A riesgo de que algún revisionista histórico reivindique la catalanidad de Bécquer, versionemos su famosa rima XXI (el siglo que nos toca vivir): “¿Qué es fascismo? ¿Y tú me lo preguntas? Fascismo eres tú”.
Abrió la veda del consejera de Investigación y Universidades, Gemma Geis, usando y abusando de ese concepto, que el independentismo más recalcitrante ha banalizado, para referirse a una asociación que defiende el castellano en la selectividad. Que el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña le diera la razón es un detalle insignificante para la neoconvergente, pues a su juicio, la justicia también es intolerante.
Sea por casualidad, sea porque el ambiente universitario está hiperventilado, minutos después de que Geis defendiera sus insultos contra la Asamblea por una Escuela Bilingüe de Cataluña (AEB) en el Parlament y los hiciera extensivos a los grupos de la oposición que le llevan la contraria, radicales independentistas acosaban y destrozaban una parada de la asociación estudiantil S’Ha Acabat ante la pasividad del rectorado de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB). No es la primera vez que ocurren hechos similares en este centro, donde el derecho a la libertad de expresión solo se concede a quienes muestran afinidad con la ideología independentista imperante. Discrepar, lo demostraron ayer los acosadores, no está permitido.
Está claro que en las universidades catalanas se ha pasado del libre pensamiento al pensamiento único. Lo denunciamos ya cuando a Geis se le ocurrió la feliz idea de “monitorizar” el idioma que utilizan los profesores. Doce centros, entre ellos la UAB, inclinaron la cabeza ante la consejera, que representa el poder establecido, el establishment, el orden hegemónico, el régimen imperante.
Señalar al disidente tiene un nombre. Hacer una cruzada contra quienes cuestionan el discurso oficial, también. Y atacar a intelectuales no adeptos al Gobierno de turno rememora tiempos infames. Hace unos días, haters secesionistas machacaban en las redes sociales a todo un catedrático de Derecho por discrepar de Gonzalo Boye, abogado de Carles Puigdemont, tras la detención del fugado en Italia. Se da la circunstancia de que este jurista siempre ha cuestionado las elevadas condenas de los dirigentes del 1-O. Pero se movió un milímetro de las consignas impuestas por Waterloo. Y eso no lo puede tolerar la santa Inquisición procesista. La genuina tiene sus orígenes en la llamada “Catalunya Nord”.
En Cataluña ocurren cosas asombrosas. Ellos, los que mandan, llaman a la movilización social mientras disfrutan de sus sueldos cienmileuristas. Y los otros, los que se han creído que las revoluciones se pueden hacer desde el poder o que se puede ser antisistema dentro del sistema, obedecen. Luego ocurren sucesos como los de la UAB. Lo del apreteu, apreteu! de Torra a los CDR caló hondo. Hasta el punto de que, hoy, el prestigio de los Mossos d’Esquadra está por los suelos. No por su falta de profesionalidad, sino por la utilización partidista que ha hecho el Govern de este cuerpo policial en los últimos años. ERC y Junts criticaron el vandalismo en las calles de Barcelona tras dos macrobotellones en las fiestas de la Mercè, y exigieron más eficacia policial. No hace tanto, callaban ante la quema de la ciudad por parte de quienes protestaban por la sentencia del 1-O.
Para rizar el rizo, quienes utilizan alegremente la palabra fascismo para criticar a los no independentistas, secundan ahora una campaña contra las obras de teatro en castellano de la cartelera catalana. ¿Qué será lo próximo? ¿Preguntar sobre el idioma en el que los ciudadanos mantienen relaciones íntimas? ¡Oh, sí!