Nada puede oler a podrido en esta Dinamarca del sur, porque el ADN catalán está limpio de maldad. Nada que ver con los vecinos españoles, zafios y abruptos. De ahí que nadie pueda imaginar, ni por un momento, que Laura Borràs pueda haber cometido un delito. Nunca será una política presa, sino una presa política, pues existe una ley no escrita, según la cual, ser convergente te otorga inmunidad para hacer, cuanto menos, trapicheos.

“Si me atacan a mí atacan a Cataluña”, aseguraba el ya nonagenario Jordi Pujol en referencia a su procesamiento sobre el caso Banca Catalana. El expresidente se libró de la cárcel entonces y ahora, porque aunque prosperara una imputación por blanqueo de dinero en relación a aquellas cuentas ocultas en Andorra, su longevidad impedirá ver al fundador de CDC entre rejas.

Pujol y Borràs, que asegura ser de izquierdas pero tiene los vicios clientelares de la derecha catalana, son arropados por los suyos, que atribuyen las investigaciones judiciales a la persecución de un Estado opresor que la tiene tomada con los catalanes. Parafraseando a Roosevelt y Kissinger, “Pujol es un defraudador, pero es nuestro defraudador”.

La diputada de Junts per Catalunya presenta hoy alegaciones en la Comisión del Estatuto de los Diputados del Congreso a la petición del suplicatorio del Tribunal Supremo. Sin embargo, todas las miradas están puestas en ERC, que hace años acuñó el lema mans netes frente a una CDC acorralada ya por los casos Palau y 3%. Los republicanos se inclinan por apoyar la retirada de la inmunidad de Borràs, lo cual provocaría la enésima crisis entre los socios de Govern.

¿La definitiva? No está claro, porque incluso JxCat ha manifestado que el voto favorable de ERC al suplicatorio no tiene por qué implicar necesariamente una crisis de gobierno. Quim Torra, como explicábamos en Crónica Global, no quiere que la Justicia española le convoque elecciones, mientras que los republicanos siguen sin atreverse a soltar lastre de los neoconvergentes. Posiblemente porque no despegan en los sondeos, porque es posible que, de ganar las elecciones, vuelvan a coaligarse con Junts.

De ser así, podría asegurarse que, definitivamente, la corrupción convergente no pasa factura en Cataluña. El oasis catalán era eso, tapar la financiación irregular de CDC mediante un entramado de empresarios y altos cargos atados por el intercambio de favores, para luego atribuir las investigaciones judiciales al Estado opresor. ¿Cómo interpretar entonces el fraccionamiento de contratos y los correos electrónicos intercambiados entre Borràs y su amigo, el traficante de drogas? Pues como pequeños detalles sin importancia ante una causa mayor y más excelsa: la independencia.

Ya lo dijo en su día Joan Iglesias Capellas, un inspector de la Hacienda española a quien el expresidente Artur Mas encargó sentar las bases de la independencia fiscal: el catalán es más nórdico y, por tanto, no es necesario aplicar un sistema coercitivo como el español para que pague impuestos. El catalán, en definitiva, cumpliría con el fisco en una república independiente porque es expresión de su conciencia nacional.

Algo raro debió ver Oriol Junqueras cuando, al asumir la vicepresidencia económica, se cargó a Iglesias.