Convergència ha experimentado varias refundaciones y todas ellas están en el libro Auge y declive de la derecha nacionalista. Del Palau de la Música al PDeCAT (Editorial Catarata), donde Joan Marcet (Sabadell, 1950) disecciona la historia de un partido en declive que lo fue todo en Cataluña.
Marcet, profesor titular de Derecho Constitucional en la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB) y miembro del Consejo Académico del CEVIPOF-SciencesPo-Paris, fue diputado del PSC en el Congreso. Alejado de un fragor político que asegura no echar de menos, considera que las leyes de desconexión que prepara el Gobierno catalán son "una gran anomalía".
—Pregunta. En su libro, habla de las refundaciones de CDC. ¿Es un caso particular dentro de la política?
—Respuesta. Todos los partidos tienden a ponerse al día e ir construyendo su cuerpo doctrinal. Pero el caso de Convergència es un poco atípico. Desde sus inicios y durante un período muy largo estuvo marcado por el hiperliderazgo de Pujol, al que nadie se atreve a llevarle la contraria. Cuando ve que se acerca su final, busca un sucesor. Y como en el camino deja a muchos posibles herederos, como Roca, Macià Alavedra, Cullell o Duran (competidor y socio a la vez desde 1979), busca entonces a una persona de su entorno conocida, con la que ha trabado confianza, que es Artur Mas. Y aquí empieza una cierta reorientación ideológica, que se concreta con el paso a la oposición de CiU en 2003.
Joan Marcet con Crónica Global
—Durante años cuajó la idea de que CDC era Cataluña.
—CDC siempre ha tenido voluntad de ir más allá de sus propias siglas e identificar a Pujol con Cataluña. Una simbiosis de Pujol y el partido de Cataluña. El partido nacional de Cataluña.
—¿Se ha mantenido esa idea?
—Estamos en otra dimensión. El PDeCAT se ha creado por muchas razones, con nuevos dirigentes y una militancia renovada, pero con Artur Mas todavía presidente del partido. Pero aún no han creado un corpus ideológico y programático, que supongo elaborarán para un nuevo proceso electoral.
—¿Se atrevería a decir en qué se convertirá?
—CDC siempre se ha mirado de reojo con ERC. Desde el principio, cuando ve un partido histórico que no se sabe qué papel va a jugar. En los ochenta le hicieron el abrazo del oso y absorbieron su electorado y casi el partido. Después vieron en ERC un competidor porque fue penetrando en los ámbitos electorales de CiU. ¿PDeCAT tiene que situarse de nuevo como el gran partido de centroderecha, catalanista pero no estrictamente independentista? Lo veo difícil, pues sería dar un paso atrás, y quienes tienen las riendas del partido son personas que ya han hecho la transición del autonomismo al soberanismo. Esto tiene difícil vuelta atrás. Hay un espacio vacío que será difícil de rellenar.
—Hay quien piensa que ERC puede llenar ese espacio de centralidad…
—Oriol Junqueras no lo tiene fácil. Nunca ha escondido que tiene una vocación independentista, con una orientación algo más social, no está situado en el centroderecha, sino en el centroizquierda. Ocupar el espacio central con la fuerza con que lo hizo CDC es difícil. ERC será un partido importante, todos los indicios lo indican, y tendrá un papel destacado en el desarrollo de Cataluña. Pero no se sabe si será una Cataluña que jugará un papel en la política española o estará en una órbita distinta.
—¿Convergència nació o se hizo independentista?
—CDC siempre se ha definido como nacionalista, mientras que el catalanismo es un sentimiento transversal. Prácticamente todas las opciones políticas, incluido el PP, tienen ese elemento. Quizá Ciudadanos fue el partido que nació con menos vocación, pero también se ha ido modulando. El nacionalismo, en cambio, es una opción política clara. Pero en un principio se entendió como un medio de alcanzar las más altas cotas de autogobierno dentro de España. Y contribuir a la gobernabilidad de España.
—¿Cuándo comienza a cambiar eso?
—Con la ruptura entre CDC y UDC debido a la deriva independentista de los convergentes. Convergència nunca tuvo empacho en ayudar a PP y PSOE a gobernar, pero ha ido evolucionando en función de sus intereses electorales. De 2003 a 2010, el tránsito hacia el soberanismo se hace de forma paulatina, empujado por fuerzas internas, sectores más jóvenes, y también por la competencia con ERC, que le quita electorado.
