A nadie escandaliza la afirmación de que la Constitución necesita cambios. La delegada del Gobierno en Cataluña, Teresa Cunillera, así lo aseguraba ayer en un discurso en el que reivindicó la vigencia de la Carta Magna "sin renunciar a construir puentes y plantear reformas de consenso". Por el contrario, la inmersión lingüística es intocable. Sugerir su flexibilización es anatema para el independentismo más extremista que representa Quim Torra, quien ha anunciado que no acudirá a los actos de celebración de la Constitución.

Tampoco se le esperaba, pues a estas alturas de legislatura –apenas han pasado dos años, pero es tan cansina que parece eterna— ya se sabe que el presidente de la Generalitat se ha convertido en el político más demagogo de la historia de España. En lugar de buscar un acercamiento con los sectores empresariales, culturales y sociales, Torra opta por el plante –ausencia en los Premios de Foment y de Planeta— y la fractura –alegato a favor de la polarización social, el sacrificio e incluso el martirio--.

Todo ello, como se sabe, convenientemente estimulado por el excelente servicio que hacen los responsables de TV3 a la causa. La última excusa para no garantizar la pluralidad ideológica de los contenidos de la televisión pública es la ausencia de documentales de calidad que ofrezcan una visión no independentista. Es increíble que ningún directivo de ese gran ente que es TV3 haya visto Federal, el excelente trabajo del periodista Albert Solé, quien apuesta por el diálogo y las soluciones federalistas frente a la “locura identitaria”, la guerra de banderas y el cierre de fronteras. Sirva este ejemplo como homenaje a Jordi Solé Tura, ponente de la Constitución y padre de Albert de cuyo fallecimiento se cumplen esta semana diez años, como recordaba Joaquim Coll en esta columna.

"Es doloroso que te acusen de antipatriota por no ser independentista", explicaba a Crónica Global el autor de Federal –ganador en 2009 de los premios Goya y Gaudí por su documental Bucarest, la memoria perdida, dedicado a su progenitor—, poco antes del estreno de esa producción.

Antipatriota suena incluso amable respecto a otros calificativos que vinieron después: traidor, demófobo, fascista… Existe un independentismo ultra empeñado en levantar muros lingüísticos, políticos y sociales. La combinación es tan explosiva que da lugar a que una exconcejal convergente acose a una trabajadora recién llegada de Brasil porque no entiende el idioma catalán. Que Torra se dedicara en el pasado a escribir textos supremacistas es grave, pero lo realmente alarmante es que quien tuvo responsabilidad pública señale públicamente a una trabajadora.

No es pacifismo, no. Ni mucho menos una revolución de las sonrisas, que lo que da es risa. Es odio. Puro y duro.

Como el demostrado por el activismo más intransigente contra el fiscal coordinador de delitos de odio de Barcelona, Miguel Ángel Aguilar, profesional discreto que siempre ha huido de los focos y que lleva dos décadas dedicado a la lucha contra la homofobia, el racismo y contra la discriminación ideológica. Sin embargo, la imagen de Aguilar fue aireada por esos radicales en las redes sociales bajo la frase "Desenmascaremos el fascismo". No les gustó que investigara el agresivo boicot al homenaje a Cervantes celebrado en junio de 2018 en la Universitat de Barcelona.