Una vez que todos hemos visto al alcalde y a los aspirantes al cargo de nuestro pueblo, ciudad o autonomía colgados de una farola durante 15 días estamos en disposición de votar. Será este domingo y esa misma noche en la mayoría de municipios sabrán con certeza quién será el primer edil los próximos cuatro años. Será difícil que los barceloneses, sin embargo, se vayan a la cama con la misma certeza. La capital catalana llega a las urnas con un triple empate demoscópico entre Jaume Collboni, Xavier Trias y Ada Colau. El pacto, la transacción y la negociación serán determinantes para establecer el futuro de la ciudad en los próximos cuatro años.

Hay, no obstante, algunas certidumbres previas con respecto a lo que puede suceder. La actual alcaldesa solo reúne en el mejor de los sondeos un 20% de respaldo claro e inamovible de la ciudadanía, pero casi podría decirse que acumula un 80% de detractores. Ella ha gobernado así durante ocho años y no le ha preocupado concitar mayor animadversión que seguidores a su modelo de gestión y de ciudad.

Existen al menos cinco motivos por los que los barceloneses quieren decir adiós a Colau y a los suyos. Razones que estarán muy presentes en la conformación de un voto útil. Veamos:

1. La decepción con una formación política que se presentó como la nueva forma de gobernar, con un ramillete de virtudes democráticas en su mochila. Para muchos es un desengaño que tras esta experiencia de casi una década Barcelona en Comú (BeC) incurre en las mismas o peores prácticas de lo que consideran la política tradicional. Sin ir más lejos, el amiguismo y la actuación nepótica. No, Colau y sus colaboradores no han ido más lejos en transparencia y buenas prácticas que sus antecesores. Al contrario, han construido a su alrededor una red clientelar que, de forma desacomplejada, usa fondos públicos para mantener pequeños reductos de conexión con el poder, diferentes, eso sí, de los tradicionales. El mundo de lo que debería ser la economía social es una prueba inequívoca del uso incorrecto de los fondos públicos, que se han empleado para generar una alternativa empresarial, que ni es alternativa ni es empresa. El caso que hoy denunciamos del concejal Marc Serra, que ha asistido silencioso al riego con casi medio millón de euros del consistorio hacia la cooperativa de la que es socia su pareja es de los más evidentes. Pero cómo desde el principio se instalaron parejas, familiares y amigos a sueldo (directo o indirecto) de la corporación local es la prueba más palmaria de que todo lo que debían aportar Colau y su equipo era un exiguo y chapucero modelo de alternancia: quitaros vosotros para ponernos nosotros.

2. Que ocho de cada diez barceloneses prefieran cualquier otra opción política antes que Colau dice muy poco en favor de la obra realizada en dos mandatos. Pero, sobre todo, de cómo se ha llevado a cabo. Los hombres y mujeres de Barcelona en Comú se han empecinado en que gobernar es mandar, sin matices. Y, hombre, una cosa es tener la vara de mando y otra muy distinta es sentirse un ejecutivo soberbio sin obligación de rendir cuentas ni transaccionar ninguna de sus decisiones con la fuerza viva de una ciudad, llámese sociedad civil o grupos de interés. En la vida todo es un toma y daca, un constante y permanente diálogo con los propios y los ajenos. Colau solo habla con ella misma (y dicho sea de paso, con los medios amigos a los que ha inundado de presupuesto público para garantizarse una actitud acrítica con su gestión. Algún día esos medios deberán también rendir cuentas por su contribución a la parálisis de la ciudad durante ese tiempo). Vive en un monólogo político de lamentables consecuencias.

3. Para ejercer el cargo es necesario ser trabajador y multiplicarse. Barcelona es una ciudad que no cierra tras unas pocas horas de trabajo, sino que sigue abierta y en ebullición los 365 días del año y las 24 horas de cada jornada. El escaso apego al trabajo, bajo las excusas de la conciliación, las nuevas fórmulas laborales o cualesquiera pretextos de mal pagador son una mala praxis por sí mismos. Pero, además consagran el tópico de que trabajar y poseer un empleo u ocupación en el sector público, son una contradicción y casi un problema endémico en España. Nada han ayudado los comunes durante ocho años a revitalizar el concepto de public servant, que si ejercen con alegría y dedicación la mayoría de alcaldes que el domingo serán escogidos en las urnas, incluso algunos de su propio partido.

4. La coherencia nunca fue la mejor aliada de la alcaldesa. No se puede decir que irá al ayuntamiento en transporte público y al cabo de un mes subirse al coche oficial y no descender ni un minuto. Apenas es una anécdota de tantas. O Colau es una populista sin fronteras o desconocía por completo cuáles son las funciones de un político que lleva sobre sus hombros la segunda capital española. Sucedió lo mismo con su salario (tardó poco en elevar lo que dijo que iba a cobrar) o con tantas otras cosas que venía a transformar y ni tan siquiera ha sido capaz de cambiar.

5. Ni la seguridad, ni la movilidad, ni la oferta de viviendas, ni las condiciones laborales, ni el mapa turístico, ni los niveles de inversión que recibe el municipio, ni, por supuesto, el orgullo de ser barcelonés están en un estado mejor que cuando Colau se enfundó el traje de alcaldesa. Hay que ser relativamente humilde y en el caso de quien está permanentemente victimizada y enfadada con su entorno esa no es una virtud presente. No, hoy la ciudad no es mejor en casi ningún indicador que antes de la llegada de los comunes. Quizás han perdido apoyo en los barrios obreros que ya han visto que el discurso del populismo no encierra más que una fe de buenas intenciones imposibles, pero lo han recuperado con los pijoprogres beneficiados por las polémicas superillas, el máximo exponente de lo que son capaces de hacer en materia urbanística.

Barcelona no tiene proyecto propio a medio o largo plazo, como sí los tuvo en décadas pasadas. Hoy es una ciudad que vegeta en el mundo global y que vive de las rentas que obtuvieron generaciones anteriores de servidores públicos y alcaldes con más ambición y, sobre todo, menos soberbia. Este próximo domingo eso estará en juego con cada papeleta y, en esta ocasión más que nunca, cada una tiene una importancia capital. Barcelona se juega el ser o no ser por un escaso, mínimo, margen de votos.

El 28M lo que se vota en Barcelona es si se desea volver a ser la ciudad propiedad del 80% de sus residentes. Ese contingente de población, contrario a lo sucedido en estos ocho años, debe movilizarse y ejercer el voto. De ellos depende si hay que mantener a Colau o darle las gracias discretamente por su nula contribución al futuro, a la pacificación y al diseño de una urbe moderna, habitable y vitalista.

Lo que el domingo irá en muchos sobres que se depositen en las urnas es un adiós a una etapa superada, oscura. Ahora está en juego la ciudad, su brillo futuro y el orgullo de sus habitantes.