Decidieron ayer los 20 embajadores catalanes, con la consejera de Acción Exterior, Meritxell Serret, al frente, hacerse una foto de familia a modo de acto de reafirmación de que la diplomacia catalana tiene más delegados que nunca repartidos por el mundo. Veinte emisarios que forman parte de una “estructura de Estado”, un pilar de un avanzado autogobierno que dice relacionarse de tú a tú en el ámbito internacional.

El cónclave tuvo lugar horas después de que Georgi Gospodinov arrebatara a Eva Baltasar el premio Booker Internacional al que aspiraba con su novela Boulder. Baltasar merecía ese prestigioso galardón, que por primera vez habría recaído en manos de una escritora catalana. Y también merecía que la Generalitat se hubiera volcado más en apoyar a esta escritora que, en la reciente festividad de Sant Jordi, dio una imagen de soledad mientras las colas de lectores en busca de una firma crecían ante los estands de escritores mediáticos, aupados por un establishment que prefiere la cantidad a la calidad —Jair Domínguez o La Sotana, por ejemplo, famosos televisivos conocidos por humillar a todo aquel que discrepa del independentismo, hasta el punto de llamarles nazis—.

Se podrá alegar que el mercado es libre, que sobre gustos no hay nada escrito —nunca mejor dicho— y que hay un tiempo para embrutecerse con la literatura basura y otro, para leer textos magníficos como los de Baltasar. Pero es inevitable preguntarse para qué tenemos tantas embajadas catalanas si luego no son capaces de establecer contactos culturales de ámbito internacional.

Porque, no nos engañemos, en premios literarios como el Booker influyen los contactos y las relaciones públicas. Poco se sabe, lo hemos explicado en numerosas ocasiones en Crónica Global, de la actividad de esas 20 delegaciones del Govern en el exterior —pronto serán 21 con la futura apertura de la oficina de Colombia, proclama Serret— porque sus responsables nunca han comparecido en el Parlament para explicar su agenda. Pero sí se conocen algunos eventos que organizan nuestros embajadores.

A saber: festividades como la citada de Sant Jordi, la Diada o alguna que otra conferencia política. De las relaciones comerciales y empresariales se ocupan las oficinas de Acció, que dependen de la Consejería de Empresa y que son similares a las de otras comunidades autónomas.

El caso Baltasar o Booker, como lo quieran llamar, demuestra que la vía de defender y potenciar el catalán es apoyar a los buenos escritores que utilizan ese idioma. Defender esta lengua en positivo, esto es, defendiendo una cultura, no creando leyes, normas y multas para fomentarla. Las Administraciones y los medios públicos deben estar por encima del clickbait ideológico y facilón, y marcar distancia de escritores de medio pelo, programas mediocres y polémicas estériles. Hay un amplio camino por recorrer en el ámbito digital —eso incluye Youtube, videojuegos y productos audiovisuales en catalán— y precisamente porque son públicos no deben dejarse doblegar por las leyes de mercado. Esto es, las audiencias.

Hubo un tiempo, que ya parece lejano, en el que TV3 emitía uno de los mejores programas culturales de España. Era L’hora del lector, era semanal, estaba presentado por Emili Manzano y giraba en torno al mundo del libro. Incluía entrevistas a escritores en lengua catalana y castellana, consejos y tertulias bilingües. Contaba con Javier Pérez-Andújar y Víctor Amela como colaboradores. Se emitió entre 2007 y 2011. No recuerdo el motivo de su desaparición, pero imagino que tendría algo que ver con las audiencias o con la llegada de Artur Mas a un Gobierno de la Generalitat que, al poco tiempo, sentó las bases del procés secesionista.

Somos muchos los que echamos de menos ese programa, ejemplo de que la calidad no está reñida con el entretenimiento. De que en la cultura catalana pueden convivir dos idiomas sin problemas. Y de que el catalán pierde si se impone a la búlgara, excluyendo el otro idioma propio de Cataluña.