Si alguna lección nos ha dejado el procesismo es que, para presidir un gobierno, no basta con tener “dotes para las bajas intrigas y las pequeñas artes de la popularidad”, que decía Alexander Hamilton, uno de los padres fundadores de Estados Unidos. Para ello se requieren otros méritos y, sobre todo, talento. De momento, Pere Aragonès ha demostrado que su único mérito para gobernar Cataluña fue sumar a los partidos independentistas para que votaran su investidura --le costó, eso sí--, pero talento para mantener esa unidad, tanto en su legítima aspiración a la república catalana como para gestionar el día a día, no parece que tenga. Superados aquellos tiempos de desafío separatista, el Parlament es hoy el escenario de culebrones salariales y guerra de Aragonès con sus socios, tanto los originales (Junts per Catalunya y CUP), como los sobrevenidos (los comunes).

Sobre el cruce de reproches entre el exletrado mayor de la Cámara, Antoni Bayona, y la secretaria general, Esther Andreu, lamentar que se nos deje con la miel en los labios, porque todo apunta a que la polémica sobre las licencias de edad solo es la punta del iceberg de intensas pugnas internas entre ERC y JxCat. Hay que felicitar a Joan Ridao, exletrado mayor, por haberse apartado a tiempo de esas turbulencias, de las que parece disfrutar la presidenta del Parlament, Laura Borràs.

Las discrepancias entre independentistas no sorprenden demasiado, pues una cosa es compartir utopías identitarias y otra mantener firme el timón, no hacia Ítaca, sino a ese mundo real pospandémico que exige ideas claras en materia de política social y económica.

Ahí es donde el dirigente republicano se ve obligado a hacer juegos malabares para sacar adelante unos presupuestos de la Generalitat, sin el apoyo de la CUP y gracias a los comunes, prometiendo al mismo tiempo que su compromiso con el 52% de unidad secesionista está intacto. O defender una mesa de diálogo con el Gobierno que rechazan los cupaires y Junts per Catalunya, mientras aboga por armonizaciones fiscales que también desagradan a los neoconvergentes, aunque cuenten con el visto bueno de PSOE y Podemos. ¿Nos siguen?

Ojo que tampoco está la relación de ERC con Jéssica Albiach para tirar cohetes: la confluencia de izquierdas no quiere oír hablar de la candidatura de Cataluña a los Juegos Olímpicos de Invierno, un tema que ayer permitió a Aragonès cumplir a rajatabla con el libro de estilo secesionista y echar la culpa al Estado por la falta de inversión en infraestructuras en el Pirineo. Lo dijo a modo de “no tengo más remedio que apoyar ese proyecto” que, por otro lado, esperan los alcaldes de esa zona de la Cataluña vacía como agua de mayo.

Como se ve, detrás de esa candidatura hay muchos Juegos malabares por parte del president. Perdón por el juego de palabras (¡otra vez!), pero recurrir a una consulta ciudadana como fórmula para evitar pronunciarse dice poco de un líder político. Y resulta contradictorio con las declaraciones del propio Aragonès, quien afirma haber recabado el sentir favorable del territorio. Es lo que vulgarmente se dice “marear la perdiz”. Por no hablar de ese supremacismo deportivo de la también republicana, Laura Vilagrà, cuya gran aportación al proyecto es subestimar el papel de la Comunidad de Aragón.

Efectivamente, las intrigas independentistas proporcionan cinco minutos de popularidad, pero no sirven para gobernar a 7,5 millones de personas. Como mucho, permiten ganar tiempo y algún que otro titular mediático. Pero a efectos prácticos, ni Cataluña avanza hacia la independencia ni tiene gestores valientes.