La multipremiada película Alcarràs, de Carla Simón, es la elegida para representar a España en la próxima edición de los Óscar, según se conoció este martes. Y, rápidamente, los principales representantes del nacionalismo catalán salieron en tromba a recordar el origen de la obra y de la directora, al tiempo que destacaron la gran noticia que supone “para Cataluña” esta elección. En paralelo, desde el PSC hicieron hincapié en que la cinta “exporta la riqueza lingüística” de España, en palabras del mismísimo presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, dado que el filme es en catalán.
Bien, ya sea por h o por b, parece que Alcarràs genera consenso entre los críticos de cine y entre los políticos, y estos últimos, en particular, deberían tomar nota de este extremo en lo que se refiere al aspecto lingüístico. Mientras Rosalía atrae al Sant Jordi a seguidores de toda España que se conocen al dedillo la letra de Milionària (la canción en catalán más escuchada de la historia), la película de Simón es, posiblemente, la obra más internacional en este idioma. ¿Y? Pues que, mientras el independentismo hace trampas para reducir el castellano al mínimo en la escuela con una supuesta finalidad de proteger la llengua, resulta que hay otras maneras de lograr este objetivo sin pisotear el español. En efecto, el catalán –que nunca había tenido tantos hablantes como ahora, por cierto– prevalecerá a base de (buena) cultura que atraiga a miles de adeptos, que puedan tener interés en aprenderla y en cuidarla. Por el contrario, la imposición que pretenden ciertos sectores produce el efecto contrario, el rechazo, como se está viendo.
El curso ha comenzado relativamente tranquilo –salvo por el susto de Jordi Pujol–, con el independentismo cada vez más dividido, pero sin muchos alaridos, con una Diada separatista en mínimos, y sigue este domingo, precisamente, con una manifestación a favor de una enseñanza pública bilingüe en Cataluña. Una manifestación necesaria, porque hay que plantar cara a los reiterados abusos del secesionismo, pero que no oculta el problema de raíz, que es el politiqueo idiomático. Por eso, más que nunca, más Alcarràs y menos imposiciones.