Al mismo tiempo que nos bombardean con mensajes para que interioricemos que deberemos adaptarnos a la nueva normalidad que nos impongan, resulta que contemplamos una anormalidad política que nos han colado por la puerta de atrás y con la que también tenemos que vivir y sufrir: nuestros políticos no se ponen de acuerdo ni ante una pandemia.
Es sorprendente y penoso que en un arco parlamentario tan amplio y plural no haya dos partidos con algo en común. Ni siquiera los dos que constituyen el Gobierno, aliados a la desesperada. Y ante tantas opciones entre las que elegir, la política española se ha convertido en un sálvese quien pueda. Todo son movimientos y estrategias pensadas en el beneficio personal, que no del personal; tácticas para evitar que se vayan los pocos electores que concentra cada fuerza.
La polarización ha llegado a unos extremos en los que el partido que vota la propuesta de otro se convierte en sospechoso. Asimismo, tampoco es digno aquel que permite que una formación de ideología antagónica, o más radical dentro del mismo espectro, vote a favor de sus iniciativas. Los partidos (alguno más que otros) miden cada paso para que nadie los vincule a otros de posturas extremas.
Parece que hay que justificarse por votar lo mismo que el enemigo (sí, enemigos; dudo que si solo fueran rivales o simples personas que piensan distinto estuviéramos donde estamos), aunque sea por el bien común de la ciudadanía. Solo se les pide una tregua. A todos, sin excepción. Aunque la cosa no es nueva: ya ERC votó en contra del Estatut catalán, ¡igual que el PP! Hubo lío.
En mitad de este desierto ha crecido una palmera. Inés Arrimadas ha dejado a un lado todas sus diferencias y Ciudadanos le ha brindado su apoyo al Gobierno de PSOE-Podemos para prorrogar el estado de alarma. No importan las siglas, sino el gesto: en este caso, el interés común prima sobre el resto, en especial en momentos como el actual. No creo que sea un posicionamiento gratuito, pero por algo se empieza. Tal vez este movimiento llega tarde para la formación naranja, pero ojalá sirva para que los demás tomen nota y comiencen a acercar posturas. Esperemos que no sea un espejismo.
Por ahora, el gesto de los demás parece complicado. Como no podía ser de otro modo, el acercamiento de Ciudadanos al Gobierno le ha costado diversas críticas (y numerosos elogios), incluso de personas que formaban parte de su partido, con el argumento de que se ha convertido en el “salvavidas de Pedro Sánchez”. Pero también Podemos ha recibido lo suyo por ser parte de ese acuerdo con una formación con la que nada tiene que ver. ¡Quién les hubiera dicho que ello ocurriría!
Y para redondearlo aparece el sedicioso Oriol Junqueras, en vísperas de salir de prisión unas horas para trabajar en el monasterio de Poblet, amenazando con volar por los aires todo puente si el Ejecutivo se apoya ahora en Cs y aparca las conversaciones con el independentismo —movimiento que lo único que persigue con esa mesa de diálogo es romper España—. Por cierto, tiene guasa que sus socios de Govern digan que Ciudadanos nació para dividir a los catalanes. A eso, siendo prudentes, se le llama ver la astilla en el ojo ajeno.
Resulta curioso que el mundo de la política se parece cada vez más al deportivo. Algunos espacios informativos recuerdan a las tertulias futboleras nocturnas. Algunos periodistas parecen militantes de una formación concreta. En el Congreso, tres cuartos de lo mismo: los políticos salen a jugar para ganar su partido goleando al contrario. Se da la paradoja de que, mientras las rivalidades en el fútbol son cada vez más sanas, en la política ocurre todo lo contrario.