En el número 6 de la calle Jesús i Maria de Sant Gervasi, a tiro de piedra del bulevar burgués de la avenida Tibidabo --el paseo que inspiró a Zafón--, mora la Fundació Grifols. Desde allí, la entidad sin ánimo de lucro creada por los fundadores de los laboratorios homónimos velan por la bioética en la investigación científica.
La Fundación ocupa la que fuera la primera sede de la empresa. Honra al creador de la firma, Víctor Grifols Lucas, padre de Víctor Grifols Roura, actual presidente honorífico de la multinacional de hemoderivados. Se trata, también, de una de las contribuciones sociales de la cotizada, que ha regresado a beneficios en 2023 tras unos años de fuertes turbulencias.
Desde el cuartel general de la fundación y andando apenas diez minutos por la elegante calle Muntaner, se alcanza la Clínica Estivill, el hub del sueño del doctor Eduard Estivill, el médico-gurú del descanso que lleva décadas tratando de que España abrace a Morfeo cuando cae el sol.
Las dos familias, la Grifols y la Estivill, son, a escalas muy distintas, historias de éxito de la medicina catalana. Ambas sagas han aportado al conocimiento global --"a espaldas de gigantes"--, han lanzado productos y tratamientos innovadores y exitosos y han armado compañías que, a diferentes niveles, son case study en las escuelas de negocios.
Dos familias del Sarrià de Barcelona han internacionalizado sus contribuciones al conocimiento y han devenido eternas. Pero ahora, las dos estirpes han entrado en guerra. En conflicto, si se quiere ser preciso, a tenor de la elegancia de la cuita. Como explicó este medio, Estivill rompió su silencio desde Estados Unidos para exigir que se preservara la casona y jardín familiar de Can Raventós, en Sarrià. "Ni un ladrillo", pidió el facultativo.
Sin citarlos, Estivill se refirió a Scranton Properties, una participada familiar de la familia Grifols. Esta firma, que vehicula las ganancias de algunos directivos de los laboratorios, promueve 30 pisos de lujo en Can Raventós, igual que antes tomó posiciones en otros activos del inmobiliario, como en el hotel Hesperia Presidente de la avenida Diagonal. Donde, por cierto, encontró una extrañísima renta antigua y también tuvo que batallar con ella.
Ahora, Scranton se ha fijado en el solar de la calle Bonaplata donde moraba una rama de la familia Raventós, la del expresidente del Parlament. Allí, desarrolla la promoción junto con Corp, de Pedro Molina y Pau Castro. Pero resulta que parte del barrio se ha alzado contra los pisos.
Ha emergido una plataforma contraria que, hasta ahora, no ha podido parar la obra. Los trabajos han empezado, provocando que florecieran pancartas contrarias por la zona, que se interpusiera un recurso judicial contra los permisos y que se llevara el caso a la Oficina Antifraude de Catalunya (OAC).
Antifraude ha peinado el expediente y no ha hallado irregularidades, pero sí una mala gestión del conflicto de interés. El fiscalizador anticorrupción ha detectado posibles facilidades en el ayuntamiento con los trabajos, y ha pedido acotar mejor gestión y negocio. Los contrarios a Can Raventós han tomado esta censura como un balón de oxígeno y han avanzado que entrarán el caso a la Fiscalía Anticorrupción.
Corrupción o no, los Grifols, antaño venerados en Sarrià, han levantado una corriente de antipatía. No solo la del doctor Estivill, sino de parte del acomodado vecindario de este enclave de la upper Diagonal. Hay una guerra soterrada, con los elementos que pueda tener una batalla en una zona de altísima renta: comentarios soterrados, miradas de visillo, silencios elocuentes y reproche vestido de satín.
En la apacible Sarrià pocos entienden que se arrase la casona histórica de los Raventós, y se reprocha a los vampiros --como se les llegó a llamar-- que repaguen al barrio con esta moneda. La torpeza de los Grifols se comenta en la terraza del Tomàs, en la cola del Foix o entre ostra y ostra en la plaza Sant Vicenç.
Nadie alzará la voz, nadie dirá una palabra más alta que la otra, y, por supuesto, no habrá manifestaciones o protestas: esto es la alta Diagonal. Pero el caso Can Raventós ha abierto a los Grifols la peor de las heridas que uno pueden encajar en la zona alta de Barcelona: la reputacional. De ellos hablan médicos, abogados, rentistas, religiosos, banqueros y/o exprofesores de los Caputxins. Y no hablan para bien.
Más que protestas, violencia o las molestas okupaciones, los contrarios a los pisos de amenazan con provocar a la familia la mayor de las calamidades en la Barcelona que no pasa apuros: la muerte civil. Y si el caso llega a la planta nueve de la Ciudad de la Justicia, el daño puede ser irreparable.
Así, a los Grifols, los reyes de los hemoderivados, les ha salido una purulencia. Y como el caso siga complicándose, no habrá sangre que la cure.