La inteligencia está mal vista. Incomoda. Es un problema para el sistema, y por eso hay que difuminarla a toda costa, aunque con disimulo y sin pasarse, no vaya a ser que se rompa el equilibrio universal y no haya vuelta atrás. Se trata de dormir a la sociedad dándole herramientas de distracción y anulando su capacidad de análisis, sus inquietudes.

Mucho se debate sobre el papel de los medios de comunicación en el tratamiento de las informaciones relativas a los inmigrantes y a los gitanos, porque se asocian con noticias negativas, estigmatizadoras. Es algo que se está corrigiendo. Lleva su tiempo. Y no nos damos cuenta de que la sociedad también señala a las personas más inteligentes.

Ocurre desde la escuela, donde los alumnos con muy buenos expedientes académicos son los empollones de la clase, en tono despectivo. Tampoco ayudan los dibujos animados, que muestran como repelentes o frikis a los buenos estudiantes, y sugieren que, cuanto más necios, más felices todos. Sobre ello me vienen dos ejemplos a la cabeza. El simpático Homer Simpson sería una mente privilegiada si no fuese por el lápiz que tiene incrustado en el cerebro. Se lo quita en un capítulo, pero se lo vuelve a introducir por la nariz al ver cómo es el mundo para los inteligentes. El otro caso es el de la serie Catdog, protagonizada por un gato listillo y un perro bobalicón siameses. En un episodio, el can empieza a absorber toda la sabiduría del mundo, se le hincha el cerebro, anula al felino y se vuelve insoportable, por lo que, por el bien de todos, regresa a su idiotez supina. El relato se construye desde la cuna.

Estos ejemplos animados son un reflejo de que el mundo no está hecho para las personas inteligentes, y mucho menos para las muy inteligentes, superdotadas. Y, por si había alguna duda, no hay intención de que esto cambie. Se tiende a igualar por abajo; es decir, los que han de retrasar el ritmo son los avanzados. No es casual que sepamos más sobre Belén Esteban y Rociíto que sobre Albert Einstein, Marie Curie, Isaac Peral y Leonardo Da Vinci, por citar algunos (¡y estos son los conocidos!). Tampoco los medios de comunicación ayudan a normalizar la inteligencia; al contrario. Los ciudadanos con altas capacidades son bichos raros, ya que se acostumbra a contar la historia más extrema (la del chico que va tres cursos por delante y empieza a estudiar Astrofísica en la universidad de no sé dónde con 15 años). Es más, son tratados como casos anecdóticos y, si alguno destaca en algún campo, se le admira cinco minutos… y a por otra cosa.

Esto no termina aquí. La cruzada contra la inteligencia es un largo proceso que no se detiene. El colmo es la llegada de la llamada inteligencia artificial, una suerte de tecnología que nos permitirá hacer de todo sin esfuerzo y sin pensar. ¿Para qué memorizar nada si una máquina resuelve cualquier duda en menos de un segundo? ¿Para qué estudiar? Sería un buen invento si potenciara la inteligencia humana, pero parece que ha venido a sustituirla. O eso pretenden. Eso nos traslada a un futuro desolador, con autómatas dormidos, y permitiendo que otros piensen por nosotros. Así que solo depende de cada uno de nosotros formarnos de forma continua, esforzarnos, leer, y emplear las redes sociales y otras distracciones para los usos estrictamente necesarios (que son bastante pocos).