El estallido del caso de tráfico de drogas que salpica a la cervecera Moritz cogió a Joaquina Laguna en París. La Joaquima, para los que la conocen, opera un porfolio de propiedades hoteleras en la capital francesa, además de los icónicos bares que regenta en Barcelona y su negocio farmacéutico.
Es, dicen, una potentada de las de antes, una señora de Barcelona. Tiene "más dinero del que nadie podría imaginar", más incluso que su marido, Jorge Roerich, accionista mayoritario de Moritz junto a su hermano Daniel, y que llegaron a colarse en la lista Forbes. Joaquina maneja sus interminables fondos con mucha más discreción y clase que su esposo. Compra este o aquel bar histórico en problemas, lo reflota y nadie se entera de que ella está detrás.
Hace ciudad, como dirían los políticos si Joaquina fuera una de ellos. Pero no lo es. Es una pudiente benefactora que toma posiciones en este o aquel proyecto histórico, porque le gusta lo antiguo, lo que tiene alma. A la Barcelona de la franquicia y el turismo no le da ni agua. Suyo es, por ejemplo, el Ocaña en Barcelona, inventor de lo queer antes de que los sesudos académicos acuñaran esa teoría; o el cabaret El Plata de Zaragoza, único en Europa y dirigido en el pasado por el cineasta Bigas Luna.
Joaquina Laguna no es una política. Es una respetable filántropa que ha salvado diversos negocios históricos y otros que no, pero porque los políticos no la han dejado. Es el caso, por ejemplo, de la Herboristeria del Rei, una botica protegida de Ciutat Vella abierta en 1818 que cerró en 2021 por el alza del alquiler. La Joaquima trató de comprar la unidad de negocio y reabrirla, pero las trabas que le puso el Ayuntamiento de Barcelona lo frustraron. La botiga sigue cerrada y el año pasado la intentaron okupar.
Cuando Crónica Global le preguntó por aquella operación, la empresaria prefirió no despacharse contra el gobierno municipal, aunque lo podría haber hecho, y con todo el derecho del mundo. Demostró saber estar.
De ella también cuentan que es amiga del último Médici de Italia --sí, aún existen-- y que fue su patrimonio el que realmente salvó a la cerveza Moritz de los problemas económicos cuando la marca llegó al límite. "No fue el dinero de los Roerich. Fue el de Joaquina", detallan fuentes internas de la empresa. Cuando la espumosa independentista se trastabillaba, la suave mano de la señora de Barcelona la meció y devolvió las cuentas al equilibrio.
Y es que hay muchas Moritz. Detrás del detallado márketing, de un branding perfectamente calculado, ora soberanista, ora culé, están las personas. Y Joaquina Laguna ha demostrado una altura que otros en la empresa no han tenido. Este medio destapó que uno de los herederos de la fortuna familiar se ha descarriado y se ha metido presuntamente en el tráfico de drogas de cocaína y marihuana, implicando a una de las sociedades satélite de la cervecera.
El grupo se desvinculó, aunque no pudo negar la acusación. No pueden, porque el dosier existe y está en la sección sexta de la Audiencia Provincial de Barcelona. Intramuros, Moritz vendió el relato de que se trataba de una inquina de Crónica Global --¿nos llamarían fachas?-- contra ellos, como si la culpa de sus males la tuviera la prensa libre. El eterno recurso del enemigo exterior.
Lo cierto es que a Moritz le salpica una presunta narcotrama cuando lleva al borde de la insolvencia y pidiendo rescates internos años, y eso no hay campaña indepe o culé que lo pueda ocultar. La cervecera ha contado con la simpatía de determinada esfera mediática en Cataluña porque coqueteó con el procés independentista. Cuando ha tirado la casa por la ventana con estructuras absolutamente pantagruélicas como una fábrica diseñada por Jean Nouvel --que aún estará pagando-- o una casa en el Eixample en la esquina más cara para la restauración de Barcelona, muchos medios le han reído las gracias. Muchos periodistas han renunciado a hacer un análisis ponderado sobre si aquellas eran operaciones viables, porque las hacía Moritz, la nostra.
En cambio, no le ha gustado que otros medios enseñaran sus vergüenzas, y se ha despachado contra ellos.
Ahora, Moritz se ha enfangado en una trama de drogas que se ha llevado por delante injustamente a Joaquina, para quien la fiscalía pide cinco años de cárcel junto a su hijo, un Roerich. Los que la conocen están convencidos de que la absolverán. El juez dictaminará. Pero de momento, ante un compás de tensión, la autodenominada cerveza de Barcelona ha vuelto a reaccionar con aquella piel fina que muestra cuando la critican. Una visceralidad a años de luz de la señora que les ha salvado en más de una ocasión, y que además está imputada en una aparatosa causa que no es su culpa.
Joaquina, a quien Moritz ha dejado sola en este lodazal, ha encajado el asunto sin estridencias, con deportividad, sabedora de que todo pasa. Y que quizá, cuando la cervecera vuelva a tener problemas económicos, acudirán cabizbajos a pedirle ayuda. Otra vez.