Reinventarse. Esta ha sido una de las grandes recetas que se han dado en los últimos años en España a los millones de parados que han vivido en primera persona el drama de la crisis. Emprender en un nuevo negocio. El discurso de reciclarse a través del autoempleo ha propiciado que en julio pasado hubiera más autónomos en España que en 2009, según los informes de la patronal ATA. Concretamente, 3,25 millones de trabajadores dados de alta en el RETA frente a los casi 3,21 millones del inicio de la crisis.

El problema es que no todo el mundo vale para ser emprendedor. Así lo reconocen los empresarios de éxito que han triunfado en el difícil mundo de las start ups. Empresas que nacen con una gran dosis de ilusión y de inversión personal en todos los aspectos, desde el económico hasta la dedicación, pero que tienen una tasa de mortalidad muy alta. Menos del 5% de las compañías sobrepasan los tres años de vida.

Detrás de cada liquidación de una empresa hay un pequeño --o gran-- drama. La frustración de un proyecto en el mejor de los casos y la apuesta incluso del patrimonio personal más básico cuando la cuestión se complica. Algo que está al orden del día en los tribunales mercantiles, encargados de gestionar miles de pequeños concursos de acreedores que se abren y casi se cierran al mismo tiempo por la inexistencia de activos a los que se les pueda exprimir algo de valor para sufragar las deudas.

¿Se debe desincentivar el ser emprendedor? No, pero sí dar una imagen más clara de lo que es iniciar una aventura empresarial. Los mentores critican el bajo nivel de conocimiento incluso en casos de emprendedores con una idea de negocio prometedor. La falta de una formación básica empresarial se traduce en que en multitud de aceleradoras de empresas --sí, se han multiplicado de forma exponencial en Barcelona en pocos meses-- se trabaje casi más en consolidar la parte administrativa que en potenciar los puntos disruptivos de las start ups.

El falso discurso de la innovación sirve como cortina de humo para no hacer frente al gran debate laboral de este país, el de los salarios. La Organización Internacional del Trabajo (OIT) ha sido la última en asegurar que España está en condiciones de subir las retribuciones de los trabajadores, de forma especial las más bajas. Por ello recomienda elevar el mínimo interprofesional hasta los 1.000 euros pero en tres años, en línea con las reclamaciones de la CEOE.

En el informe mundial que la institución ha dado a conocer este martes asegura que nuestra productividad ha mejorado en los últimos cinco años. ¿Qué efecto ha tenido sobre los salarios? Sólo en 2017 bajaron otro 1,8%. España se consolida en la precariedad y en la vieja fórmula de ganar competitividad a base de recortes en la nómina, a pesar de los efectos en la contracción de la demanda interna. Parece ser que la reinvención recomendada para los trabajadores aún no ha llegado a los empresarios.