Los exfutbolistas Iker Casillas y Carles Puyol se han disculpado por una desafortunada broma en Twitter en la que simulaban su homosexualidad y mantener una relación secreta, aunque han culpado a un hackeo de sus cuentas para explicar la chanza. Como no podía ser de otra manera, el intercambio entre ambos exdeportistas ha levantado un debate sobre los límites del humor.
Al día siguiente en el que Casillas y Puyol protagonizaron su conversación intermediada por un hacker, la fiscalía ha avisado de que pedirá cárcel para el pastor evangelista de Viladecavalls (Barcelona) y su esposa por agredir presuntamente al hijo de ambos, que se fugó de casa al no aceptar sus padres su condición de gay.
Son dos eventos que aparentemente nada tendrían que ver salvo por el extremo de que afloran, de nuevo, el problema de la homofobia latente en España. Un fenómeno que no debería sobredimensionarse, pues los datos del Eurobarómetro [ver aquí] confirman que el país es uno de los más tolerantes de Europa con la comunidad LGTBI+, solo por detrás de Suecia y Países Bajos. España, pues y a tenor de los datos, es un territorio seguro para el colectivo arcoíris, mucho más que naciones como Italia y Grecia.
Eso sí, por bien que la estadística muestre que la Península no es sino un refugio para este segmento poblacional, persisten recovecos y dobladillos en los que aún medra la desconfianza y el odio hacia gais, lesbianas, bisexuales, transexuales y el resto de la comunidad. El humor ha dejado de ser uno de ellos, como han demostrado los dos futbolistas concernidos por el mejorable espectáculo público del fin de semana. Se han disculpado al ver la polvareda levantada, conscientes de que la portería en este campo sí se ha movido. Como en el machismo, lo que antes era tolerable, ya no lo es.
Y quizá ello continúa siendo necesario cuando se perciben hechos como el de Viladecavalls, que juzgará la semana próxima una sala de Instrucción de Terrassa. En España, en pleno siglo XXI, un adolescente tuvo que abandonar el domicilio por el miedo que tenía a que su familia no aceptara su condición sexual. Como finalmente ocurrió. Unos padres --una excepción muy minoritaria, sin duda-- acusados también de insultar al joven, tratar de agredir a la pareja de este y lesionar al menor cuando se interpuso para que no pegaran a su compañero sentimental.
A la espera de que se dilucide lo que realmente pasó, el escrito de acusación no pinta nada bueno. Además del incidente anterior, la fiscalía cree que el padre y la madre también siguieron al menor con su coche cuando se encontraba en el autobús. Al grito de maricón.
Hechos como este sí son mucho más relevantes que una simple conversación de Twitter que, aunque tuviera mimbres de veracidad, ya ha provocado una doble disculpa. Es cierto que los dos implicados son --o eran-- referentes para gran parte de la población, los segundos, el pastor y su esposa, participan en el acompañamiento de parte de la comunidad y velan por su bienestar espiritual.
Se trata de algo más preocupante que sí merece una censura pública. Porque son los rincones oscuros de un país que, en su mayoría, es abrumadoramente tolerante.