La distancia entre lo que pide y cree que necesita la sociedad catalana y lo que ofrecen sus dirigentes políticos es de las más grandes en el conjunto de España. Los distintos estudios que se realizan sobre ello son tozudos. Uno de los últimos es el que ha elaborado la Fundación Liderar con Sentido Común, que preside el asesor de campañas electorales, Antonio Sola. Se trata de un experto nacido en Terrassa, catalán, pero que decidió explorar el mundo y hoy es uno de los más reputados asesores en Latinoamérica. Lo que expone su trabajo sobre Cataluña, después de varios realizados en otras comunidades autónomas, es que existe una demanda que pasaría por dirigentes más honestos y que se centraran en cuestiones sociales, sin olvidar la relación de Cataluña con el conjunto de España. Si se tratara de lanzar un nuevo producto comercial, para satisfacer una demanda latente, ese político podría surgir del ámbito llamado constitucionalista. Pero debería tener una enorme capacidad de mando, de liderazgo, y tener en cuenta esas demandas particulares del autogobierno. Es decir, alguien que engarzara con los que no quieren independizarse de España, pero contando también con los que defienden la identidad particular de Cataluña, y con las demandas que surgirán en el transcurso de esta pandemia por el Covid-19.

¿Existe ese líder? Si existe, no se percibe. En cambio, sí aparece un dirigente que se ha labrado un espacio, guste más o menos, y que ha logrado algo fascinante: se hace más fuerte en la medida en que recibe más críticas y cuando se le intenta arrinconar o señalar como alguien acabado y que pasará por la cárcel en algún momento. Se trata de Carles Puigdemont que, pese a las muchas dificultades para consolidar Junts per Catalunya, con la resistencia --por ahora-- del PDECat y de sus alcaldes, sabe que él mismo es una marca electoral.

En el estudio de Antonio Sola, cuando se pregunta sobre si existe un dirigente que reúna las características que se piden --honestidad, capacidad de liderazgo, preocupación por las cuestiones sociales--, un 56% cree que todavía no ha surgido. Pero del 44% que sí sabe quién es, hasta el 58% elige a Carles Puigdemont, por un 13% que ve en ese papel a Oriol Junqueras. Se trata de las preferencias, si atendemos a ese 44%, de la mayoría del bloque independentista, si se tiene en cuenta que el independentismo se mueve en ese porcentaje de voto, sin llegar todavía al famoso 50% de los votos.

Y esa es, precisamente, la trampa catalana. Se dan las condiciones porque el deterioro en los últimos años ha sido muy acusado, porque la situación económica ya no da para nuevos experimentos, para que un dirigente --más que un partido político-- aglutine la mayoría de apoyo del cuerpo electoral catalán. Sin embargo, es muy posible que el gran ganador de toda esta situación sea, de nuevo, Carles Puigdemont que, pese a su capacidad de atracción, difícilmente podrá ofrecer propuestas solventes y posibilistas para el conjunto de la sociedad catalana.

Los dirigentes, sin embargo, no se preparan en un tubo de ensayo de laboratorio. Tienen unas características muy precisas, y aparecen de vez en cuando. El exdiputado socialista Joan Ferran sostenía en este mismo espacio que es necesario recuperar la idea del “patriotismo social” que había lanzado Pasqual Maragall. Es la bandera que se podría alzar en estos momentos. Pero las banderas las enarbolan dirigentes. Debe haber proyecto, sí, pero siempre que alguien lo defienda con pasión, con credibilidad, con arrojo y ganas de implementarlo. Líder y proyecto, las dos cosas, pero principalmente líder, según las lecciones que ofrece Antonio Sola.

La trampa catalana puede ser decisiva para la suerte también del conjunto de España. Por eso, en algún instante, se deberá solventar la situación de Puigdemont. ¿Euroorden para que sea juzgado en España? ¿Y con qué condena? ¿Qué ocurre, al margen de esa discusión estéril sobre si el independentismo consigue o no el 50% de los votos, si Puigdemont gana de nuevo las elecciones catalanas con cierto margen?

Se dirá que nada, que todo debe seguir igual. Tal vez, pero la trampa catalana seguirá ahí, sin que ningún proyecto, bajo la responsabilidad de un líder, haya logrado ser una alternativa real.