La normalidad con la que la prensa --especialmente las cabeceras nacionalistas-- asume los actos violentos del independentismo catalán empieza a ser preocupante.
Es cierto que Cataluña no se ha convertido en Kosovo con la aplicación del 155 ni con la celebración del juicio a los encausados por el intento de secesión ilegal de otoño de 2017. Pero no es menos cierto que la violencia ya es una característica habitual de las movilizaciones promovidas por el nacionalismo catalán.
El sábado pasado, con motivo de las contramanifestaciones independentistas convocadas en oposición al acto de Vox en Barcelona, se pudo comprobar nuevamente. Los secesionistas radicales --al abrigo de los CDR y de Arran, los cachorros de la CUP-- lanzaron piedras y botellas a los Mossos y a simpatizantes de la formación ultra, acosaron y agredieron a varios manifestantes de Vox, quemaron contenedores y formaron hogueras y barricadas en la vía pública.
Los extremistas sembraron su paso con varios heridos de diversa consideración entre mossos y asistentes al mitin de Santiago Abascal. Uno de estos, con la nariz reventada y dejando un reguero de sangre en la calle, tuvo que ser trasladado de urgencia al Hospital Clínico para poder atajarle la hemorragia.
Sin embargo, la mayoría de medios recogieron estos actos violentos como si fueran hechos marginales, tangenciales, secundarios, intrascendentes e, incluso, justificables. “Altercados”, “protestas”, “alborotos”, “tensión”, “incidentes” o --los más atrevidos-- “disturbios” son algunos de los calificativos utilizados por la prensa nacionalista para describir lo ocurrido, que evitó en todo momento utilizar el término violencia.
Lejos de lo que tratan de vender los dirigentes independentistas, la violencia del nacionalismo catalán no es residual. Al contrario, es una constante que florece en muchas de las manifestaciones a favor de la secesión desde antes del 1-O. De hecho, los Mossos están en el punto de mira por responder con contundencia a los radicales.
Minimizar o blanquear esta realidad solo puede conducir a su intensificación, especialmente en los próximos tiempos, en los que el movimiento nacionalista sufrirá en sus carnes un aumento de la frustración para cuya digestión no está preparado.