Telemadrid retransmitió en directo la manifestación de este domingo en Barcelona contra la concesión de amnistía a los procesados por la tentativa secesionista de 2017. Televisió de Catalunya (TV3) solo dedicó alguna conexión puntual con el evento en su canal de noticias. Y, por supuesto, aunque consideró el acto una noticia menor, no se le escapó la información sobre una micro reunión de 50 personas contrarias a la convocatoria. En TVE, el Canal 24 horas dedicó amplía información con conexiones constantes que se alternaban con los reportajes sobre el conflicto entre judíos y palestinos.
No hace falta más que observar cómo prepararon la cobertura las televisiones públicas para entender lo que pasó ayer en la capital catalana. Seis años después de la amplia manifestación constitucionalista posterior al referéndum ilegal, en una mañana muchísimo más calurosa, algo más de 50.000 personas se reunieron con un eslogan principal repetido hasta la saciedad: “Puigdemont a prisión”. No era el elegido por los organizadores de Sociedad Civil Catalana, más comedidos en los cánticos: “No en mi nombre, ni amnistía ni autodeterminación”. Había sed de venganza en el ambiente.
La manifestación no impedirá que Pedro Sánchez negocie con el independentismo para garantizarse la investidura. El PSOE intentará gobernar en Madrid a sabiendas de que su vigor procede en buena parte del músculo electoral obtenido en Cataluña por la moderación del PSC de Salvador Illa. Moncloa ha sacrificado la cercanía de los socialistas catalanes con el constitucionalismo, incluso conscientes de que su asalto a la Generalitat se retrasará si se amnistía a los líderes del procés. El primer secretario del PSC se desgañita en entrevistas para hacer creer que todo se hará bajo el paraguas de la Constitución, pero consciente de que su jefe de filas les conduce a un callejón sin salida. Hoy la cacareada independencia de los socialistas catalanes es la menor de las últimas décadas, pero todos quieren salir en la foto y nada ni nadie se mueve. Un contrasentido si se analiza su fortaleza en votos y el gran número de cargos electos que posee.
Pese al nutrido desembarco, tampoco Alberto Núñez Feijóo y su eventual sucesora Isabel Díaz Ayuso habrán logrado ningún objetivo político tangible. Quizá se hayan comido una paella en la Barceloneta, quizá consiguieron que la pagara el amortizado Alejandro Fernández, pero poco más. Ni la investidura ni las nuevas elecciones están más próximas después de la manifestación. Nada se ha movido. Quizás el único ganador sea Santiago Abascal, que es hoy la referencia de los nacionalistas españoles de Barcelona y ocupa una parte del espacio ideológico que fue propiedad de Ciudadanos antes de su implosión. Vox es una ultraderecha a la que le conviene la calle para impedir un hundimiento electoral similar al de sus antagonistas radicales de Sumar-Podemos.
Solo el miedo, la proximidad con el acantilado, provocó una reacción en otoño de 2017 que no se repitió ayer por más que algunos partidos intenten capitalizar la protesta. El constitucionalismo catalán sigue igual de atomizado que de costumbre. Es la grieta por la que los nacionalistas llevan años colándose en las instituciones a modo de lluvia fina. Volverán a hacerlo cuando el momento sea propicio y mantendrán la tensión con el Estado de manera sistemática porque ahí radica su fortaleza, alejados del autonomismo. La arrogancia con la que se expresó ayer el presidente de la Generalitat, Pere Aragonès, es la prueba más evidente de que ni existe voluntad de excusarse ni pedirán perdón a la sociedad catalana por el daño que produjeron sus veleidades soberanistas. Aunque ERC y Junts peleen a diario allí donde se encuentran, se unirán tantas veces como sea necesario para enfrentarse con el resto de España. Es su modus operandi, la verdadera razón de ser de los partidos nacionalistas, y la que anteponen siempre a su visión ideológica o de clase.
Movilizaciones como la de Barcelona no frenan el independentismo, si acaso son un mensaje estimulante para sus altivos líderes: no lo tendrán fácil, deberán esperar quizás alguna generación más. Pero si perseveran e insisten siempre hay posibilidades reales de hallar a alguien capaz de transaccionar con ellos con argumentos como la convivencia, la pacificación o el poder sin más. De eso iba la quedada matutina de ayer en el paseo de Gràcia. Poco más.