“Entre ERC y Junts per Catalunya gana el que tenga menos miedo a arriesgar. En eso, Esquerra siempre se achanta. Es como el control emocional del padre sobre el hijo al que le cuesta volar solo”. Es la valoración que un exdiputado del Parlament, que vivió los convulsos días 6 y 7 de septiembre de 2017 y que ahora mira la política con distancia, hace de la primera sesión de investidura de Pere Aragonès.
Sesión fallida porque JxCat consumó su venganza contra el republicano, azuzando los fantasmas del pasado --veto a la investidura telemática de Carles Puigdemont y retirada del acta de diputado a Quim Torra-- e instándole incluso a renunciar a una segunda vuelta para seguir negociando “en los próximos días o semanas”.
La sartén por el mango
Y es que, tras la sesión celebrada ayer, se constató que los neoconvergentes, como ya ocurría en tiempos de Jordi Pujol, vuelven a tener la sartén por el mango, mientras que Esquerra renuncia a marcar perfil y verbalizar una alternativa ante quienes, según palabras de la líder de los comunes Jèssica Albiach, “humillan a Aragonès y a ERC”.
El candidato republicano está lejos, hoy por hoy, a ser ungido presidente. ¿Un problema de discrepancia ideológica entre JxCat y la CUP? ¿Discrepancias por el papel del Consejo para la República? Desde la oposición apuntan que ni una cosa ni otra. El problema de Esquerra es “una pugna por el poder autonómico, ni siquiera por la hoja de ruta independentista”.
"El poder y la hegemonía", según recalcaba el popular Alejandro Fernández.
Traidores y conversos
La clave del fracasado intento de designar al futuro presidente de la Generalitat se debe a la enésima pelea por el control del Govern entre Puigdemont y ERC, en este caso liderada por Aragonès, “atrapado en su mundo”, según un dirigente socialista. Se refiere precisamente a esa incapacidad de los republicanos para soltar lastre de los convergentes, con los que solo tienen en común el ideario independentista. Y también en eso hay discrepancias, pues las velocidades en la consecución de la república catalana son diferentes.
Curiosamente, ERC lleva la independencia en su ADN, mientras que en JxCat son los conversos, los herederos de la old Convergència que abrazaron el secesionismo para tapar recortes y corrupción. Pero es Esquerra la que debe esforzarse siempre en demostrar que quiere la secesión y que no es la traidora.
Poca empatía hacia JxCat
En los pasillos del Parlament se comentaba la escasa empatía de Aragonès hacia JxCat. Comprensible, ya que el republicano sabía a qué se enfrentaba. Sus socios hasta ahora ya anunciaron que se abstendrían en la votación, lo que hacía imposible lograr la mayoría absoluta que exigía la primera vuelta.
Se valoró, eso sí, la habilidad de ERC para convencer a la CUP de firmar un preacuerdo en el que no hay fechas para implementar la independencia. Un documento que contiene un programa “radicalmente de izquierdas”. Al menos en apariencia, porque “la mitad de las propuestas son competencias estatales. Y el resto es inviable económicamente, como por ejemplo la Renta Básica Universal”, recordaba un exdiputado.
Lo dijo Aragonès: “Quiero presidir un gobierno inequívocamente de izquierdas”. De ahí que, para muchos diputados, resulte incomprensible que ERC se niegue a romper definitivamente con JxCat y prefiera “repetir un fracaso”, como aseguró el candidato del PSC, Salvador Illa. La segunda vuelta tendrá lugar el próximo martes.