La reforma territorial de España pasa por Andalucía. Con los actores del procés de Cataluña en el banquillo, el independentismo dividido entre mantener el desafío al Estado, perpetuando así un conflicto sin salida, o reconducir la situación sin sufrir la ira de sus bases, la discusión sobre cómo establecer puentes de diálogo entre los partidos nacionalistas y los constitucionalistas oscila entre los extremos.
Hay quien cree que el enfrentamiento no tiene solución y aquellos que dibujan (con más idealismo que realismo) una salida que pasaría por la creación de un nuevo modelo de Estado, asimétrico y federal. Ésta, al menos, es la orientación que se puso sobre la mesa este fin de semana en Barcelona en unas jornadas de discusión organizadas entre representantes civiles y políticos del Sur y de Cataluña, reunidos en una iniciativa Diálogos Cataluña/Andalucía celebrada en el Palau Macaya, segunda edición de un encuentro previo celebrado hace unos meses, en vísperas del 2D, en Sevilla.
Distintos tratamientos entre territorios
La iniciativa, liderada por Jaime Lanaspa, Javier Tébar y Javier Aristu, y en la que participan académicos, políticos e intelectuales de Andalucía y Cataluña, pretende proponer salidas políticas al laberinto catalán. Y, aunque cada uno de los participantes cuenta con una posición propia sobre la cuestión que ha dislocado la política española, las líneas generales discutidas en Barcelona dibujan un escenario -teórico- en el que destacan dos conceptos: la fundación de una nueva España federal (lo que exige una reforma constitucional) y la aceptación de un modelo de Estado asimétrico, con distintos tratamientos entre territorios.
Este planteamiento teórico choca, sin embargo, con una realidad: la histórica posición que ha jugado Andalucía en el debate sobre la igualdad de las comunidades autónomas. El modelo de autonomía del Sur, construido durante 36 años por el PSOE, está en crisis. En parte, porque en Andalucía se ha producido un significativo cambio de gobierno -ahora ocupa el Palacio de San Telmo una coalición formada por PP y Cs que necesita apoyarse en Vox para mantener la mayoría parlamentaria- y, de forma algo más subterránea, porque desde posiciones independentistas empieza a verbalizarse expresamente que el papel de la mayor comunidad autónoma de España puede inclinar la balanza hacia uno de ambos lados: o mantenimiento del sistema de autonomías o la exploración -incierta- de un experimento federalista cuyo planteamiento sigue siendo tan difuso como, en buena medida, interesado.
El 'procés' ha fracasado
El procés, aunque no se formule así desde los sectores nacionalistas, ha fracasado. Sus impulsores están siendo juzgados en el Supremo y la apertura de posiciones de mayor distensión, ensayada por el Ejecutivo de Pedro Sánchez, ha terminado con el fin de la legislatura y unas elecciones adelantadas donde el grado de dependencia de los socialistas con respecto a los independentistas va a ser menor, aunque igualmente necesario. El riesgo de bloqueo indefinido de las instituciones políticas es un riesgo perdurable. Ante esta coyuntura, hay quien piensa, como Xavier Domènech, excandidato de los Comunes, que el Estado de las autonomías está muerto y debe ser sustituido por una fórmula federal plurinacional donde no todas las autonomías cuenten con los mismos derechos y poderes.
Una España a dos velocidades
La izquierda independentista postula esta fórmula, aunque suponga consolidar la idea de una España a dos velocidades. Subyace en su propuesta el deseo de recuperar el discurso del hecho diferencial catalán, aunque orientándolo ahora con otros términos. En otra dirección. El problema es que esta estrategia colisiona de lleno con el papel que Andalucía ha ejercido desde el punto histórico como niveladora de los excesos nacionalistas.
