Hay una expresión que se utiliza con profusión en los últimos años: “se desea blanquear…” tal persona o tal institución. Es una forma de decir que no se puede volver atrás, que es mejor pasar página. Y que los errores se cometen y se pagan. El Gobierno del PP, de Mariano Rajoy, impulsó la Ley de la Segunda Oportunidad, que permite a las personas físicas acometer prácticas similares a las que ejercen las empresas: concurso de acreedores y volver a empezar. Sí, y es positivo, y puede arreglar vidas y familias. ¿Pero se pueden rehacer las vidas políticas?
Artur Mas lo intenta. Lo desea. No se trata de que quiera ser, de nuevo, presidente de la Generalitat. Sabe que lo tiene complicado y que debe convencer, primero, a los suyos, que están muy divididos. La corriente más pragmática, la que bebe de las fuentes iniciales de Convergència, no quiere saber nada de Mas. En gran medida porque cometió muchos errores consecutivos, y consta que algunos dirigentes, sin esconderse, se lo plantearon. Fue el caso de Marta Pascal quien, en las horas anteriores a la decisión de designar a Carles Puigdemont como candidato a la presidencia de la Generalitat, en enero de 2016, le dejó claro que era mejor convocar elecciones que dar un paso al lado y permitir que la CUP impusiera su agenda rupturista.
El error más grave de Mas es otro. Es su propia concepción de la política, lo que significa que no ha sido un buen dirigente de la cosa pública. Señalaba en el inicio del proceso soberanista que él se iba a limitar a “acompañar” el movimiento, con la intención de “encauzarlo”. Y no es ese el papel de un político, de uno que se considere un dirigente. El papel es levantar una bandera, un proyecto, y convencer a una parte significativa de la población para poder implementarlo. No acompañar, sino liderar. Lo contrario, lo que hizo Mas --aunque sabemos que, al mismo tiempo, se impulsó esa corriente populista que ha sido el independentismo desde la Generalitat-- es renunciar a la noble idea de lo que significa la Política.
Por eso Mas, si es una persona con cierta dignidad, lo mejor que podría hacer es quedarse en casa, y leer buenos libros de literatura francesa. ¿Bernanos? ¿Gide?
En la escena, sin embargo, aparece Jordi Pujol, que quiso estar presente en la presentación del libro de Artur Mas. Pujol fue el responsable de la elección de Mas como candidato a la Generalitat, cuando tenía a mano a Josep Antoni Duran Lleida. En privado, Pujol ha señalado que no tiene claro si volvería a repetir la operación. Y añora ahora que no haya un buen “jinete” para cabalgar el caballo que supone, a su juicio, el movimiento independentista, que deambula sin ningún rumbo.
Ahora sería el momento, ahora sería la oportunidad, la mejor para defender su propio legado --tan preocupado que está por ello-- y constatar que Artur Mas ha constituido, él sólo, un enorme error. Un fracaso total, y también el de todos aquellos que lo apoyaron. Sería el mejor instante de Pujol porque, de la aceptación de los errores, y de la presentación de un buen diagnóstico, se puede conseguir un buen plan de futuro.