El delegado de la Generalitat en Perpiñán, Christopher Daniel Person (Cervera, 1992), ha atraído las iras de nuestros guardianes de las esencias al negarse a utilizar el término Catalunya Nord para la zona del sur de Francia en la que ejerce sus competencias.

Según él, si esa zona es denominada por el Estado francés como Pirineos Orientales, él no es nadie para rebautizarla con intenciones patrióticas y expansivas.

A mí se me antoja una decisión de lo más razonable, pero a los independentistas les ha sacado de quicio dado que, según ellos, el delegado de la Generalitat en Cataluña está obligado a ser indepe y a practicar el pancatalanismo.

Los portavoces habituales del soberanismo, como el inevitable Agustí Colomines, no quieren a alguien que viva en el mundo real para el cargo de delegado en Perpiñán, sino a un fanático que se pase por el arco de triunfo la evidencia de que la Cataluña Norte es el sur de Francia desde el tratado de los Pirineos de 1659. Por eso exigen el cese fulminante del señor Person, petición a la que se suman los que le precedieron en el cargo.

Cuando se vive en los mundos de Yupi (o de Peyu), todo lo que se mueva en el mundo real es susceptible de irritar. Además de Colomines y los exdelegados en Perpiñán, aquí se han rasgado las vestiduras los partidos políticos (ERC, Junts y la CUP reclaman el cese de Person), los columnistas de los digitales del ancien regime y todo el establishment indepe, que no pasa por su mejor momento, pero conserva intacta su capacidad de indignación. Según tout ce joli monde, al sur de Francia hay que llamarlo Catalunya Nord por narices. Cualquier otra denominación te convierte, ipso facto, en un botifler, un españolazo y un desgraciat.

Esta situación es típica de lo que viene siendo el mundo al revés. Un político utiliza la denominación correcta de una zona geográfica y los chifladitos que viven en una realidad paralela se le echan encima. Es como si los que creen que dos más dos son cinco pidieran que se hiciera callar a los que insisten en que dos más dos son cuatro.

Cual personajes de Lewis Carroll, nuestros soberanistas consideran que la realidad es lo que a ellos les conviene que sea. Y, desde luego, prefieren priorizar una denominación a preguntarse por qué nuestros primos del norte votan a Marine Le Pen con el entusiasmo con que lo hacen.

Como llevan décadas tergiversando la realidad y tratando de imponer criterios delirantes, nuestros indepes no se bajan del burro, aunque la realidad los haya puesto en su sitio.

Gracias al chantaje permanente al que someten al presidente del Gobierno español, creen que están más vivos de lo que realmente están. Las cosas han cambiado y ellos se resisten a reconocerlo. Por eso reaccionan ante todo como si aún estuviésemos en el momento álgido del prusés y se atreven a exigir el cese de alguien que lo único que ha hecho, como habitante del mundo real que reconoce la existencia de los estados, es utilizar la denominación oficial para referirse a su presunta zona de influencia.

Por eso espero que Salvador Illa haga oídos sordos a las exigencias de todos los Colomines, los Partales y las Raholas de este mundo y confirme al señor Person en su cargo. O, directamente, que cierre la delegación de la Generalitat en Perpiñán, que no sé para qué sirve (como la de París). Como intuyo que eso es poco probable, que por lo menos tengamos en el sur de Francia a un representante que no sea un talibán procesista capaz de confundir sus delirios y sus deseos con la realidad.

Lo siento, indepes, pero hasta nueva orden, la Cataluña Norte atiende por Pirineos Orientales o el sur de Francia. Algo que no creo que quite el sueño a todos esos votantes de Marine Le Pen que pueblan la zona.