El armadillo es uno de esos animales que podemos considerar raros, sin casi nada que se les parezca en la faz de la tierra. Su nombre es sencillo: procede de añadir la terminación -illo (que no -illa, ni siquiera en las hembras) a la palabra armado, pues eso es lo que parece que hace cuando se enrolla sobre sí mismo: armarse. Y eso es lo que parece también hacer el nacionalismo catalán en estos tiempos que corren: encerrarse a la espera de momentos más propicios para sus intereses.

No obstante, hay quienes analizarán mejor la situación política catalana actual, de nuevo semibloqueada, pues no hay candidato a la vista para la investidura. Por el contrario, se puede poner el foco en aquello que nos une, y la lengua nos une, por más que algunos pretendan usarla como arma de división. Veamos. Sin ir más lejos, la palabra armadillo es la misma en castellano que en catalán; de hecho, es uno de los seis vocablos españoles que recoge el Diccionari de l’Institut d’Estudis Catalans (DIEC).

Los otros cinco son el juego de azar monte, la variedad de bolero parado, la moneda peso, la seguidilla y el tabasco. Es curioso, de acuerdo, aunque no deja de sorprender el interés de los lingüistas en reducir al mínimo esta riqueza, pues otras lenguas nutren el DIEC con muchas más palabras que el castellano. Y no solo el inglés, cuestión obvia en cierta medida para la introducción de neologismos tecnológicos. Sin ir más lejos, el francés aporta 18 términos al diccionario catalán. ¡El alemán, ocho!

Por el contrario, el castellano –y no será porque no es una lengua rica por sí misma– es mucho más generoso y abierto en este sentido, y toma prestadas del catalán muchas más palabras, aunque adaptadas al español. De este modo, en el Diccionario de la Lengua Española se encuentran, sin ir más lejos, alioli, añorar, barraca, buchaca, cantimplora, esquirol, capicúa, faena, guante, manjar, retrete y hasta viaje, entre otras. Amnistía, por cierto, procede del griego.

En resumen: la lengua es riqueza y evoluciona por sí misma, sobre todo en los tiempos tan globalizados que corren. Tratemos de respetarla, conservarla, protegerla, pero que ello no implique nunca la exclusión de otro idioma, en especial si es uno hermano y cooficial.