La política del pimpampum vive horas bajas. Aunque en Madrid no hay visos de que los principales actores políticos --sobre todo aglutinados a la derecha-- tengan la mínima intención de levantar el pie del acelerador.
Las disputas que se viven a 600 kilómetros son cada vez más encarnizadas. Presidentes de partidos, de gobiernos y hasta fiscales y jueces bajan con poco reparo al barro y se acuerdan hasta del primo del adversario de turno. Hasta hace poco, Cataluña también vivía enfangada.
Hoy, la historia es distinta, y esta semana ha sido una muestra de ambas realidades. En Junts llevaban un año fantaseando con instrumentalizar la reunión con Salvador Illa para devolver a Carles Puigdemont a la gloria por un día, o varios.
Lejos de ello, su posición de inferioridad y el curso natural de las cosas en la Cataluña posprocés no le han dado margen alguno a un actor enormemente ágil para sacar rédito de estas situaciones.
El poco ruido previo que ha levantado la cita ha sonado artificial, forzado y se ha disipado con la complicidad demostrada por ambos dirigentes la primera vez que se han visto las caras.
Otro gallo cantaría si el interlocutor desplazado a Bruselas hubiese sido un Pedro Sánchez en busca de apoyo a los presupuestos. Pero Cataluña está apaciguada.
Una conclusión también evidenciada por la lección Giró. La dimisión del exdirectivo de La Caixa demuestra que los posconvergentes no han sabido leer que el momento exige algo más que el culto al líder: moderación y espíritu constructivo.
La formación --en ocasiones partícipe del pimpampum que Illa censura de un tiempo a esta parte-- haría bien en ir más allá de un comunicado de siete líneas en el que expresa una supuesta sorpresa y actualice su proyecto.
Es hora de que Carles Puigdemont y Jordi Turull se planteen cómo puede acabar la formación de la que son presidente y secretario general si esta sigue entregada a la radicalidad. Campo en el que jamás podrá competir con cierta vecina incómoda que, también indepe y aún más a la derecha que ellos, ha derribado la puerta sin llamar.