En otoño de 2017, en los momentos más intensos del procés, cuando la aplicación del artículo 155 de la Constitución parecía inminente e inevitable, algunos terceristas se echaban las manos a la cabeza y advertían: “Si el Gobierno activa el 155, esto será como Kosovo”. Muchos equidistantes temían que el independentismo tomaría las calles de Cataluña y que la violencia sería insoportable.
Finalmente, tras la declaración unilateral de independencia (DUI) del 27 de octubre, el Senado, a iniciativa del Gobierno, aprobó el temido artículo --en su versión más light, todo sea dicho, sin meter mano a la educación ni a los medios de comunicación de la Generalitat-- y no pasó nada. Al contrario, las elecciones autonómicas del 21D se desarrollaron con normalidad, la Generalitat funcionó de forma correcta y la calma fue la tónica dominante durante los poco más de siete meses en los que el 155 estuvo en vigor. La verdadera desinflamación llegó con el 155. Y los agoreros se quedaron desconcertados.
Ahora, a las puertas del juicio del procés, cuando los líderes independentistas amenazan con respuestas contundentes en caso de condenas para los acusados de rebelión o sedición --Torra ha vuelto a advertir de que es posible otra DUI y Puidemont dice que esta "todavía es válida"--, los terceristas vuelven a mostrar sus miedos. “Como haya sentencias muy duras, esto será como Kosovo”, repiten temblorosos. Y claman para que el Tribunal Supremo sea clemente, por el bien de todos...
Qué triste es pasarse la vida pidiendo perdón por existir.
Desconozco si el Supremo condenará a los encausados por el procés y desconozco, en caso de que haya penas de muchos años de cárcel, cuál será la reacción del secesionismo, pero nunca se debe tener miedo a que el Estado democrático de derecho actúe, nunca se debe ceder ante los radicales por temor a su respuesta.
De hecho, eso es lo que los diferentes gobiernos llevan décadas haciendo. La estrategia del contentamiento con el nacionalismo, de realizar concesiones para ver si así se calma, si así se integra, si así se logra el “encaje”, es la que nos ha llevado a esta situación.
Lamentablemente, cuando los equidistantes manifiestan sus temores ante la posible reacción de los nacionalistas, también están justificando sus acciones. Insinúan que algo de razón tendrían si responden con furia a un 155 indefinido o a unas largas condenas por el intento de secesión unilateral. Se muestran comprensivos con ellos.
De momento, la frustración indepe solo se ha traducido en varios autos excrementales contra los juzgados. En cambio, la división entre nacionalistas nunca había sido tan profunda como ahora, ni las movilizaciones tan escasas.
Que no se preocupen los terceristas. La experiencia nos ha demostrado que el independentismo radical solo se ha replegado ante la fortaleza del Estado, no ante sus muestras de debilidad.