Todo empezó en la Asociación Nacional de Propagandistas, una bandera del catolicismo fundada por el cardenal Herrera Oria, a la que se apegaron un grupo de democratacristianos, como Íñigo Cavero, Marcelino Oreja, Luis Otero, José María Belloch o Landelino Lavilla. Nacía el grupo que, entre 1973 y 1975, escribiría semanalmente en el diario Ya, bajo este seudónimo de Tácito. En diciembre del 73, Carrero Blanco fue asesinado por ETA y al hilo del sorprendente “no hay mal que por bien no venga”, pronunciado por Franco en su mensaje de fin de año, se nombró al Gobierno de Arias Navarro. Aquel fue un Ejecutivo con designaciones sintomáticas, como la de Paco Fernández Ordóñez, en la presidencia del INI, Monreal Luque en Economía y Barrera como subsecretario de Hacienda (la comisión semanal de subsecretarios era ya el cerebro económico del país). El aperturismo de Arias nunca coincidió con sus mensajes de halcón. A pesar de su leyenda, Arias Navarro destapó la caja de los truenos en las Cortes, al invitar a los demócratas enmascarados a jugar “abiertamente la cara del futuro de España”.
Después de aquel primer entreacto de la Transición, llegó el nombramiento de Adolfo Suárez; y con él los duros editoriales de El País contra el Gobierno neo-falangista y las protestas de Areilza y Fraga Iribarne; Suárez se convirtió en el “presidente sorpresa” de Diario 16 y en el “Estado de Decepción” de Cuadernos para el diálogo. Pero la pésima reacción de los medios no ahogó el paso al frente decidido de antemano entre la Corona y el Ejecutivo. Suárez reforzó su Gabinete con Marcelino Oreja, ministro de Exteriores, y Landelino Lavilla, como ministro de Justicia (La trayectoria política de un ministro de la Corona, de Alfonso Osorio; Espejo de España-Planeta). Todo un camino que tuvo en los Pactos de la Moncloa una de sus cumbres, y que se recuerda ahora en tiempos de zozobra.
Un canal de participación para todos
Landelino Lavilla falleció ayer a los 85 años de edad. De formación jurídica, Lavilla ingresó en el Cuerpo de Letrados del Tribunal de Cuentas y en el del Consejo de Estado, del que era consejero permanente, desde que dejó la política. La actual presidenta del Consejo de Estado, María Teresa Fernández de la Vega, lamentó su pérdida y puso el acento en la “aportación intelectual de Lnadelino, como jurista, y su lealtad constitucional en defensa del Estado social y democrático de Derecho, siempre a través del rigor”.
La transición fue un camino pedregoso con final feliz. Cuando el espíritu democrático emprendía el vuelo, una de sus mejores armas, la democracia cristiana española, expresó su profunda división y el peligro de una diáspora disgregadora. Junto a los citados miembros del colectivo Tácito se encontraban la Unión Democrática de Barros de Li; la Izquierda Democrática de Álvarez Miranda, José Cavero y Oscar Alzaga; los llamados grupos de Zaragoza, con Lacruz Verdejo al frente; el PNV de Arzalluz y Ajuriaguerra; la Unió Democràtica de Catalunya, de Antón Cañellas y Coll Alentorn, que más tarde heredaría Duran Lleida; la Izquierda Democrática de Joaquín Ruíz Giménez y especialmente, la Federación Popular Democrática de Gil Robles, que exigió la renuncia de todos lo que habían tenido cargos durante la dictadura. Fue el momento de Alfonso Osorio, Landelino y Oreja. Su fidelidad a Suárez despejó el campo y abrió una canal de participación a todos en el nuevo poder democrático, que estaba en marcha. Los cargos estaban ahí, al alcance de la mano; solo había que cogerlos y mostrar capacidad a la hora de su desempeño.
¡Qué error, qué inmenso error!
El segundo escenario de la Transición comenzó en 1977, cuando la Ley de Reforma Política era imposible de detener. La España recurrente y autoritaria se quedó en la pluma de Ricardo de la Cierva: ¡Qué error, qué inmenso error!, tituló el historiador en un artículo, muy crítico con Suárez, que hizo época. Sin embargo, dos años después de la muerte del general, el Antiguo Régimen era el pasado. Había llegado el momento de la conexión Moncloa-Zarzuela, en la que intervinieron hábilmente José Mario Armero, fundador de Europa Press, y Torcuato Fernández Miranda, Tato, el asesor plenipotenciaro de Suárez, con despacho en Castellana.
Llegó también la legalización del Partido Comunista de Santiago Carrillo, el 9 de abril del 77, pocos días después del desmantelamiento de la Secretaría Nacional del Movimiento, con Landelino como ministro de Justicia. España había superado con nota el examen de grado de las democracias occidentales, a pocos meses del ejecutivo de coalición en París (Francia) entre el socialismo francés y el comunismo de Georges Marchais, que colocaría a François Mitterrand en el Eliseo.
Carrera desde Banesto
Landelino abandonó la política y entregó su acta de diputado en el verano de 1983. En los últimos años ha atendido a los medios cuando se lo han pedido, dejando constancia siempre de su deseo de moderación. En una conversación reciente, manifestó a El Español que la subida del actual presidente Pedro Sánchez se había producido después de una etapa muy difícil para el PP, cuando “la situación ya estaba torcida” a causa de la crisis económica y de la crisis territorial planteada en Cataluña. “Todo empezó con el 15-M y Cataluña”; a criterio del destacado jurista y político se había impuesto la coincidencia de voluntades destructivas contra un sistema que, “a juicio de algunos partidos, no funciona”.
Su trayectoria profesional había empezado en el sector privado, como director general adjunto de Banesto y consejero de varias empresas participadas por la entidad. Lavilla fue nombrado subsecretario del Ministerio de Industria, en 1974, en el último gabinete de Arias Navarro. Adolfo Suárez le convirtió en ministro de Justicia y su desempeño al frente de este departamento resultó clave a la hora poner en marcha medidas más aperturistas, que culminarían con las primeras elecciones democráticas del 15 de junio de 1977. En 1979 fue elegido presidente del Congreso, puesto desde el que vivió el golpe de Estado del 23 de febrero de 1981.
"Muchas gracias, señor presidente"
Durante aquella jornada de negociaciones y conciliábulos, Landelino coordinó el Congreso con el Hotel Palace --desde donde Aramburu Topete, jefe de la Guardia Civil y afecto a la Corona, encintó al Elefante blanco, general Armada-- y con Zarzuela, donde permaneció el Rey, Juan Carlos, jefe supremo del Ejército, hasta el momento de anunciar el fin del golpe, a las dos de la madrugada. (Jaque al rey, de Santiago Merino y Julio Segura; Espejo de España-Planeta).
El entonces presidente de la cámara mantuvo varias conversaciones con el teniente coronel Antonio Tejero, al que llegó a ofrecer como rehenes a los nueve miembros de la Mesa, incluido él mismo, a cambio de que se permitiera dejar marchar al Gobierno y al resto de diputados. Tejero no accedió, pero cuando asumió el fracaso de su plan y empezaron a salir los diputados, el jefe de los golpistas le despidió con un “muchas gracias, señor presidente”, que ha servido tantas veces de coletilla a la nostalgia de los autoritarios, en una noche de invierno.