Es la nueva economía, estúpido. Ese podría ser el título para un análisis sobre lo que ocurre en todos los países occidentales. Los cambios tecnológicos, la irrupción de nuevos talentos, las ideas para superar los canales de distribución tradicionales, todo ha provocado un salto de tal magnitud que las administraciones no saben cómo gestionar. Ocurre en el transporte, como se ha visto con el conflicto de los taxis y los conductores de VTC, sucede con los supermercados, implica al sector de la música y de los libros y los medios de comunicación, y afecta también a la vivienda, un producto que se considera casi de lujo, perfecto para invertir, especular y generar rentas atractivas. ¿Es consciente el poder político de que si no atiende ese nuevo fenómeno, si no sabe reaccionar, la propia democracia puede tener un problema serio?

En España el problema de la vivienda se centra en unas pocas ciudades. Sí, es cierto. Y eso es generalizable a otros países. Pero es que en las grandes metrópolis es donde se genera el intercambio de ideas, experiencias, modelos de negocio, el crecimiento educativo, las oportunidades económicas y el debate político. Las administraciones, en Cataluña y en el resto de España han decidido que todo eso lo debe decidir el mercado, que entrar en una supuesta regulación o intervención es cosa de otros tiempos. Pero es un problema también en París, en Londres, en Roma, en Milán, en Amsterdam, o en Berlín, además de Madrid, Barcelona, Málaga o San Sebastián. Nadie sabe qué hacer, o nadie quiere afrontar el espinoso problema.

Aunque el populismo que ha arraigado en buena parte de Europa y en Estados Unidos no sólo se explica por motivos económicos --hay factores identitarios, de falta de horizontes vitales--, los relacionados con el acceso a la vivienda son especialmente importantes. Existe un motivo central, que apuntan expertos como Yascha Mounk --alemán de padres polacos-- que tiene en cuenta el origen geográfico. Si la gran ciudad es un espacio de oportunidades, éstas se pierden y generan perdedores:

“A medida que avanza el proceso de gentrificación de los barrios céntricos, muchas personas que se criaron en esas zonas urbanas se ven expulsadas de ellas y privadas así de sus antiguas redes sociales de apoyo y de las oportunidades económicas que las grandes ciudades tienden a brindar. Al mismo tiempo, a muchas personas que se criaron en áreas rurales menos ricas se las condena a quedarse permanentemente fuera de las regiones más productivas del país, lo que dificulta aún más que mejoren su situación económica previa”, señala en su libro El pueblo contra la democracia.

¿Es exagerado considerar ese factor como un elemento clave del auge del populismo? Los altos porcentajes de los salarios destinados al alquiler de las viviendas, en el mejor de los casos --la compra en las grandes ciudades comienza ser algo únicamente posible para los grandes inversores-- lleva a esa conclusión de Mounk.

La idea que defiende este profesor, director ejecutivo del Instituto Tony Blair para el Cambio Global, es que “el exorbitante coste de la vivienda hoy en día es uno de los motivos más importantes del estancamiento de los niveles de vida en América del Norte y Europa occidental. Si derrotar al populismo depende en buena medida de potenciar entre los ciudadanos un mayor optimismo con vistas al futuro, un elemento esencial (y urgente) para lograr tal fin será una reorientación radical en la política de vivienda”.

Hay medidas posibles. Los técnicos señalan que no es algo tan complicado. Ayuntamientos como el de la ciudad de Viena, o, incluso París, con un 20% de viviendas públicas, demuestran que el poder político tiene un sentido. No hacer nada, u ofrecer la percepción de que la política es incapaz de afrontar cambios, de mejorar el horizonte vital de los ciudadanos, es lo que degrada la democracia.

Porque si el poder político no puede solventar cuestiones tan básicas, que están relacionadas con la dignidad de la persona, ¿para qué queremos un sistema democrático, para qué tenemos el poder de elegir a nuestros representantes en las administraciones? Eso es lo que está en juego en los países occidentales, los que se vanaglorian de sus sistemas democráticos, pero que luego no ofrecen las mismas oportunidades a sus ciudadanos.

La vivienda debería situarse en el centro de todo. Pero se pasan la pelota de unos a otros. Ahora que se acercan las elecciones municipales sería una buena oportunidad para que el poder político muestre su orgullo, y pueda convencer a todos --populistas incluidos-- de que la democracia es el mejor de los sistemas políticos posibles. Ada Colau, y todos los candidatos a la alcaldía de Barcelona, o Carmena y los alcaldables por Madrid: llega la hora de comprometerse.