Mientras Barcelona se vende como la capital mediterránea de la modernidad, su Govern juega al arqueólogo normativo. Presume de innovación, pero en ocasiones parece que estuviéramos en 1985, empeñado en preservar un ecosistema del taxi con más nostalgia que eficiencia. Lo llaman “modelo catalán”; lo que no dicen es que cada vez se parece más a una reliquia gremial, con más protecciones que el mercado laboral de la siderurgia o el naval en plena reconversión.

Y ahí llega Salvador Illa. Nuevo president, nuevo estilo. Gobernar, ha demostrado, no es solo ocupar el despacho de Palau. Gobernar es gestionar contradicciones. Gobernar es tomar decisiones. Gobernar, sobre todo, es arriesgar. Lo ha hecho ya con la ampliación de El Prat —enfrentándose a resistencias internas y externas—, demostrando que tiene pulso, que no vino a pasar el rato. Es su primer gran éxito. Y ahora, le toca demostrarlo otra vez: con los taxis y los VTC.

Porque aquí seguimos, en pleno 2025, temblando ante la bocina de Tito Álvarez. El patrón de Élite Taxi vuelve a la carga con estudios apocalípticos sobre un supuesto “colapso” del sector. Spoiler: el colapso no viene por exceso de coches, sino por escasez de decisiones. Tito amenaza, bloquea, acampa, y la política catalana, dócil y obediente, le prepara café y le da la razón. Todo muy dialogado, eso sí, con olor a chantaje bajo la mesa.

La Generalitat ha prometido más licencias… pero solo para taxis. Como si el progreso fuera incompatible con Uber. Como si Barcelona, capital europea, tuviera que vivir como si París, LondresBerlín fueran planetas de otra galaxia. La disrupción tecnológica es bienvenida en todos los sectores, salvo en uno: el taxi, especie protegida por decreto autonómico. Nadie protegió a los colmados cuando llegó Amazon, ni al videoclub cuando irrumpió Netflix. Pero al taxi se le custodia como si fuera patrimonio inmaterial de la humanidad, como una religión.

Y no, el taxi de hoy ya no es el de antes. No siempre es limpio, ni puntual, ni amable. Probar suerte a las tres de la tarde en pleno centro de Barcelona pidiendo un taxi por app es el equivalente urbano a la pesca con caña: paciencia, suerte y resignación. ¿Hay trabajo para todos? Sí. ¿Hay demanda para coexistir? También. ¿Lo impide alguien? Solo una minoría ruidosa y un Govern que, por ahora, prefiere el aplauso de los de siempre al interés general.

Presidente Illa, esta es su encrucijada. Puede ser recordado como el estadista que modernizó la movilidad, o como el gestor que agachó la cabeza ante el ruido. Lo moderno no es blindar lo viejo: es tener el coraje de integrar lo nuevo, de regular con sensatez, de abrir espacios a la competencia y al talento. Y si no se enfrenta a los Tito Álvarez del mundo con la determinación que exige el liderazgo, aquella ironía sobre su Govern como un gobierno de peluches; dejará de ser un chiste de columnistas para convertirse en triste epitafio institucional.