Este último viernes, tomando un café, no me pude contener: “Tú no estarás pensando también en hacer un Trias, ¿verdad?”.
La frase iba dirigida a uno de los políticos municipales de Barcelona con más recorrido y pedigrí de las últimas décadas, quizá uno de los que mejor conoce la ciudad y su pálpito y que por las luchas intestinas de su partido, por tener un hermano que sobrevuela lo terrenal y se mantiene conectado con el universo, y por un punto de mala suerte personal ha regresado al sector privado y se mantiene alejado de la política activa. La suya es seguramente una de las mayores pérdidas para la Ciudad Condal en los últimos años. Me refiero a Alberto Fernández Díaz. Para nada, Alberto está en otro registro, pero “hacer un Trias” ya es un concepto político barcelonés.
Aunque como dicen los operadores de la bolsa de valores, el regreso de Xavier Trias a la política lleva unos meses descontado, lo cierto es que el anuncio del exalcalde ha sido objeto de renovado comentario público, de debate periodístico y, en suma, un motivo para hablar de Barcelona sin necesidad de criticar a la alcaldesa buñuelo, Ada Colau.
Cuando por fin ha decidido comunicar lo que era un secreto a voces (que la presión es tan intensa que no tenía más posibilidad que encabezar la candidatura de Junts per Catalunya), se materializó la evidencia y Xavier Trias i Vidal de Llobatera (Barcelona, 1946) será el encargado de liderar el postconvergentismo en las elecciones del próximo 28 de mayo. No han encontrado mejor candidato los que quieren recuperar el espíritu de la antigua coalición política nacionalista. Y el exalcalde, con su conocimiento de la ciudad y su espacio de relaciones públicas personales, era la mejor alternativa disponible para evitar que sus competidores gobiernen y, además, les humillen.
¿Qué ha venido a hacer Trias a los próximos comicios? En la neurona convergente donde todavía existe vida inteligente deben de pensar que el liderazgo de este burgués es mejor opción que otros nombres de un partido que aún se recompone de las cenizas de la antigua CDC, pero que además vive con tensión interna los prolegómenos de las elecciones venideras. Carles Puigdemont sigue a la suya, con Laura Borràs de escudera a pie de obra, y los satélites de Trias en el partido ven factible recomponer a CDC de sus cenizas. Mientras Trias inicia el falso relato de vencedor, de buen gestor durante su tiempo de arranque y desliza que, si no gana y por tanto gobierna, saldrá en estampida, las primeras encuestas no generan valor para esa formación política entre los electores. JxCat seguirá donde estaba con Elsa Artadi, es decir entre la cuarta y la quinta fuerza política del consistorio. Y eso que en su día gobernó.
Trias insiste en que no tuvo la cuenta en Suiza que le atribuyeron hasta con número. Dice que no es suya y que quien la divulgó, los que colaboraron en expandirlo y hasta Colau, que usó el error informativo en su provecho electoral, son unos pájaros de mal agüero, indeseables y obsesivos con su muerte política. A su edad, la mirada al pasado está más presente incluso que las luces largas que deberían alumbrar el futuro.
La principal misión de Trias no es volver a ser alcalde, cosa harto difícil a decir la demoscopia. La verdadera función del exalcalde es evitar que gane por tercera vez Ada Colau. Para ello conviene que le robe a ERC un espacio electoral determinante, entre dos y cinco concejales. Viene a levantar un fortín político ante el otro jovenzuelo de la campaña, el republicano Ernest Maragall. El resultado en ediles debe evitar que el independentismo más rancio someta la ciudad a la dictadura del soberanismo, ahora que hasta Pedro Sánchez da por amortizado el proceso.
Por más que pretenda hacer de Trias, la campaña le recordará que es el representante de un partido corrupto en el consistorio (con condenados incluso), que sus siglas fueron las del 3% y que él de forma personal está vinculado al político que confesó defraudar a hacienda mientras llenaba su discurso de patrióticas apelaciones a la ética y la moral colectiva de los catalanes.
No, Trias no será alcalde. Él lo sabe y aprovecha cualquier micrófono para explicar que si no gana se irá. Dicho de otra manera: hará la campaña, pactará la alcaldía y se largará por el mismo lugar por el que llegó. Su función es instrumental, evitar la desaparición de JxCat del Ayuntamiento de Barcelona y contribuir a que Colau se dedique a los experimentos en otros ámbitos de la vida, a ser posible fuera de lo público, cosa que se antoja difícil a día de hoy y a la vista del apego extremo que ella, su familia y sus allegados políticos le han cogido al poder.
Solo un político del buen talante personal de Trias puede hacerle tamaño favor a la ciudad y tan intenso trabajo incluso a la oposición. Es el mejor aliado natural del candidato socialista Jaume Collboni y su figura resultará capital para evitar un pacto entre republicanos y comunes que abunde en un modelo caduco de ciudad que ya casi nadie desearía ni como reflexión, pero cuyo riesgo de plasmarse en la práctica es algo más que una amenaza.
Trias viene a hacer de fusible, de kleenex. De político de usar y tirar que servirá para una causa que no es la suya a estas alturas de la película y que le libra de momento de irse a jugar a la petanca o visitar obras.