El instinto de supervivencia, que no deja de ser una tendencia al positivismo ante las penas venideras, ha convertido a Anna Erra en la gran esperanza de quienes defienden la moderación frente a la confrontación política.

Todo apunta a que la actual alcaldesa de Vic (Barcelona) será designada presidenta del Parlament mañana, pues contará con el apoyo de ERC —lo suyo con Junts per Catalunya (JxCat) es un cese temporal de la convivencia a la espera de un frente común contra PP y Vox— y el voto en blanco de la CUP —una opción que define perfectamente su contribución al progreso de Cataluña—.

Viene precedida esa investidura del enésimo pulso entre las familias que hoy pueblan JxCat, donde los acólitos de Laura Borràs, la cesante presidenta de la Cámara catalana condenada por corrupción, proponían a Aurora Madaula, la alumna más aventajada de Carles Puigdemont. O, en su defecto, a Antoni Castellà, el exdirigente de UDC que se echó al monte secesionista junto a Núria de Gispert —ambos demostraron hasta dónde puede llegar la fe del converso— y ahora ocupará el escaño de Borràs.

Finalmente, han sido los afines a Jordi Turull, secretario general de Junts, los que han ganado esa nueva batalla interna y han impuesto a Erra, que está lejos de ser una dirigente templada y tolerante. Hay que recordar que la lideresa territorial de Junts convirtió su ciudad en un santuario del independentismo más estrafalario.

El más bizarro. La plaza del pueblo fue escenario de un espectáculo de zombis que reivindicaban la república catalana, así como del sembrado de cruces amarillas a modo de cementerio secesionista. Todo muy tétrico. Sin olvidar la salmodia que, mediante megafonía, recordaba a los vecinos de Vic, así como a los peregrinos llegados de otros confines de la Cataluña profunda, la Buena Nueva secesionista.

Con este historial, Anna Erra es muy capaz de superar en bravatas parlamentarias a su predecesora. Pero llega revestida de una pátina de bondad/moderación que reversiona la mítica frase de la actriz Mae West: “Cuando soy buena, soy peor”.

Efectivamente, lo de Erra parece una maniobra de distracción hacia ERC, siempre en guardia para que no le cuelen a un socio bendecido por Waterloo en las instituciones. En su día evitó a Borràs, que se postulaba para ser consejera del gobierno de coalición, así como a otros contumaces separatistas como Ramón Tremosa o Joan Canadell.

Los republicanos aceptan ahora a Erra como animal político de compañía parlamentaria, sin calibrar demasiado si la neoconvergente es un nuevo caballo de Troya que hará de las suyas al frente de la Cámara catalana instando a tramitar resoluciones soberanistas bajo la excusa de que hay que combatir al nuevo enemigo exterior, es decir, a un hipotético gobierno de PP y Vox que salga de las urnas en las elecciones generales del 23J. Los previsibles órdagos de Erra pondrán a prueba la vocación separatista de Esquerra una vez se vuelva irrelevante en el Congreso, pues resulta inconcebible que un Gobierno conservador revalide la mesa de diálogo creada por Pedro Sánchez y Pere Aragonès.

Más le habría valido a Esquerra escuchar las propuestas de PSC y En Comú Podem para sustituir a Borràs al frente del Parlament. No solo como inversión de futuro —renunciar a un tripartido de izquierdas es torpe—, sino para soltar lastre de una vez de una neoconvergencia incómoda y decidida a fagocitar —de nuevo— a una ERC en declive electoral.