La política española está marcada desde hace años por todas las disputas de poder que se han sucedido en Cataluña. El proceso independentista fue una realidad, se intentó, aunque sin mucha convicción, esperando un momento de aquellos que cambian la historia, pero, en realidad, la palanca que movía a los principales dirigentes nacionalistas era el poder, el mantener o conseguir el gobierno de la Generalitat, y todo lo que depende de ello. Hay, claro, motivos estructurales y necesidades por parte de aquella parte de la sociedad catalana que considera que el estado de las autonomías no ha sido suficiente, que se trataba, en la transición, de plasmar una España con nacionalidades, y no con 17 autonomías que han provocado, de hecho, disfuncionalidades importantes. Otra cosa, sin embargo, fue el despropósito que se impulsó, principalmente desde 2015, por parte de la Generalitat y que culminó con la declaración de independencia del 27 de octubre de 2017.

Y ahí es donde sucedieron cosas que todavía no se han resuelto. Lo más positivo de los indultos es que los dirigentes independentistas, ya en casa, se verán confrontados con la realidad. Se podrán contrastar con ellos todos sus argumentos, y quien debe explicarse más y mejor es Oriol Junqueras, que se ha caracterizado por sus silencios, por despistar al personal, por esconder la mano. Sobre sus hombros pesa, --en estos momentos en que el Gobierno de Pedro Sánchez se juega la legislatura con su aproximación a ERC-- una gran paradoja: ¿Prefirió Junqueras tener el poder en la Generalitat, dejando a los exconvergentes en la estacada, sin asumir el riesgo de una confrontación social en Cataluña?

Hay que recordar algunos hechos. Junqueras no se decantó por la convocatoria electoral que había decidido Carles Puigdemont, después de muchas presiones y de su propia convicción personal, pero tampoco se inclinó por la declaración de independencia. Simplemente calló. Y dejó a otros dirigentes de ERC que hicieran una labor muy sucia, desde Marta Rovira –a grito pelado rechazando las elecciones ante un perplejo Puigdemont-- a Gabriel Rufián con sus monedas de plata, pasando por Carme Forcadell, que ha asumido el coste de lo que hizo, --“salió mal’, ha dicho-- pero que no quiso acompañar al expresident en el Pati dels Tarongers como le había pedido en el momento en que quería anunciar la convocatoria electoral. Forcadell le pidió, “con un tono muy duro”, como relata Màrius Carol en su libro El camarot del capità, por qué motivo se debían convocar elecciones. “Porque no somos suficientes, porque con el 47,5% no aguantaremos”, le respondió Puigdemont.

¿Qué se pretendía? Es la cuestión central, que se debe tener en cuenta ahora por parte del PSOE y del PSC si se quiere evitar el fracaso. Esquerra jugó en aquella legislatura con una sola idea: presionar a los ahora Junts per Catalunya, a los exconvergentes de siempre, para que fueran ellos los que echaran el freno, con el objetivo de arremeter contra ellos y esperar una amplia victoria electoral. Junqueras actuó con un ‘ni sí, ni no’, que tome todas las decisiones Puigdemont y después ya pasaremos cuentas.

Pero todo acabó fatal, y con una pérdida de confianza manifiesta entre las dos fuerzas políticas independentistas.

Esquerra quiere rectificar. El propio Junqueras ha dado muestras de ello, sabedor de que los republicanos, en los momentos clave de su historia, siempre han tomado la peor decisión. Pero sin decir la verdad, sin admitir los errores, sean estratégicos o personales, no se podrá comenzar de nuevo. Y el líder republicano ha decidido, por ahora, mantener esa ambigüedad, que le permite no afrontar la realidad, no constatar que se puso por delante una posible victoria electoral –para ganar de una vez a los convergentes de siempre, que son unos profesionales del poder-- a la estabilidad de todo un país.

No hubiera costado nada, si de verdad se quería a ese país, que Junqueras hubiera apoyado en aquel momento a Puigdemont. Con unas nuevas elecciones, la sociedad catalana se habría ahorrado toda la tensión posterior, que provocó, entre otras cosas no menores, la entrada en prisión de sus principales dirigentes.

Señor Junqueras, se puede volver a comenzar, pero antes hay que decir la verdad.