Las democracias liberales sufren en estos años una enorme erosión. Sus mecanismos garantistas son lentos, es preciso deliberar y llegar a acuerdos. En situaciones de urgencia aparece el fantasma del autoritarismo, porque se considera más eficaz y efectivo. Menos debates y cháchara y más acciones y medidas implementadas a toda velocidad. Pero en Occidente la democracia liberal sigue teniendo enormes ventajas para los ciudadanos. Y siempre con la necesidad de fiscalizar todas las medidas que tome el Gobierno de Pedro Sánchez, en relación a la enorme crisis sanitaria y económica que ha provocado la pandemia del coronavirus, es preciso defender un modelo que costó tantos años, vidas y penurias conseguir en España. Es decir, la democracia debe ser defendida y fomentar los grandes acuerdos.

Esa apuesta por la democracia liberal implica que debe existir una oposición, pero también que debe primar un consenso no escrito que permita la acción de gobierno. Ha sido el abandono de esa cultura política la que ha provocado la transformación de la política en una lucha entre buenos y malos, en una bronca permanente, que es, precisamente, la que ha dado alas a los partidos populistas. Fue la consideración de una guerra contra los demócratas, iniciada por los republicanos en Estados Unidos, contra la presidencia de Bill Clinton, la que ha derivado con los años en el triunfo de un populista como Donald Trump.

España fue un buen modelo de que se podía llegar a acuerdos entre diferentes. La cultura política de la transición, con hombres como Adolfo Suárez, Felipe González o Santiago Carillo, permitieron la recuperación de la democracia. Pero con los años se olvidó pronto que lo más importante en las democracias liberales no son sus constituciones ni su aparato legal, sino esas reglas no escritas sobre cómo debe articularse la relación entre Gobierno y oposición.

El PSOE ha cometido muchos errores, y los comete ahora también Pedro Sánchez. Pero es el PP en los últimos años, el que ha dudado más sobre cuál debe ser su papel. En estos momentos tan angustiosos se ha producido una gran paradoja. Esta misma semana el portavoz del grupo parlamentario del PP en el Senado, Javier Maroto, sentenciaba que Sánchez es “el peor presidente del Gobierno de la historia de la democracia”. Y Pablo Casado oscila entre ofrecer su mano a Sánchez y advertir de que no aprobará los siguientes decretos del Ejecutivo en el Congreso que pasarán, entre otras medias, por alargar dos semanas más el confinamiento de la ciudadanía por la pandemia del virus.

Pero es que resulta que en mayo de 2007, José María Aznar, el gran padre espiritual de una gran parte de la derecha española, señalaba al entonces presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, como “el peor presidente de la democracia española”. Y añadía –recuerden el contexto en ese momento-- que “en sólo tres años nos encontramos de nuevo con la corrupción y ya no hay guerra sucia como antes, pero sí claudicación ante la banda ETA”.

Cuando España pasó por uno de los momentos más críticos de esa historia de la democracia, en mayo de 2010, a punto de ser rescatada, con advertencias muy serias de la Comisión Europea, --España llegó a la crisis financiera y económica de 2008 con el 38% de deuda sobre su PIB, es un dato que se debe recordar-- Rodríguez Zapatero no pudo contar con el apoyo del PP para convalidar el real decreto-ley de medidas de ajuste del gasto público que había aprobado en el Consejo de Ministros. Zapatero logró el aval con la abstención de… CiU, entonces liderada en el Congreso por Josep Antoni Duran Lleida.

¿Y el PP? Votó en contra. El objetivo era derribar al Ejecutivo socialista, cosa que acabó pasando en las elecciones de 2011. Pero no aquel día, en el que lo conveniente era implementar medidas rápidas. También votó en contra el PNV --¿partido de Estado?-- y Esquerra Republicana. Zapatero sacó adelante el decreto-ley por un voto; gracias a la abstención de CiU, Coalición Canaria y UPN.

La pregunta que surge es, entonces, ¿quién es el peor presidente de la democracia para el PP, Zapatero o Sánchez?, ¿o es siempre el peor presidente cuando se está en la oposición? ¿Dónde está el PP? ¿Todos los presidentes del PSOE son los peores de la historia de la democracia? Porque contra Felipe González, aunque ahora la derecha lo añore, también se lanzó una dura campaña de acoso. 

Hay reproches que se deben expresar contra el Gobierno de Sánchez. Claro. Pero el PP de Pablo Casado debe saber dónde está en estos momentos. Olvidarse por completo de quién está a su derecha y demostrar que puede ser un aliado leal del Gobierno. Sólo de esa forma podrá luego exigir cuentas al Ejecutivo socialista. No se trata de saber qué es lo más conveniente para el propio partido –que también es importante-- sino saber qué le conviene al conjunto del país. Hay millones de españoles que observan los pasos de cada una de las fuerzas políticas desde sus domicilios. Y los mayores se acuerdan de los Pactos de la Moncloa y de un señor muy serio que se llamaba Enrique Fuentes Quintana. ¿A qué espera Casado?