Javier Pérez Royo (i) Jordi Amat (c) y Mercedes García Arán (d) en las jornadas Diálogo Cataluña-Andalucía / CG
Digamos que, desde la perspectiva del independentismo, para quebrar (a su favor) la homologación autonómica, con las excepciones de Euskadi y Navarra, necesita, si no contar con Andalucía, que al menos ésta no presente una batalla frontal a la idea de federalización asimétrica. Las fórmulas para hacerlo posible son básicamente dos: el convencimiento de que una España con nacionalidades convertidas en Estado federados no tiene que ser injusta, sino simplemente distinta a la actual, y la exigencia por parte de representantes de la izquierda nacionalista para que Andalucía se sitúe de su lado. Esta última posibilidad se antoja una quimera.
Los desencuentros con Madrid
El Sur de España, en términos políticos, no formula sus desencuentros con Madrid, que son numerosos, en clave identitaria o en favor del desmantelamiento del actual modelo de Estado. Así ha sido durante los casi cuarenta años de hegemonía socialista y, según todas las evidencias, esta posición no va a cambiar con el tripartito andaluz, aunque su forma de enunciar este mismo mensaje sea distinta, más enfática y tradicional. El discurso no puede alterase porque, entre otros factores, colisiona con la génesis misma del relato fundacional de la autonomía meridional.
El modelo autonómico, agotado
Para los nacionalistas es un hecho el agotamiento del modelo autonómico, cuestionado tanto por el procés como por Vox, que plantea por primera vez en España desde la Transición la devolución de competencias y el fortalecimiento del centralismo. Entre ellos hay posiciones extremas, marcadas por el victimismo independentista, que insisten en calificar la defensa del constitucionalismo como un ataque global contra Cataluña, obviando que los planteamientos secesionistas no cuentan con una mayoría social suficiente o que la defensa del modelo constitucional es una posición más -en términos de sufragio, no así parlamentarios- de muchos catalanes.
Joan Coscubiela y Francesc-Marc Àlvaro asisten a las jornadas / CG
Según esta lectura, Andalucía , y otras muchas regiones de España, deberían aceptar pacíficamente que algunas nacionalidades históricas deben estar por encima de las comunes. Marina Subirats, por ejemplo, calificó el procés como un freno a un proceso de descentralización que, hipotéticamente, se estaría produciendo en España desde tiempos de Aznar. Otros, como, Bartolomé Clavero, historiador, directamente hablan del “anticatalanismo” y de la “incultura política” del PSOE de Andalucía, cuidándose, eso sí, de aplicar idénticos términos al caso catalán, donde se ha quebrantado el orden constitucional. En este planteamiento aparece de nuevo el trasfondo diferencial: lo que puede pedir Cataluña como nación se considera un “derecho histórico”; lo que hace Andalucía, en cambio, sería una muestra de un sentimiento “antivasco y anticatalanista”. Esta disparidad de tratamiento, más que argumentada, es directamente caprichosa.
El inconveniente a la solución
La posición de Andalucía en el debate territorial, perfectamente lícita, es calificada por la izquierda nacionalista como un “inconveniente a la solución del problema catalán”. Una visión desenfocada y que insiste, aunque con otra estrategia, en la obstinación del nacionalismo por sacar rédito político de un factor diferencial dudoso, cuando no directamente inexistente. El historiador Josep María Fradera, sin embargo, fue muy claro sobre la teórica solución: un Estado federal asimétrico no es un río en calma, sino en ebullición. “No hay federalismo sin conflicto con el Estado central”. Un argumento extensible a las actuales autonomías y que, por tanto, debilitan la tesis de que una federalización de España pueda ser una verdadera solución.
Las críticas y los requiebros para que Andalucía cambie de posición, más numerosas en el primer caso e inferiores en el segundo, manifestadas entre los participantes en las jornadas Con Diálogo, revelan que el independentismo sigue camuflando con otros ropajes sus viejos planteamientos políticos. Y, al mismo tiempo, evidencian su desconcierto: sin el concurso de Andalucía, o con su oposición, Cataluña nunca dejará de ser una autonomía, tampoco alcanzará un status político superior ni conquistará la independencia. La mayoría política y social de la política española se construye desde el Sur.