Las elecciones de hace una semana dieron la puntilla al procés. Las urnas hablaron claro y, hoy por hoy, sólo Carles Puigdemont parece obcecado con exigir al PSC que se abstenga y facilite que sea restituido como presidente de la Generalitat. El anuncio de que asistirá a la investidura es necesario para regresar a la Cataluña de finales de mes, una vez se apruebe la ley de amnistía. Pero más allá de las necesidades individuales del líder de Junts, este escenario parece poco probable.

Salvador Illa intentará el gobierno en solitario y sólo la posibilidad de otras elecciones frenan el inicio de las negociaciones. Las conversaciones se iniciaron poco después de la misma noche electoral, pero nadie dará un paso por miedo a la repercusión que pueda tener en los comicios europeos del 9 de junio. Un día después se tiene que constituir el Parlament y, como se han iniciado las conversaciones por debajo de la mesa, se espera que para entonces las cesiones y transacciones estén ratificadas. Y los guiños de ese momento dirán mucho del futuro de la legislatura.

Las necesidades del calendario electoral se imponen de nuevo a las de Cataluña. La atonía que ha implicado en todos los campos la década del procés está clara y se respira optimismo entre la sociedad catalana más harta de la confrontación. Especialmente entre las organizaciones y ciudadanos más pegados a fines productivos, que tanto ansían la estabilidad. Contrasta con la de los organismos y entidades que han vivido a costa de proclamar que la independencia estaba al alcance de la mano durante 10 años, que ahora ven un escenario horroroso para Cataluña.

En la negociación del futuro de la Generalitat pesará lo de siempre. Los posicionamientos políticos quedan empañados por la importancia de las sillas. En este capítulo, el más necesitado es ERC. Los republicanos han dado una lección de diligencia a la hora de asumir responsabilidades por su debacle sin paliativos en las urnas. El castigo del 12M sigue al de las municipales, donde se quedó con un poder muy mermado en todo el territorio.

Voces del partido reconocen que negocian la investidura del próximo presidente de la Generalitat con una mano atada a la espalda. ERC no puede situar a sus cuadros al resguardo de las entidades municipalistas, y su gobierno ha adolecido de eso mismo, de perfiles con experiencias solventes en la gestión pública. Cabe recordar que recurrieron a la CUP.

La política catalana está de nuevo en una efervescencia máxima. Se buscan claves para interpretar el futuro y, en este contexto, el Círculo de Economía celebra su principal evento del año, la Reunión. Es desde hace décadas un espacio de encuentro distendido del empresariado catalán, la mejor fórmula para que se den debates y donde el poder económico catalán se mueve y demuestra el momento de salud que atraviesa.

El problema de este año es que la actualidad política ha arrollado los planes del presidente, Jaume Guardiola, y de su mano derecha, Miquel Nadal. Ambos se complementan y son defensores de debates profundos, sosegados, con miradas largas y que vayan más allá de nuestras fronteras. Por esto han intentado dar forma a un programa que ha recibido críticas por ser grandilocuente y quedarse con Xavier Sala-i-Martí de conferenciante.

En su defensa se tiene que decir que el programa se confeccionó antes de la convocatoria electoral. Y no les ha apretado tanto el zapato como ocurrió en 2019, bajo la presidencia de Juan José Brugera, cuando el momento del país propició que se diseñaran unas jornadas de última hora con las principales voces políticas de España. Ese año, Pablo Iglesias fue la estrella. El líder de Podemos estaba en su momento de popularidad álgido.

Cinco años después, la inestabilidad política aún es la marca de la casa. El programa no se ha cambiado y el gran reto de la organización es que los participantes no se queden en un rincón del Palau de Congressos de Catalunya para mantener sus propios debates (los políticos) en lugar de participar de forma activa en las sesiones.

El Círculo de Economía aún se recupera de sus propias turbulencias internas. Las últimas elecciones abrieron un debate que toma la temperatura a la influencia real del lobby. Ahora, está en máximos. Guardiola y Nadal pasan de nuevo un examen con una reunión que clama por “impulsar la productividad y el bienestar en tiempos de cambio”, tal y como reza el disclamer. Deben demostrar que esta máxima supera en interés a la “anormalidad institucional” de Cataluña que la propia cúpula del Círculo quiere finiquitar.