras fuerzas que han quedado mermadas en su representación en el Parlament. ¿Qué ocurre en el conjunto del Estado? Vaticinar es muy difícil. Asistimos a la transformación de partidos, desde un bipartidismo estable a lo que ahora tenemos que, si algo es, es fluido. Hay mucha porosidad entre las formaciones políticas.

--¿Ha tocado techo?

--Vox ha elegido el tema nacional, el de la identidad amenazada por el independentismo catalán u otros movimientos separatistas en España. Pero cuando este tema deje de ocupar la actualidad política, Vox perderá apoyos de quienes justamente le han votado por ese mensaje. ¿Significa que necesariamente verá mermados sus apoyos? Vox está haciendo muchos esfuerzos por ir rellenando la oferta programática. En esta línea se puede entender esas miradas más recientes hacia el fenómeno migratorio en Canarias, por ejemplo. Vox está tratando de emular la oferta más amplia, más completa con otros asuntos también atractivos. Su capacidad de mantenerse como actor importante en la política española va a depender de eso, de realizar esa transición. Sin olvidar lo que hagan otros partidos. Vox no está solo, no opera en absoluta libertad de movimientos. Veremos cómo se aclaran esas posiciones.

--¿Cree que Vox es un partido establishment?

--No creo que Vox haya hecho demasiada bandera de este asunto, creo que es muy institucional, con vocación de ocupar las instituciones, nace con cierto rechazo a ese discurso más populista, más de “devolver al pueblo lo que la elite le ha quitado”. Si es cierto que en los años ochenta y noventa, quienes iban en cabeza adoptaban un perfil muy claramente antiestablishment. Esto pasaba en el Frente Nacional de Jean Marie Le Pen o con el Partido de la Libertad de Austria, liderado por Jörg Haider. Hubo partidos que hacían de eso su bandera, demostraban a las claras que se consideraban a si mismos como un revulsivo contra el sistema político que consideraban corrupto, trufado de malas prácticas y absolutamente desconectado con la ciudadanía. Pero la apuesta programática de Vox no va por ahí. Puntualmente hay píldoras populistas en su mensaje y se apela al pueblo que se rebela. Por ejemplo, su guerra contra el Estado de las Autonomías. ¿Eso es antiestablishment? Bueno, es ir contra la Constitución, contra las instituciones. Pero no creo que hagan bandera de ello.

--¿Qué perfil tiene el votante de Vox? ¿Es de clase alta o trabajadora? ¿O de ambas?

--Parece que, por los estudios postelectorales, hay cierta coincidencia con un perfil, más estable en Europa y que hemos visto en el votante de Trump en Estados Unidos, consistente en un varón, de nivel estudios no muy elevado y blanco. Se podría añadir otro corolario: es alguien enfadado. White angry man. En Vox no hay señales de incursiones en ese electorado obrero. Eso es algo de lo que son conscientes los dirigentes de este partido, que les puede llevar a una senda de hacer guiños a ese electorado. De no ser así, es difícil que acabe fraguando la gran alianza de votantes de clase media y clase media baja o trabajadora. Es difícil que lo hagan como sí ha ocurrido en otros países. Esa alianza, que sería atípica pues los intereses económicos de la clase media no coinciden con los de la clase trabajadora, se fragua sobre la importancia de la inmigración. De momento, como hemos dicho, falta ese nexo, es poco probable que se logre reunir el apoyo de sectores sociodemográficamente diferentes. Como, además, Vox está recibiendo votantes del PP, sí parece que haya una presencia de votantes con nivel económico más elevado. Pero, al final, de lo que nos habla esto es que debemos ser prudentes a la hora de analizar esos votantes, porque están en plena efervescencia, en pleno cambio. Se está configurando ese electorado. Y ahora mismo, Vox, más que atraer voto nuevo o primeros votantes, atrae votos de personas que habían dado apoyo a otras formaciones. De nuevo, insisto, dependerá de su futura estrategia y la de los otros partidos que intenten recuperar los votantes perdidos.

Plantón y carteles contra Vox en el Parlament

--¿Cómo analiza el papel de los medios de comunicación ante Vox? Existe un debate sobre si se debe silenciar su existencia o, por el contrario, asumir que existe un partido emergente.

--Lo veo complicado el debate. Es imposible satisfacer a todos el mundo. Por una parte es evidente que los medios debéis informar de la realidad. Y la realidad es que existe un fenómeno que se debe contar. Lo simplista sería decir que los medios deben informar con arreglo a la importancia que el fenómeno tiene, sin tratar de sobredimensionarlo. Pero esto es muy difícil. Y enlaza con lo que decíamos al principio. Es un fenómeno que vende. Las noticias sobre opciones extremistas se consumen con más interés por unas audiencias que demandan contenidos llamativos. Porque estamos sobresaturados de información, la oferta comunicativa es inmensa y hay una pelea innegable por las audiencias. Es tentador para cualquier medio cubrir de manera sistemática fenómenos relacionados con este despertar de la ultraderecha en España. Me refiero a eventos como los resultados de las elecciones andaluzas en 2018, que fueron el disparadero de Vox.

--Difícil equilibrio...

--Es difícil y sois la profesión periodística quienes tenéis más herramientas para abordar ese debate, cómo cubrir sin, mismo tiempo, otorgar notoriedad. Yo no sabría dar claves. Lo que tengo presente es lo ocurrido en otros países, como por ejemplo Alemania, donde ha habido una creencia colectiva que todo lo que tenía que ver con la extrema derecha, por razones históricas perfectamente comprensibles, no debía ser tratado ni promocionado ni difundido en medios. Pese a ello, AfD ha tenido su triunfo. Alemania, descontando Portugal y España, es el país que más tarde ha llegado a esta realidad, mientras que en otros países, la irrupción de la ultraderecha se produjo hace varias décadas. Había una conciencia de que, colectivamente, no solo desde el sistema de partidos, había que hacer todo lo posible por impedir dar un altavoz a estas fuerzas políticas. Creo que eso ha funcionado. La responsabilidad no es solo de los medios, también lo es del conjunto de sistema político, de las instituciones, que deben plantearse cómo abordar el fenómeno. Pongo un ejemplo. Hace dos semanas se han celebrado elecciones en dos länders alemanes donde la ultraderecha ha perdido una parte muy importante de votos. Eso no ha sido noticia. Lo es cuando triunfan, nunca cuando fracasan.