Urnas abiertas. Poco más de 5,5 millones de catalanes están llamados este domingo a votar para elegir quién gestionará las políticas que mayor impacto tienen en sus vidas, las municipales. Serán las primeras elecciones desde hace muchos años en las que la cuestión identitaria no es la central en Cataluña y en las que el interés ciudadano por la política (demasiadas veces en minúscula) ha decaído. Se certifica de este modo el fin del procés.
La campaña ha sido, básicamente, aburrida. El reto en muchas ciudades será que la gente no se quede en su casa. Especialmente en Barcelona, donde la alcaldía se la juegan Ada Colau, Jaume Collboni y Xavier Trias por un puñado de votos. La abstención hace más complicada la carrera electoral y en los últimos días todas las formaciones se han empleado a fondo para convencer a más ciudadanos.
Pero incluso con estas estrategias de última hora pensadas al milímetro queda claro que la desconexión con la calle existe. Que todos los partidos, incluso los que enarbolan la bandera antisistema, tienen problemas para superar sus espacios tradicionales y que pescar votos es una tarea hercúlea incluso cuando se va a caja o faja. Es decir, a un referéndum entre sí o no a las políticas de Colau en el que, de entrada, la alcaldesa es la que sale beneficiada. Ella defiende el sí, son varios los que se disputan ser la opción alternativa, los beneficiarios del voto útil.
Todo ello en un escenario nacional en el que el escándalo de la compra de voluntades ha marcado la actualidad de las últimas jornadas. La tormenta ha estallado lejos de Cataluña y ha derivado en el enésimo pulso entre PSOE y PP para ver quién está más en el fango. Pero en Cataluña esta pugna es mínima, incluso en el momento en que los socialistas están más próximos a Ferraz.
Pedro Sánchez es consciente de que unos buenos resultados en Barcelona y mantener sus plazas fuertes este domingo le dan fuerza para las generales de finales de año, por eso se ha empleado a fondo en el territorio. Casi igual que Yolanda Díaz, cuyo proyecto se beneficiaría de forma directa de que Ada Colau y sus Comunes salgan vivos de los comicios. Pero, más allá de los tacticismos, la política catalana aburre. Quizá es la mayor celebración de este domingo electoral porque, en el fondo, ese muermo es sinónimo de normalidad democrática.