El Banco Sabadell ha dado plantón a un BBVA que no estaba precisamente eufórico con su fusión. Era el mercado y las administraciones los principales valedores de una operación que nunca se planteó como la integración de dos entidades financieras con un mínimo de igualdad. El equipo presidido por Carlos Torres tenía en marcha una adquisición en toda regla.

El principal dolor de cabeza en Las Tablas era diseñar la digestión de todos los activos del Sabadell (de hecho, el requisito que ha llevado a la ruptura es que se quitaran de encima TSB), y no se incluían demasiados nombres propios en esta ecuación. El BBVA se ha acostumbrado a quedarse el negocio de bancos que estaban condenados a la desaparición y que requerían un salvavidas lo más pronto posible.

Con el Sabadell pretendían repetir la operación, pero el escenario era algo distinto. La entidad catalana sí que cuenta con un plan de negocio que puede ser incluso viable. Difícil de pelear en un entorno regulatorio cada vez más enfocado a grandes transatlánticos que puedan capear mejor las crisis, pero no ficticio. Y así se reivindicó a los inversores minutos después de anunciar que la negociación se rompía para frenar un desplome en el parqué.

No fue suficiente. Es cierto que en las últimas semanas se habían revalorizado, pero si algún accionista esperaba que fuera más allá de los 0,45 euros del 17 de noviembre para hacer caja ahora lo tiene más difícil. No se cerró la semana con los 0,26 euros de mayo, pero incluso los analistas más optimistas sitúan en poco más de 0,40 euros el valor objetivo de las acciones. Es ciencia ficción que recuperen el precio de hace un año, cuando se negociaban a 1,09 euros.

Con todo, más allá de la especulación en el parqué, el plantón supone todo un correctivo al BBVA. Ambas entidades reivindicaron que la operación debía dar valor a los accionistas, pero el freno no ha sido la ecuación de canje en sí. Viene porque los de Torres pretendían pagar en cash los títulos del Sabadell y tomar sin oposición alguna el control de la Torre de Diagonal. Con una cesión: dejar un despacho a Josep Oliu y nombrarlo vicepresidente.

Esas eran todas las concesiones que hacían no solo al Sabadell como entidad, sino a Cataluña como territorio. Es uno de los grupos financieros con mayor presencia en la comunidad gracias a operaciones inorgánicas destacadas. En 2014 se hizo con Catalunya Banc (Caixa de Catalunya, Tarragona y Manresa), solo dos años después de quedarse a Unnim (Caixa Sabadell, Terrassa y Manellu). Su primera incursión en la autonomía a golpe de cartera fue con la absorción de Banca Catalana en 1988 por parte del entonces BBV.

Toda esta dimensión debería propiciar un arraigo importante del banco en Cataluña que fuera mucho más allá de dos informes sobre su evolución económica, la gestión de la fundación La Pedrera y un consejo de sabios. Pero eso es lo máximo que entienden en Las Tablas de cercanía con un territorio. Apuestan más por comprar, digerir y buscar otra oportunidad.

Hace tiempo que dijimos que BBVA era un banco sin alma. El liderazgo de Francisco González aún pasa factura y su centralismo mal entendido llega al punto de que fuera de las secciones de economía no se entendía que se le denominase “banco vasco”. Su sede social está en Bilbao, sí, pero en los planes que se urden desde los despachos nobles se ve poco más que las vistas de una zona wannabe de la capital.

La Vela tira y quizá sí que se diseña un producto a la vista competitivo o se da con la fórmula para vender más seguros y alarmas, el negocio al que se empuja el sector al consolidar los tipos en negativo. Pero Torres y su consejero delegado, Onur Genç, no entienden una demanda social que en esta última crisis ha eclosionado: que en un mundo totalmente internacionalizado y conectado es más necesario que nunca cuidar a lo local. Sin eso, serás un grupo con un gran número de activos dentro y fuera de balance y con una solvencia cómoda, pero sin el alma necesaria para ganarte a tus clientes.