La Copa América de vela en Barcelona no tiene quien la vigile. A falta de nueve meses para que zarpe la primera regata nadie sabe quién se encargará de velar por la seguridad de equipos participantes, su entourage técnico de cien personas y los miles de fans que aterrizarán en la Ciudad Condal.
Y la cuestión no es menor. Lo explica en privado el máximo alto directivo de una empresa de hostelería: "No habrá suficientes hoteles ni restaurantes de lujo en la ciudad para acoger a tantos aficionados con ganas de gastar". Faltarán suites de miles de euros la noche, bufés que emocionen y espectáculos que llenen horas libres. Porque sí, el público que vendrá beneficiará a la ciudad, pero será elitista.
Y, en este contexto, nadie lo dice en público, pero en privado ya se comenta, y mucho. La Copa América teme a la Barcelona chunga. Se sufre por, por ejemplo, por los estadounidenses que acudirán en masse a la urbe y a quienes esperarán pacientemente los grupos organizadísimos de ladrones de relojes de lujo. Colectivo que ya se ha convertido en un visitante más de la capital catalana, hasta que se llegó al punto de saturación en 2022, admiten en off the record fuentes policiales. Algo que provocó que los Mossos tuvieran que crear un grupo de combate específico. Los resultados de esta task force hablan por sí solos: cuatro robos con violencia de pelucos carísimos al día. Más los que no se denuncian.
¿No se lo creen? Pregunten en la UT-1 de la Guardia Urbana de Barcelona, la que trata de pacificar Ciutat Vella. Y solo lo consigue a medias. Los relojeros llevaron a los Grupos de Delincuencia Urbana de cráneo el pasado verano, y eso que contaron con el apoyo de la policía catalana. Porque el incentivo era demasiado jugoso: hurtar un Patek Philippe de 100.000 euros a un turista y revenderlo casi al instante por 50.000 euros en algunos puntos de la megápolis que son casi vox populi.
Los ladrones de relojes son un fenómeno --hubo "alarma social", admiten desde el sector de la seguridad-- que se suma a los insistentes carteristas, a los narcopisos, a las agresiones sexuales y al turismo de delincuencia voyou que ha comenzado a llegar desde el sur de Francia. Y frente al que detenciones e infracciones administrativas "no sirven de casi nada", explica un veteranísimo policía. La multa jamás llega, y la comparecencia judicial futura es un castigo risible: "Se elude".
En este contexto, sí, hay temor. En el seno de la Copa América hay desconcierto por quién protegerá a los participantes y sus legiones de fans. El impacto turístico y reputacional en Barcelona será titánico, pero nadie está hablando de quién garantizará la seguridad. Al contrario, se trabaja con tremenda cautela, aunque se conoce que, por ejemplo, la Guardia Urbana pierde el 40% de efectivos en junio y julio por vacaciones del cuerpo. El asueto policial no se cambiará, y la reposición no es efectiva en estos momentos.
En anteriores grandes eventos en Barcelona, los refuerzos policiales se comunicaban a meses vista, recuerdan experimentados policías. Algunos exalcaldes de la ciudad eran "muy previsores".
Esta vez, no. Nadie sabe aún quién vigilará la Copa América. Lo que sí se sabe es que ya ha habido un choque entre administraciones por vigilar el litoral entre embarcaciones, la zona que más saldrá en televisión. Debe ser cuestión de prioridades.