La situación en Cataluña no está igual que en 2017. Sin embargo, los nostálgicos de la polarización política que trajo consigo el procés intentan convencerse de que todo sigue igual para recordar un año en que les iba mejor en las urnas o, al menos, en que se respiraba la épica en sus discursos. Por un lado, los independentistas tratan de convencerse de que el movimiento sigue igual de fuerte que entonces, cuando eran capaces de movilizar a centenares de miles de personas en las calles de Cataluña. Pero si algo ha demostrado el sexto aniversario del 1-O es que ya nada queda de ese día. No han sido capaces de arrancar del sofá a más de 4.500 personas, según las cifras de la Guardia Urbana de Barcelona.
Hoy por hoy, lo único que une a los independentistas es la desilusión y la decepción hacia aquellos que, hace unos años, les prometieron la independencia en 18 meses. Aunque sí hay que reconocerles que a insistentes no les gana nadie. En un afán de tratar de convencerlos de nuevo, ERC y Junts han iniciado una carrera por ver quién es más duro con el PSOE en la negociación de la investidura de Pedro Sánchez y siempre, eso sí, con la vista puesta en las elecciones autonómicas de febrero de 2025. Porque no nos engañemos: que Cataluña y el conjunto de España funcionen es lo de menos. Los republicanos, lo único que quieren es recuperar a los votantes que se han bajado del carro en los últimos años; y los de Junts quieren que Carles Puigdemont pueda regresar. Ni más, ni menos.
Pero los antaño socios y ahora enemigos íntimos no son los únicos nostálgicos de 2017. En el otro lado están algunos políticos que, el próximo domingo, se manifestarán en las calles de Barcelona para recordar que, hace seis años, pararon el “golpe a la democracia”. Dirigentes de Ciudadanos, PP y Vox se juntarán en la Ciudad Condal para protestar contra la amnistía que Sánchez negocia con los independentistas. Muchos de ellos con una única intención: tratar de hacerse fuertes de nuevo entre un electorado que se siente huérfano. Y no es baladí que lo hagan el próximo 8-O, conmemorando la gran manifestación constitucionalista de hace seis años, si bien se descarta repetir el éxito de convocatoria pese a contar con la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, como estrella invitada.
La nostalgia por el procés ha tapado los problemas que, hoy, afectan a los catalanes. La inflación, la inseguridad en fiestas mayores como la de Molins de Rei o los crecientes casos de violencia en las aulas son los problemas que quitan el sueño a los ciudadanos, y no las soflamas que a menudo vociferan algunos políticos. Bastaría con alejarse de la moqueta de las instituciones y pisar más las calles para darse cuenta de que, en los bares o en las peluquerías, lo que la gente desea es vivir tranquila y sin conflictos.
Y mientras este es el panorama, el PSC se frota las manos. Cuanto más se movilizan guiados por la nostalgia, más cerca se ve Salvador Illa de alcanzar la presidencia de la Generalitat.