Hay que ver la prisa que había en general para dejar atrás el 2020 y lo movido que ha comenzado el 2021. Otro vendrá que bueno te hará. El coronavirus está disparado y, para colmo, asistimos al inicio del fin de Estados Unidos como primera potencia mundial. En menos de un lustro, los equilibrios de poder habrán cambiado a escala global, pero, ahora, llegó el momento de revivir en el Capitolio escenas que en Cataluña conocemos bien.

Solo el tiempo dirá si las graves escenas vividas en el corazón de EEUU son como nos está llegando en estas primeras horas o hay gato encerrado. Sorprende la facilidad con la que los asaltantes accedieron al siempre ultraprotegido centro del poder legislativo del primer país del mundo y, si bien es cierto que el mismísimo Donald Trump da por válidos esos apoyos, tampoco se puede descartar que sea un movimiento muy bien planteado para terminar de enterrar al incómodo y populista presidente saliente. Ya se verá.

Se sabe, eso sí, que comparar lo vivido en el Capitolio con los momentos más lamentables del procés (el referéndum ilegal del 1-O; la ocupación del aeropuerto de El Prat; el asedio al Departamento de Empresa) te convierte en el peor fascista de todos, porque la causa justa solo es la propia, y lo que hagan los demás está mal. Será por ello que algunos de los más ultras del independentismo catalán, los compañeros de Carles Puigdemont, los mismos que en su día vieron en Trump un ejemplo (caso de Joan Canadell), borran ahora esos mensajes de las redes sociales. El trumpismo los ha cogido con el paso cambiado y nadie quiere saber nada. Tampoco Puigdemont.

No obstante, tienen razón: no es lo mismo lo visto en el procés que el asalto al Capitolio. Al menos, en las formas. Allí ha habido cuatro muertos; aquí solo saltó algún ojo. Pero se han producido escenas muy similares, como el caso de los dos hombres subidos sobre un coche policial en EEUU y el de los Jordis encima de un vehículo de la Guardia Civil; los hiperventilados haciéndose selfis de sus proezas; y la aparición de frikis. Aquí tenemos a un payaso y a un hombre que planta cara a los antidisturbios con movimientos de kung-fu, y allí cuentan con un ciudadano vestido de búfalo y con Batman. Muy americano.

Parece que nadie se atreve a comparar el procés con el trumpismo y, si bien el parecido de las formas es discutible, no lo puede ser el fondo. En ambos casos actúan del siguiente modo: un líder nacionalpopulista promueve un golpe de Estado desde las instituciones; si sale bien, es que el pueblo (manipulado) ha vencido, pero, si sale mal, nadie se hace responsable del daño causado, toca hablar de represión y suplicar la amnistía. Eso sí, qué blandos son los policías estadounidenses con los asaltantes y qué duros los españoles con los demócratas de las sonrisas. Lo que se conoce como ver la astilla en ojo ajeno y no la viga en el propio.

El mundo está inmerso en un cambio de era. EEUU caerá y China tomará el relevo de forma oficial. Mientras, Europa está en tierra de nadie, dividida y a expensas de lo que hagan esos gigantes. Sería buen momento de tomar la iniciativa y sacar la cabeza, pero los dirigentes están más pendientes de serlo que de ejercer como tal. Por cierto, ¿a nadie le sorprende la censura de Twitter y Facebook a Trump? Que Xi Jinping silencie a sus ciudadanos está mal, pero que una empresa privada haga lo propio con el presidente más importante del mundo está bien... También las grandes televisiones cortaron el discurso de Trump en el que hablaba de fraude electoral. ¿Quién maneja el mundo? Hay que ir con cuidado; la línea de la libertad es frágil.