Lo de Feijóo es de traca. Casi todos estamos de acuerdo en que Vox es indeseable. Pactar con la extrema derecha es un fastidio para un partido que se considera a sí mismo como de centroderecha. Y no está muy bien visto en general.
Pero, hombre, don Alberto, puestos a buscar alternativas, podría haber pensado en alguna que mejorase esa ecuación. Plantearse un acuerdo con el PNV para evitar a Vox en caso de poder sumar tras las elecciones generales del domingo, no es precisamente un progreso.
Todos conocemos a los de Abascal, sus propuestas y sus formas, y a muchos nos hacen temblar. Lo asombroso es que el PNV no cause –al menos– el mismo temor que Vox. O, lo que es peor, que no lo genere entre los constitucionalistas.
Ya sabemos que el líder del PP no tiene muchas opciones, pero saltar de la sartén para caer en las brasas nunca es una elección saludable.
No olvidemos quiénes son estos tipos del PNV. Se trata del partido más conservador de toda Europa Occidental. Todavía apela a su lema centenario de “Dios y leyes viejas”. Y alardea sin complejo de su fundador, Sabino Arana, uno de los políticos más racistas y xenófobos de los últimos 150 años.
Y no es solo que el PNV sea nacionalista, sino que encarna el nacionalismo más mezquino, roñoso e innoble de la actualidad. El nacionalismo del concierto vasco, el sistema que impide que esa comunidad contribuya con un solo euro al bienestar común de los ciudadanos del resto del país a través de los flujos fiscales, pese a que sí se aprovecha de todos ellos por la vía de los flujos comerciales gracias a formar parte de un mercado único.
El PNV es también Xabier Arzalluz. Aquel jesuita carlista que dirigió el partido en la última década del siglo XX y cuyas declaraciones solían rezumar odio hacia el resto de España y comprensión hacia los terroristas de ETA. Los de mi generación recordarán la famosa frase de “unos sacuden el árbol y otros recogen las nueces” con la que Arzalluz justificó a los asesinos y a sus marcas blancas, como Herri Batasuna.
El PNV es el Plan Ibarretxe. Un proyecto del lendakari Juan José Ibarretxe que pretendía convertir el País Vasco en un “Estado libre asociado” a España y que fue tumbado por el Congreso en 2003. Vamos, el precursor del procés independentista catalán, pero con un poco más de sentido común para evitar acabar entre rejas.
Y, sobre todo, el PNV –y esto, en todo caso, le debería importar al PP y a sus simpatizantes– es el que el 23 de mayo de 2018 salvó los presupuestos generales del Gobierno de Rajoy (es decir, garantizó su continuidad durante un año) pero sólo nueve días después, el 1 de junio, sus votos fueron decisivos para aprobar la moción de censura que llevó a Pedro Sánchez a la Moncloa. Desde luego, unos tipos como para fiarse de ellos.
Eso sí, el PNV ha gobernado la comunidad autónoma vasca en 40 de los 43 años de democracia. Y en ese tiempo apenas han trascendido casos de corrupción relevantes asociados al partido. Algo parecido a lo que ocurría en los mejores tiempos del oasis catalán de Pujol. Aquel con el que Aznar selló en 1996 el Pacto del Majestic, una de las mayores tragedias para los catalanes no nacionalistas. Y parece que no será la última.