Poco ha evolucionado la sociedad si los gobernantes emplean la misma táctica desde hace siglos para apaciguar al pueblo. De hecho, ya en el siglo I de nuestra era, el poeta Juvenal acuñó la expresión “panem et circenses” (pan y circo), que resume a la perfección ese proceder de los poderosos: a la gente se la tiene bajo control mientras tenga un poco de comida y otro poco de entretenimiento... con el que desconectar de los problemas que causan, en muchos casos, los mismos que nos gobiernan.
Hoy, el circo está en peligro de extinción, es anacrónico y, además, ya no se utilizan animales; los malabares están muy vistos. Sin embargo, tenemos fútbol, que es el circo romano de nuestros días, un espectáculo que ha propiciado la evolución de la citada locución latina, que hoy toma la forma de pan y fútbol. En España, con salarios más altos o más bajos, y con la revisión al alza del SMI, todo el mundo tiene algo que comer. Por ahí, la calle está controlada. Y qué mayor y mejor espectáculo de masas que el balompié. El franquismo ya lo vio y aprovechó este fenómeno para hacer propaganda del régimen ya mediado el siglo XX a través del cine. Utilizó a estrellas del balón como Ladislao Kubala y Alfredo Di Stéfano para ello.
Más recientemente, en los inicios de la década de 2010 (qué casualidad, en plena crisis económica), el negocio del fútbol cambió para siempre. Llegaron los partidos en viernes y en lunes y, los del fin de semana, dejaron de disputarse solo por las tardes en unas pocas franjas y se ampliaron a la mañana, para que hubiese espectáculo todas las horas posibles, sin que ningún encuentro coincidiese con otro. Eso, unido a las competiciones europeas, supone que hay balompié casi todos los días del año. También la Champions ha variado sus horarios; ya no se juega a la hora de siempre (20.45), sino que ahora se hace a las 18.45 y a las 21.00. No parecen las mejores horas para el espectador, pero bueno.
Tampoco parece casual que, en plena crisis del coronavirus, uno de los primeros sectores que comenzaron a andar fuera el del fútbol. Por si fuera poco, el proyecto de la Superliga nació (aunque fracasó) en mitad de la pandemia, así como el acuerdo de La Liga con CVC para dotar de más recursos a los clubes. En paralelo, coge fuerza la opción de disputar un Mundial cada dos años, en lugar de los cuatro actuales. Y todo el fútbol es de pago. Como no hay la opción de comprar un duelo en concreto (que sería lo lógico, como el que va al teatro a ver una obra al año y paga solo por ella), sino toda la temporada, es más fácil engancharse más a menudo al televisor o a otros dispositivos, y quedarnos alelados. Lo que haga falta con tal de estar distraídos, que la factura de la luz no sea un motivo de protesta en las calles. Y aquí estamos, con mucho pan y demasiado fútbol.