—El expolio del Palau de la Música también sería determinante...
—Es un elemento que colaboró en la imagen deteriorada de CDC y en la necesidad de que se hiciera un cortafuegos respecto a la etapa de Pujol y su entorno. Es un elemento más junto al caso 3%, o la mala praxis en la financiación del partido.
—Comenta en su libro que el independentismo tiene elementos de populismo.
—Hay elementos claramente populistas. Yo sé que esto puede molestar, pero también se dice de otros partidos y no pasa nada. Existen elementos muy visuales que lo demuestran, como que Artur Mas se pusiera al frente de la gran manifestación en 2012, convocara elecciones y se presentara con el lema “la voluntad del pueblo”. Una imagen mesiánica que apela al populismo. También lo es estar pillados ahora por una mayoría parlamentaria tan exigua como la CUP. Como constitucionalista me preocupa el desdén por lo que viene de España, que también es populismo. Criticar reiteradamente la calidad de la democracia española y asegurar que la independencia sería la panacea, es lo que define esos tintes populistas.
El independentismo cree que tiene una superiordad moral respecto a otras opciones, algo que ocurría históricamente con la izquierda en Europa
—Un estudio del Instituto de Ciencias Políticas y Sociales de la UAB, que usted dirigió, publicó un informe titulado '¿O catalanistas o fachas? La influencia del eje nacional sobre la percepción de los partidos catalanes en el eje izquierda-derecha'. ¿Cree que ese mensaje ha calado en Cataluña?
—El independentismo cree que tiene una superioridad moral respecto a otras opciones, algo que ocurría históricamente con la izquierda en Europa. Y hay unas altas dosis de intolerancia respecto a aquellas personas que no comulgan con ese ideario. Eso es lo que provoca esa confrontación entre dos visiones de Cataluña, que ni una ni otra son unívocas. Hay matices en ambas opciones.
—En su libro califica a Artur Mas como tecnócrata. ¿Entonces Puigdemont qué es?
—Es una persona con una trayectoria profesional relativamente corta en el mundo del periodismo subvencionado. Me resulta difícil calificarle, porque no le conozco suficientemente. Salta de alcalde de Girona a presidente de la Generalitat para sorpresa de propios y extraños.
—Usted es profesor de Derecho Constitucional, ¿qué opina de la tramitación oculta de la ley de transitoriedad (conocida como de desconexión) que planean las formaciones independentistas?
—Desde un punto de vista jurídico es una anomalía total. Es impensable que una cosa que tiene que estar en vigor en unas pocas semanas se guarde bajo siete llaves y se hurte a las formaciones políticas del Parlamento de Cataluña para impedir el debate. Desde el punto de vista político que cada uno valore, pero desde el punto de vista jurídico, es totalmente insólito. Lo sorprendente es que se pueda pensar en un referéndum para septiembre sin saber con qué base legal y organizativa, o con qué es entramado electoral se va a realizar. Todo es una gran incógnita.
Lo que hace falta es que se pongan de acuerdo las fuerzas políticas para reformar la Constitución. Alguien ha dicho que “al final habrá que votar, pero votar un acuerdo, no un desacuerdo”, que es lo que ahora está encima de la mesa
—¿La salida es la reforma de la Constitución?
—El mecanismo de reforma está previsto en la propia Constitución y no hay más que aprobarlo. Ya se ha reformado dos veces en los últimos meses. Lo único es ponerse de acuerdo en el alcance. O es una reforma profunda, dando una orientación federal o territorial, actualizando los aspectos que han quedado desfasados en el terreno de los derechos o las instituciones, como puede ser la Corona, que son opciones que plantean Podemos o PSOE. O buscamos algo más breve y conciso sobre un nuevo encaje de Cataluña en la Constitución. Es decir, la famosa propuesta de Herrero de Miñón de introducir una disposición transitoria que contemple la singularidad o excepcionalidad de Cataluña, según una visión plurinacional de España. Lo que hace falta es que se pongan de acuerdo las fuerzas políticas. Alguien ha dicho que “al final habrá que votar, pero votar un acuerdo, no un desacuerdo”, que es lo que ahora está encima de la mesa.
—¿Echa de menos la política?
—Es difícil apartarse del todo de la política. Como constitucionalista y politólogo no he podido apartarme.
—Me refería al fragor de la batalla parlamentaria.
—El fragor de la batalla sí que no lo echo de menos en absoluto.