Que somos nosotros, atónitos espectadores, los culpables por no entender los prontos de Francesc de Dalmases. Que es la periodista de TV3 la que “se sintió intimidada”. Que es ERC la responsable de que se haya magnificado la agresividad verbal del diputado. Que tenemos todos la piel muy fina, vamos.
¿De qué me suenan a mí todas esas excusas? Ah, sí, de la disonancia cognitiva que ha caracterizado el procés. La que induce a Laura Borràs, íntima amiga del dimitido vicepresidente de Junts, a asegurar que su próximo juicio por trocear contratos públicos para beneficiar a otro allegado –amistad, divino tesoro, nunca mejor dicho— forma parte de la represión del Estado contra el independentismo.
Lo de Dalmases, lo dijo bien la líder de los comunes en el Parlament, Jéssica Albiach, es puro “matonismo”, extensible a Borràs. Convencidos de que TV3 es su feudo, y es cierto que las entrevistas-masaje a los secesionistas que se han llevado a cabo en la nostra podrían corroborar esa idea, esta pareja de advenedizos de la política no pudieron tolerar el día de autos que la periodista agredida verbalmente por el diputado ejerciera su profesión. Esto es, que formulara preguntas incómodas a la presidenta del Parlament.
Dalmases se presenta como periodista y educador social. Borràs es filóloga y tiene cierto predicamento en el mundillo cultural soberanista. Sus acciones demuestran que están tan faltos de buena educación y modales como sobrados de soberbia. Es lo que tiene el postureo político que ha ejercido Junts per Catalunya, consistente en dar voz al activismo más recalcitrante y tuitero para simular su condición de partido transversal y social.
Los neoconvergentes se han disparado muchos tiros en el pie desde que CDC mutó en PDECat y posteriormente en Junts para tapar los recortes y la corrupción con un desafío independentista en el que todavía viven instalados, mientras que la sociedad catalana pide pasar página. Borràs será juzgada en breve por falsedad y prevaricación; Dalmases ha sido investigado por malversación, prevaricación y tráfico de influencias por beneficiarse presuntamente del desvío de subvenciones de la Diputación de Barcelona, inicialmente destinadas a ayudas a países en vías de desarrollo. Ambos son dos ultraliberales que frecuentan la terraza del bar Berlín, convencidos de que no hay vida más allá del upper Diagonal ni de ese nuevo caciquismo político, consistente en gestionar la cosa pública como si fuera su cortijo: a gritos y humillando a los trabajadores. Que sepamos, poco o nada ha aportado este tándem al bien común. La actividad parlamentaria de Dalmases es prácticamente nula, mientras que de Borràs solo conocemos su faceta de agitprop. Con excepción de su rechazo al impuesto de sucesiones y al cargo que había ostentado: ella quería formar parte del Govern. Pero ERC dijo no.
¿Pero quiénes somos nosotros, humildes ciudadanos con problemas de comprensión lectora, para juzgar a Dalmases? Para eso están la Justicia –“represora”, según Borràs— o el Parlament –“soberano” para todo, menos para indagar en las irregularidades de esta pareja--. Ambos cargos estaban convencidos de su superioridad moral, derivada de un nacionalismo exacerbado. El que conduce a militar en el manifiesto Koiné contrario al uso del castellano, en el caso de ella, o a compartir el "puta España" de Valtònyc, en el caso de él. El que otorga impunidad ante cualquier irregularidad o delito que se cometa porque, como ocurre con los populismos, la culpa siempre es del enemigo externo.
Es posible que no seamos dignos de enjuiciar a Borràs y Dalmases. Pero ellos tampoco son nadie para abroncar a una periodista o a Magda Oranich, abogada con una trayectoria jurídica y combativa --defendió a Puig Antich-- que ha realizado el expediente de Junts sobre Dalmases. La gritona y su escudero tienen los días contados en la política catalana, aunque se resisten a abandonarla. Será un alivio, incluso para su propio partido, perderles de vista.