Que las elecciones a la alcaldía de Barcelona se diriman en un duelo entre Jordi Graupera y Manuel Valls es una pésima noticia. Parece que ambos posibles candidatos se limitan por ahora a calibrar sus posibilidades, pero de confirmarse sus aspiraciones, la Ciudad Condal se convertiría oficialmente en un nuevo campo de batalla del independentismo. En un escenario donde perpetuar una política de bloques que poco o nada contribuye a coser heridas.

Mientras Graupera personifica al más genuino representante de la tendencia neocon que ha arraigado en el secesionismo --neoconvergentes, neoconservadores--, Valls aterriza como su némesis, es decir, como el azote del nacionalismo europeo. Filósofo el primero, historiador el segundo, estos presuntos alcaldables parecen llamados a protagonizar una segunda vuelta de las elecciones catalanas del 21D, que fructificaron en un Parlament dividido en dos, símbolo de la fractura social que ha provocado el procés.

Ciudadanos quiere jugar fuerte en los comicios locales. Porque tiene posibilidades y porque no gobierna ninguna alcaldía. Barcelona es el objetivo. De ahí que Albert Rivera lleve meses preparando la operación Valls. En silencio, dicen. Nadie cuestiona la experiencia política del exprimer ministro francés, hijo de exiliados españoles, que también fue alcalde de Évry. Pero gestionar la capital catalana no es tan fácil. Y conocer las complejidades metropolitanas, todavía menos. Dispone de un año para dar soluciones a los desaguisados de Ada Colau. Pero Valls tiene gran parte de ese camino allanado. Sería injusto no reconocer la labor que, durante estos tres últimos años, ha realizado el grupo municipal de Ciudadanos, liderado por Carina Mejías, que ha sabido sacarle los colores a la alcaldesa en cuestiones como el trato de favor con los antisistema, el acoso al sector turístico o la ausencia de una política de vivienda. A Mejías le honra su discreción y su deportividad.

Valls tiene gran parte del camino allanado. Sería injusto no reconocer la labor del grupo municipal de Cs, liderado por Carina Mejías, que le ha subido los colores a Colau en cuestiones como el trato de favor con los antisistema, el acoso al sector turístico o la ausencia de una política de vivienda

Dice la concejal que lo importante es arrebatar a Colau una ciudad en retroceso. Pero también, y esto va por Valls y Graupera, hablar de los problemas que preocupan de los barceloneses. No crearlos. Una ciudad tan abierta, tan ajena hasta ahora a los debates identitarios, no puede sucumbir a las dinámicas de la presión independentista. Graupera y su propuesta de lista única así lo pretende. Le falta el plácet de PDeCAT y ERC, pero no parece que su candidatura unitaria despierte demasiado entusiasmo. Derrocha una intelectualidad que, bajo el tamiz de la tertulia, no genera empatía. Al igual que Valls, reside desde hace años en el extranjero, en su caso Estados Unidos. Los convergentes son muy hábiles en eso de fabricar líderes en tiempo récord --Artur Mas, Carles Puigdemont…-- pero no hay pruebas de que eso funcione en unas municipales.

Valls, Graupera... ¿Hay alguien más? ERC, con Alfred Bosch al frente, partía como favorita en las encuestas, pero tal como ocurrió el 21D con el efecto Puigdemont, la irrupción del filósofo puede truncar esas expectativas. Y el PSC, con Jaume Collboni proclamado ya candidato, que teme otra sangría de votos hacia Cs. Va a ser complicado, pero en sus manos está romper esos bloques pétreos que se vislumbran en el horizonte barcelonés en favor de amplias alianzas. Respecto al PP de Alberto Fernández, pintan bastos.